El viejo Morales, o debería decir mejor la vieja Arrixaca vieja, el viejo molino o el olmo viejo. Otros lo han expresado mejor que yo, pero yo necesito también aportar mi mirada y animar a otros a que lo hagan.
Lo de la Arrixaca vieja reformada no era un buen comienzo ni un comienzo esperanzador por mucho que centrara las esperanzas de aquellos jóvenes que seríamos después conocidos, sobre todo en la Arrixaca, como “los chicos del Morales”, que seguíamos a finales de los 80 aquellas obras inabarcables, interminables, pensando si algún día serían para nosotros, mientras aprendimos lo que era la aluminosis, que decían deshacía el cemento y carcomía la estructura del viejo edificio y vigilábamos las obras mientras esperábamos nuestra oportunidad.
Cuando todo empezó apenas nadie quiso ir al Morales, algunos fueron y volvieron, hubo quien solo estuvo algunos días, otros tuvieron que irse después de haber ido. El edificio era demasiado viejo y el proyecto demasiado endeble. Apenas pudo Pepe Sanz convencer a un puñado de médicos, yo mismo entre otros, la mayoría en las primeras fases, rescatados de Urgencias de la Arrixaca.
Pero ese Morales que nació de un edificio viejo tenía de nuevo el espíritu de los que allí trabajaban y las modernas dependencias de UCI, quirófanos y consultas ya que el edificio de hospitalización siempre fue antiguo y difícil de habitar.
El 26 de abril hizo 23 años que comencé a trabajar en el Morales y he visto envejecer sus puertas, su amarillo, sus suelos, sus más de mil mamparas que trocean una y otra vez el espacio y sus ascensores otrora de mármol esplendoroso, ahora de mármol pesado y lento, con frecuencia detenido, y he visto congelarse sus presupuestos y recortarse sus inversiones y ajustarse sus necesidades y sentir que dentro de otros 25 años allí no habrá sino un hospital antiguo y olvidado.
En el Morales se ha hecho estos años una de las mejores medicinas clínicas de la Región y ello lo atestigua su acreditado efecto llamada y, lo que es más importante, porque se nota que se ha tomado a la gente en serio (no como los de ese eslogan publicitario), se ha trabajado para lo que nacimos, para ser un hospital de Área que se ocupara de la gente. Pero la vejez es muy mala y peor aún si no te cuidan. Necesitamos un impulso regenerador en personal (con cuántos residentes ejemplares me hubiera quedado yo al acabar su residencia, costara lo que costara, verdadera garantía para hacer bien las cosas), en objetivos docentes e investigadores, en medios, en calidad de actuaciones, en ánimo.
No creo que sea inteligente insistir en mantener este impulso con reformas costosas, finalmente inabarcables, inacabables, como las de los coches viejos. No tenemos sino recordar las reformas difíciles a las que se sometió al Rosell, voladura controlada incluida, hasta terminar con la construcción del Santa Lucía y compararla con la otra voladura controlada, inmediata, la del Hospital General que abocó en el Reina Sofía tras el prolongado apoyo en recursos del Morales.
Aquí se ha hecho un trabajo bien hecho que se debe reconocer e impulsar, así de claro lo digo. Pero los chicos del Morales o se están yendo de viejos o van camino de hacerse sexagenarios. Menos mal que muchos y mejores que ellos se adhirieron al proyecto. Pero no se respira optimismo.
Son necesarias inversiones, y como lamentablemente los gastos de unos pudieran resultar como siempre ha sido en la falta de liquidez de los otros, debo sinceramente decir y con el mayor respeto al hospital del Rosell y sin ningún ánimo de polémica, que yo preferiría mantener algo más en el tiempo, con algo más de profundidad en el debate y algo más de rigor en el mismo, la discusión sobre si el hospital del Rosell de Cartagena debería reconvertirse en hospital de pacientes agudos o por el contrario dedicarse en su mayor parte a hospital de pacientes de media estancia, camas tan necesarias para el Servicio Murciano de Salud que eviten la sangría de la derivación incesante, absolutamente desequilibrada y excesiva a centros privados concertados.
Y es en este punto cuando debo explicar lo que he imaginado y denominado proyecto “Moisés”, que nos conduzca a la construcción de un nuevo hospital. Pero no del Moisés de la canasta que es salvado de las aguas, sino del Moisés que escapó de Egipto, que después de años de cruzar lejanos desiertos y haber atravesado magistralmente el mar Rojo, quedó a las puertas de la tierra prometida. Nosotros, por nuestra parte deberíamos enfilar estos últimos años con la serenidad alcanzada por los esfuerzos sinceros realizados y sabedores que muchos de nosotros, como Moisés, difícilmente pisaremos la tierra promisión de un nuevo hospital, que podría representar la solución permanente y definitiva a todas las dificultades esbozadas. La necesaria planificación y la lentitud cierta y densa de los procedimientos administrativos nos permite hacer estas propuestas liberados del peso, siempre sospechoso, de un posible futuro beneficio personal.
Hemos de reconocer que el Hospital General Universitario Morales Meseguer ha trabajado sincera y poderosamente en mejorar la salud de los ciudadanos y que ese trabajo ha desembocado en una Medicina resolutiva y humana característica. Que se ha trabajado con medios humanos y recursos escasos y que hemos visto envejecer y deteriorarse las instalaciones pese a algunos esfuerzos puntuales. Que habría, en mi opinión, que abandonar los proyectos de reformas del conjunto de edificios o reducirlas al mínimo y afrontar un nuevo edificio cercano, bien comunicado que significara un impulso definitivo para mejorar esencialmente en organización y recursos que permitan decisión docente y afán investigador preservando nuestra razón de ser en la Medicina clara y resolutiva. Este debe ser el impulso de aquellos jóvenes que vieron el futuro con la esperanza de los primeros días.
El viejo Morales, o debería decir mejor la vieja Arrixaca vieja, el viejo molino o el olmo viejo. Otros lo han expresado mejor que yo, pero yo necesito también aportar mi mirada y animar a otros a que lo hagan.
Lo de la Arrixaca vieja reformada no era un buen comienzo ni un comienzo esperanzador por mucho que centrara las esperanzas de aquellos jóvenes que seríamos después conocidos, sobre todo en la Arrixaca, como “los chicos del Morales”, que seguíamos a finales de los 80 aquellas obras inabarcables, interminables, pensando si algún día serían para nosotros, mientras aprendimos lo que era la aluminosis, que decían deshacía el cemento y carcomía la estructura del viejo edificio y vigilábamos las obras mientras esperábamos nuestra oportunidad.