Jair Messias Bolsonaro ha llegado al poder. Seguramente es verdad que no hay mal que cien años dure, pero qué daño hará mientras tanto. De momento una de las diputadas del PSL, la catarinense Ana Caroline Campagnolo y el propio Bolsonaro piden a los alumnos universitarios que graben a los profesores durante las clases para denunciar ideas subversivas. La libertad de cátedra en estado de sitio, la censura se apodera de las aulas de la mano del fascismo. El creacionismo entra en el currículum educativo al mismo nivel y compitiendo con la Teoría de la Evolución. Pasos de gigante hacia las cavernas.
La justicia no ha tardado nada en convertirse en un instrumento político, como cabe a cualquier partido fascista: el juez Sergio Moro, que inhabilitó a Lula da Silva (favorito de largo en todas las encuestas) para presentarse a las elecciones, ha sido designado ministro de justicia con Bolsonaro. Como en la mafia, los favores se pagan.
En el país más grande de América, cincuenta millones de personas apoyan un proyecto fascista, uno de cuyos objetivos es acabar con la ya maltrecha selva amazónica, convirtiendo la tierra en mercancía y condenando a las comunidades indígenas al destierro, la pobreza y la muerte. Sabemos que este tipo de decisiones pone al planeta en peligro y que es un paso más hacia la debacle ecológica. Bolsonaro, para quien las reservas amazónicas están sobredimensionadas (como si las palabras reserva y sobredimensionada no fueran prácticamente un oxímoron) no es probablemente más que un peón, como mucho un alfil, de un sistema depredador cuyo principal empeño es comercializar la macro reserva ecológica del planeta, poniendo lo que es de todos en manos de agrodelicuentes. El enorme capital invertido en redes sociales en la más que sospechosa campaña en favor de Bolsonaro y el Partido Social Liberal tendrá que recuperarse y los inversores ya deben estar haciendo cola a la puerta del palacio presidencial. Si la Amazonía cae, todo lo demás irá cayendo como un castillo de naipes, como piezas de dominó alineadas. Ojalá la democracia, ese sistema imperfecto y que sin embargo es el mejor de los sistemas que conocemos, esa democracia que haciendo honor a su nombre y a su esencia permite gobernar incluso a aquel que pretende aniquilarla, ojalá la democracia, digo, resista y sea capaz de hacerse más fuerte.
Borges escribió un artículo para Clarín con motivo de la llegada de la democracia a Argentina, un artículo que ahora podemos tristemente leer en sentido contrario. En él, el escritor se congratulaba de que ya “no estaremos a la merced de una bruma de generales”, sin embargo en Brasil, Bolsonaro ha llegado a decir que el país está en guerra y que usará al ejército para patrullar las calles. En este texto, Borges escribía lo siguiente sobre aquella jornada histórica: “Nos enfrentaba un caos que, aquel día, decidió ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara luz de la vigilia nos encandila un poco”. Hoy en Brasil, el cosmos educativo vuelve a ser caos, la Amazonía agoniza un poco más y la luz de la razón se aleja.
Jair Messias Bolsonaro ha llegado al poder. Seguramente es verdad que no hay mal que cien años dure, pero qué daño hará mientras tanto. De momento una de las diputadas del PSL, la catarinense Ana Caroline Campagnolo y el propio Bolsonaro piden a los alumnos universitarios que graben a los profesores durante las clases para denunciar ideas subversivas. La libertad de cátedra en estado de sitio, la censura se apodera de las aulas de la mano del fascismo. El creacionismo entra en el currículum educativo al mismo nivel y compitiendo con la Teoría de la Evolución. Pasos de gigante hacia las cavernas.
La justicia no ha tardado nada en convertirse en un instrumento político, como cabe a cualquier partido fascista: el juez Sergio Moro, que inhabilitó a Lula da Silva (favorito de largo en todas las encuestas) para presentarse a las elecciones, ha sido designado ministro de justicia con Bolsonaro. Como en la mafia, los favores se pagan.