Lo de Alejandro Amenábar, su séptimo largometraje, es tan solo una película y como tal debe considerarse. Un cineasta no es un historiador, empecemos por dejar esto claro. Fui al cine a ver 'Mientras dure la guerra' con cierta prevención, lo reconozco, después de leer y escuchar mucho de lo que se había publicado. Y siendo consciente de que contenía unas cuantas imprecisiones históricas. Pero también percibí algunas precisiones que, el paso del tiempo, había nublado. Por ejemplo, el discurso de Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, con motivo del 12 de octubre, el Día de la Raza. Durante muchos años, y aun hoy aparece en numerosas publicaciones, se aseguró que la frase del escritor vasco que tanto encendió al público allí presente, tan afecto a la causa nacional, fue “venceréis, pero no convenceréis”, en alusión directa a las expectativas que el levantamiento había creado en su persona y la decepción posterior a esos días. Unamuno, tal y como esbozó en el reverso de la carta que le había entregado la esposa del pastor protestante Atilano Coco, lo que expresó realmente fue que “vencer no es convencer”, como así se refleja en la cinta. En aquel mismo papel amarillento, el rector había escrito también, entre otras palabras, a modo de guía para su improvisado discurso: “odio y compasión” o “cóncavo y convexo”.
En la película se obvian aspectos que pudieran considerarse importantes sobre la vinculación del pensador bilbaíno a la causa que provocó el alzamiento. Uno de ellos, nada desdeñable, es que formó parte, como concejal, del primer ayuntamiento que en Salamanca se constituye tras el golpe del 18 de julio de 1936. Y que tras su tumultuosa intervención en el acto del paraninfo universitario, Unamuno se vio privado de su cargo municipal por “incompatibilidad moral corporativa, vanidad delirante y antipatriota actuación ciudadana”. Por cierto que en octubre de 2011, el pleno de la corporación salmantina lo restituyó, a título póstumo, con los votos del PSOE y PP.
Otro aspecto de distorsión en la película es la imagen que esta aporta del falangismo, un movimiento surgido en esa década a la sombra del fascio mussoliniano, y al que pronto se incorporaron una serie de jóvenes intelectuales ante el reclamo de su líder, fundador e ideólogo, José Antonio Primo de Rivera. Fue el caso de Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas o Gonzalo Torrente Ballester, por citar solo a unos cuantos. Y hasta el propio Unamuno llegó a empatizar con aquella Falange originaria. Pues bien, el personaje de camisa azul que aparece en la película, el que le reclama un autógrafo al escritor a la salida de un café, es un completo analfabeto, como le espetan sus propios camaradas.
Insisto en que no creo que Alejandro Amenábar haya querido jugar a ser historiador con esta película. Tan solo ha construido un guion, junto a Alejandro Hernández, sobre unos hechos del trágico pasado de este viejo país. Las interpretaciones de Karra Elejalde (Unamuno) o Eduard Fernández (Millán-Astray), con independencia del rigor con que se trata a los personajes a los que dan vida, son, mucho más que aceptables, miméticas. Tienen el Goya a las puertas. Como anécdota, cuenta el vitoriano Elejalde a sus 59 años recién cumplidos que, cuando se presentó a la prueba para que le dieran el papel, acudió caracterizado como un anciano y que las directoras de reparto, al abrirle la puerta, le dijeron al verlo: “Si viene para el ortofonista, es en el piso de arriba”.
Lo de Alejandro Amenábar, su séptimo largometraje, es tan solo una película y como tal debe considerarse. Un cineasta no es un historiador, empecemos por dejar esto claro. Fui al cine a ver 'Mientras dure la guerra' con cierta prevención, lo reconozco, después de leer y escuchar mucho de lo que se había publicado. Y siendo consciente de que contenía unas cuantas imprecisiones históricas. Pero también percibí algunas precisiones que, el paso del tiempo, había nublado. Por ejemplo, el discurso de Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, con motivo del 12 de octubre, el Día de la Raza. Durante muchos años, y aun hoy aparece en numerosas publicaciones, se aseguró que la frase del escritor vasco que tanto encendió al público allí presente, tan afecto a la causa nacional, fue “venceréis, pero no convenceréis”, en alusión directa a las expectativas que el levantamiento había creado en su persona y la decepción posterior a esos días. Unamuno, tal y como esbozó en el reverso de la carta que le había entregado la esposa del pastor protestante Atilano Coco, lo que expresó realmente fue que “vencer no es convencer”, como así se refleja en la cinta. En aquel mismo papel amarillento, el rector había escrito también, entre otras palabras, a modo de guía para su improvisado discurso: “odio y compasión” o “cóncavo y convexo”.
En la película se obvian aspectos que pudieran considerarse importantes sobre la vinculación del pensador bilbaíno a la causa que provocó el alzamiento. Uno de ellos, nada desdeñable, es que formó parte, como concejal, del primer ayuntamiento que en Salamanca se constituye tras el golpe del 18 de julio de 1936. Y que tras su tumultuosa intervención en el acto del paraninfo universitario, Unamuno se vio privado de su cargo municipal por “incompatibilidad moral corporativa, vanidad delirante y antipatriota actuación ciudadana”. Por cierto que en octubre de 2011, el pleno de la corporación salmantina lo restituyó, a título póstumo, con los votos del PSOE y PP.