- El coste anual de incentivar la transferencia científica en toda España, de ser exitosa, no superaría los 22 millones de euros; esto es, para todo el país, poco más que la multa que ha impuesto Audiencia Provincial de Madrid a Cristiano Ronaldo.
La semana pasada finalizaba el período hábil para solicitar la evaluación del denominado sexenio de transferencia, que busca dotar de reconocimiento a la actividad científica de los mejores investigadores españoles para la innovación y mejora social. Esta iniciativa, de entre las más importantes del Ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque, ha tenido atareadas a muchas de las personas que hacen ciencia durante todo el mes de diciembre. Durante varias semanas, alrededor de 17.000 personas (según nos contaba ayer José Manuel Pingarrón, actual Secretario General de Universidades) han elaborado un resumen del periodo de su carrera en el que más y mejor actividad de transferencia de conocimiento a la sociedad han realizado.
Ese período de actividad científica que se somete a evaluación se denomina sexenio, ya que debe abarcar un plazo de referencia de 6 años de actividad profesional. La evaluación mediante convocatoria de sexenios no es nueva: desde hace años se aplica con regularidad para evaluar la producción de publicaciones científicas y promover la excelencia. Es un sistema de rendimiento por objetivos, muy exigente, que estimula la producción de conocimiento científico de alto nivel, y al que regularmente se someten la mayoría de los investigadores en nuestro país. La evaluación positiva de los sexenios de investigación condiciona la carrera profesional en el ámbito científico (sin ellos, en la práctica, no es posible desarrollarse profesionalmente), y también, en parte, la retribución (127,74 euros brutos al mes por cada período de seis años de excelencia, para un profesor titular de universidad).
Desde que se implantó este sistema, la producción investigadora de la universidad española ha mejorado ostensiblemente, y hoy en día es corriente encontrar en las mejores revistas del mundo el nombre de muchos centros de investigación y universidades españolas. Es decir, es un sistema que recompensa el esfuerzo y que funciona: a pesar de que España tiene el 0,7% de la población mundial, hoy produce casi el 4% de las publicaciones científicas. Muy por encima de la media. Y entre estas, es muy notable la producción científica de excelencia: españoles son el 14% de los artículos científicos que están entre el selecto grupo del 10% más citado del mundo. Nada mal para un país que no llega a la mitad de la media de inversión en ciencia de los países en la OCDE.
Con estos resultados, se ha intentado fomentar el mismo sistema para promover la transferencia de conocimiento a la sociedad y la empresa, en lo que se viene a denominar “la tercera misión de las universidades”, es decir, actividades de investigación orientadas al desarrollo social y económico en nuestro entorno de referencia. Desarrollo científico en empresas, administraciones de todo tipo y organizaciones del tercer sector, en una dimensión local o regional, auspiciado y promovido por una universidad moderna y socialmente responsable. No obstante, el primer intento, en el año 2010, falló. La concepción de la transferencia en esa primera convocatoria tenía un marcado sesgo tecnológico, con un baremo extremadamente exigente y sesgado a las disciplinas más técnicas, y además era excluyente, ya que se daba a elegir a los científicos entre ser evaluados por publicar ciencia o por transferir conocimiento. Y así, con esas premisas, prácticamente nadie la solicitó (en todo el país, 14 personas registraron solicitud en la última edición). Una convocatoria que no tenía futuro alguno, antes de nacer siquiera.
Ahora, el gabinete del ministro Duque ha relanzado esta idea, pero corrigiendo los errores de bulto del primer intento. Primero: no ha dado a los científicos a elegir entre publicar o hacer transferencia, sino que asume (correctamente) que ambas cosas se realizan, con frecuencia, de manera simultánea. Segundo: Duque y su equipo han entendido que en el plano de la transferencia es posible y deseable la innovación y la difusión del conocimiento científico hacia todo tipo de actores sociales. Es decir, la transferencia es cosa de todas las personas que hacen ciencia, con independencia de su ámbito de conocimientos. Y tercero: existe la expectativa de una evaluación y reconocimiento justo del trabajo realizado en este ámbito.
Con estas nuevas características, ahora sí, la convocatoria actual ha despertado el interés en la comunidad universitaria. Y se ha generado un total de 17.000 solicitudes, que han colapsado un sistema piloto. Pueden parecer muchas, pero esta cifra es baja: sólo lo ha solicitado el 14% de la comunidad universitaria (de un total, aproximadamente, de 118.094 personas en nuestro país). Entre otras cuestiones, porque la convocatoria de Duque ya es, de entrada, muy exigente: está dirigida a personas con una carrera consolidada (contratados doctores, titulares y catedráticos) y que pueden avalar un currículum investigador de reconocido prestigio (deben tener al menos un sexenio de investigación evaluado positivamente). Además, hay que presentar al menos 5 méritos de transferencia, dos de ellos obligatoriamente en ámbitos de aplicación diferentes. Para que nos hagamos una idea: en el caso de que el 80% de las solicitudes presentadas fueran resultas favorablemente, este reconocimiento de mérito lo obtendría sólo 1 de cada 10 científicos en España.
Con estas cifras, el coste anual de incentivar la transferencia científica en toda España, de ser exitosa, no superaría los 22 millones de euros; esto es, para todo el país, poco más que la multa que ha impuesto Audiencia Provincial de Madrid a Cristiano Ronaldo. O sea que nada de la “barra libre de sexenios” de la que hablan algunos políticos de la oposición al criticar a Duque, ni tampoco las cifras, indocumentadas y faltas de criterio, del reciente artículo de Marina Alía en Vox Populi. En un maravilloso y divertido bucle, podríamos decir que quizá la transferencia también precisa de transferencia para ser comprendida por algunas personas.
No obstante, aparte de estas críticas mal fundadas por parte de un sector de la oposición política, esta convocatoria también ha provocado en la comunidad universitaria, por momentos, nervios y buenos cabreos. Una aplicación informática sobrecargada, los nervios de buscar justificantes y acreditar actividades documentalmente, y la tensa sensación durante todo el proceso de no tener ni idea de cómo va a ser la evaluación. Pero también he podido apreciar en muchas personas que ha generado expectativas e ilusión por saber que, ahora sí, se va a evaluar una parte de nuestro trabajo que en el ámbito académico no se ha visibilizado lo suficiente. Ahora sólo nos queda esperar, y aguantar el misterio de cómo van a medir lo mejor que cada uno de nosotros hemos hecho durante nuestra carrera académica. En este sentido, el colofón y futuro de esta iniciativa de Duque queda en manos de quiénes y cómo van a evaluar la transferencia de los científicos españoles.