Me pregunto qué pensará el vestuario visitante de La Condomina, cuando el domingo vea vestirse de grana a esos once hombres que lucirán su escudo en el pecho. Durante sus varias décadas de existencia, como los maravillosos ochenta o los oscuros noventa, muchos equipos ocuparon ese espacio. Podría contar muchas historias ese vestuario. Explicarnos, por ejemplo, qué dijo Johan Cruyff a sus muchachos antes de irse a la ducha aquella lejana tarde de un jueves de mayo. La tarde en que el Real Murcia humilló a un Barça que triunfaba en Europa. Podría llenar libros de historia murcianista con su relato, ese lugar.
Sin embargo, poco podría hablarnos de su Real, que solo en tres ocasiones lo ha visitado, todas durante los años del Ciudad de Pina. Desde la última, casi diez años han pasado. Durante buena parte de ese tiempo ese vestuario estuvo abandonado. Triste. Terriblemente preocupado. Convencido de que tanto tiempo de silencio no podía tener buen final. Haciendo muescas en sus paredes cada domingo sin fútbol, para no perder la noción del tiempo en esa lenta agonía.
No hace mucho, sus puertas volvieron a ser abiertas. Fue limpiado y reacondicionado. De nuevo, domingo sí domingo no, equipos han ido llenando sus oídos con gritos de ánimo. A veces con silencios de derrota, que esa caseta a duras penas ha conseguido siempre respetar, conteniendo su impulso de estallar de alegría imaginando los goles de su Real Murcia.
Este domingo ese vestuario se va a convertir en un mar de dudas. Cuando vuelva a ver a los suyos cambiarse ahí, tendrá mil preguntas. Otra vez contra el Ciudad, ¿no? ¿Cómo? ¿Que hoy el equipo local es quién? ¿Cada domingo? ¡Callad! Si este estadio lo preside un enorme escudo nuestro. ¿Qué? ¿Y dónde está ahora? ¿Dónde habéis estado vosotros todo este tiempo?
Esas cuatro paredes podrían seguir durante horas con su interrogatorio. El problema sería que si a muchos aún nos cuesta dar respuesta a bastantes de esas cuestiones, a esos viejos muros les resultaría imposible entenderlas.
Después, durante los minutos que ruede el balón, la caseta visitante de La Condomina, en absoluto silencio, agudizará el oído y vibrará al escuchar cánticos que han quedado enterrados en lo más profundo de su memoria. Y deseará que su inquilino regrese al final de los noventa minutos gritando de euforia.
Más tarde, poco a poco, se irá vaciando, en esa vuelta al silencio que es para un estadio el postpartido. Entonces, ese jugador que siempre se queda el último en la ducha, antes de salir y cerrar la puerta, se dará la vuelta, dirigirá su mirada a ese viejo vestuario y le dirá: eres especial. Como nosotros. Porque el Real Murcia es excepcional. Muy pocos equipos han sido alguna vez visitantes en su propia casa. Menos aún son los que consiguieron ser locales en casa ajena. Pero ya sabes que nosotros, tú y yo, somos extraordinarios. Hasta siempre.
Me pregunto qué pensará el vestuario visitante de La Condomina, cuando el domingo vea vestirse de grana a esos once hombres que lucirán su escudo en el pecho. Durante sus varias décadas de existencia, como los maravillosos ochenta o los oscuros noventa, muchos equipos ocuparon ese espacio. Podría contar muchas historias ese vestuario. Explicarnos, por ejemplo, qué dijo Johan Cruyff a sus muchachos antes de irse a la ducha aquella lejana tarde de un jueves de mayo. La tarde en que el Real Murcia humilló a un Barça que triunfaba en Europa. Podría llenar libros de historia murcianista con su relato, ese lugar.
Sin embargo, poco podría hablarnos de su Real, que solo en tres ocasiones lo ha visitado, todas durante los años del Ciudad de Pina. Desde la última, casi diez años han pasado. Durante buena parte de ese tiempo ese vestuario estuvo abandonado. Triste. Terriblemente preocupado. Convencido de que tanto tiempo de silencio no podía tener buen final. Haciendo muescas en sus paredes cada domingo sin fútbol, para no perder la noción del tiempo en esa lenta agonía.