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Los Verdes alemanes tienen ya muy poco de ecologistas

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Recordaba yo –atendiendo al pacto tripartito del nuevo Gobierno de la República Federal Alemana (RFA) entre socialdemócratas, liberales y verdes- una visita en 1999 al Parlamento Europeo en Estrasburgo, invitado por el Grupo Verde de la Cámara, cuando Alemania bombardeaba Serbia formando parte de las fuerzas de la OTAN, sin declaración de guerra y sin autorización de la ONU, es decir, en plan pirata. Era la primera intervención miliar exterior de la RFA después de que el Bundestag levantara la prohibición expresa, recogida en la Constitución de 1949.

Y tomé nota: estos Verdes, me dije, son ante todo alemanes y su ideología básica coincide con la de los otros partidos, así que no hay novedad. Del gesto y las palabras de la diputada que hacía de anfitriona deduje que Serbia/Yugoslavia seguía siendo, en el imaginario germánico, una “enemiga hereditaria” y un obstáculo repetidamente interpuesto en el designio pangermánico (austro-alemán) de la Mitteleuropa.

Hoy, mientras vuelve a la guerra a Europa y afecta a Ucrania, vuelvo la mirada histórica a este espacio siempre conflictivo, recordando el repetido expansionismo alemán hacia el Este, así como su menosprecio racista hacia el mundo eslavo, con especial apetencia por Ucrania, a la que los ejércitos alemanes invadieron dos veces durante el siglo XX, instalando regímenes anti rusos: en 1917 fue una república títere antisoviética, y en 1941 un territorio sometido de saqueo.

Tras vacilaciones muy justificadas, la RFA ha pasado de la inicial y aparente tibieza ante el conflicto en Ucrania, al seguidismo del Imperio (aunque más bien habría que decir, a sus presiones), con la aquiescencia (si no entusiasmo) de los Verdes. Y ha acabado enviando tropas a la Lituania fronteriza con Rusia y a renunciar a la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream-2, que los Estados Unidos vienen rechazando desde hace meses para sustituir esos suministros de gas ruso por el gas propio, por más que esto perjudique seriamente a su economía y a su imagen consolidada respecto de Rusia, lo que se traducía en un ambiente general de franca mejora de las relaciones inter europeas. Pero el dogal de la OTAN, del que tira Estados Unidos en esta crisis, aprieta incrementando la provocación (Sí: la RFA debió renunciar a la OTAN cuando desapareció la URSS, para convertirse en el verdadero centro y actor de la paz y la estabilidad en Europa).

Resumamos -y volviendo al papel de los Verdes en el nuevo gobierno alemán- señalando que las pruebas a que los han sometido las crisis bélicas acaecidas en Europa estando ellos en el poder, no han sido superadas en absoluto. Todo lo contrario, han olvidado que su relevancia y ascenso políticos estuvieron más determinados por el pacifismo mostrado contra el despliegue en los años 1980 de los misiles nucleares norteamericanos en Europa, incluyendo Alemania, que por las preocupaciones ambientales habituales del ecologismo europeo.

Con su “respiración” germano-hegemónica, incompatible con cualquier ecologismo, los Verdes incurren, en su segunda experiencia de poder federal, en más contradicciones que en la primera (dejando aparte el problema de la guerra en Ucrania y el enfrentamiento otanista con Rusia), ya que sus dos socios en el gobierno de coalición, los socialdemócratas del SPD y los liberales del FDP, son claramente antiecológicos. Y, por otra parte, si tanto los socialdemócratas, digamos, de centro, que son a los que pertenece el nuevo canciller Scholz, como los liberales conservadores, admiten las propuestas de los Verdes para un gobierno “acorde con el medio ambiente” (según la declaración común), es que nada importante ni decisivo va a cambiar en cuanto a las relaciones entre la sociedad alemana y la naturaleza.

En realidad, instalarse en el poder político es, en principio, escasamente ecologista e inevitablemente contradictorio (e insufrible, a corto plazo). El ecologismo, en su “constitución” propia y en su relación con los partidos verdes, demuestra una y otra vez que corresponde a un movimiento social autónomo, de izquierdas y, en consecuencia, antiliberal, poniendo de relieve que la sociedad civilizada no puede estar regida sólo (ni siquiera predominantemente) por instituciones y mecanismos político-electorales; sino por un entramado de relaciones, equilibrios y contribuciones a lo público mucho más complejo, participativo y ético.

La verdad es que los tópicos “verdes” más inanes y manipulados son ya fagocitados perfectamente por el centro y la derecha políticos: reducción de emisiones de CO2, abandono de lo nuclear, reciclajes, impuestos ambientales… Y tampoco se llaman a engaño estos Verdes -tan lejos ya de su ecosocialismo originario, y cuando su “oposición estrella” del no a las centrales nucleares ha sido ya perfectamente asumido por partidos y empresas- en su alianza con dos fuerzas de ideología liberal que obstaculizarán, sin gran dificultad, cualquier cambio trascendente.

Recordaba yo –atendiendo al pacto tripartito del nuevo Gobierno de la República Federal Alemana (RFA) entre socialdemócratas, liberales y verdes- una visita en 1999 al Parlamento Europeo en Estrasburgo, invitado por el Grupo Verde de la Cámara, cuando Alemania bombardeaba Serbia formando parte de las fuerzas de la OTAN, sin declaración de guerra y sin autorización de la ONU, es decir, en plan pirata. Era la primera intervención miliar exterior de la RFA después de que el Bundestag levantara la prohibición expresa, recogida en la Constitución de 1949.

Y tomé nota: estos Verdes, me dije, son ante todo alemanes y su ideología básica coincide con la de los otros partidos, así que no hay novedad. Del gesto y las palabras de la diputada que hacía de anfitriona deduje que Serbia/Yugoslavia seguía siendo, en el imaginario germánico, una “enemiga hereditaria” y un obstáculo repetidamente interpuesto en el designio pangermánico (austro-alemán) de la Mitteleuropa.