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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Zelenski el predicador y un Congreso de videntes

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Histórica, qué duda cabe, ha sido la ovación dedicada en Madrid por un Congreso de los Diputados repleto de representantes del pueblo, haciendo cola con otras cámaras europeas para vitorear la imagen y las palabras del presidente de Ucrania, que afronta una invasión rusa a consecuencia de su mala cabeza. “Con la solemnidad de las grandes ocasiones”, dicen las crónicas que se produjeron los largos aplausos e intervenciones -el presidente Sánchez: “España está y estará siempre con ustedes”; la presidenta Batet: “Sepan que nuestro apoyo es incondicional”- mostrando el gran fervor que sienten por su causa y jaleándolo con las promesas de (más) ayuda militar. Y a destacar la emoción -con sabrosísimos comentarios, llenos de rigor y enjundia históricos- sobre la figura retórica que el actor Zelenski, seleccionó para ganarse (más aún) a la opinión pública española, o al menos la más selecta: Gernika, el feroz bombardeo de la villa vizcaína por la aviación nazi un funesto día de (¡vaya!) abril de 1937, hecho que el hombre de Kiev ha decidido que es lo más parecido a los ataques del ejército ruso.

Lo que invita a empezar el análisis de tan extraordinaria sesión, por el bombardeo de Gernika, sin conocer todavía la cara que pusieran los parlamentarios vascos, que supongo pillados por sorpresa, pero que -ya puestos- aplaudieron como los demás y sin removerse en sus escaños. Ni siquiera estos, vascos de derechas o de izquierdas, han tenido tiempo (ni ganas, según veo) de recordar la habilidad propagandística con que Franco mantuvo durante años la ignominia de atribuir a los rojos y la República aquel bombardeo, ni mucho menos esperar a que una comisión independiente dictamine las responsabilidades de la (presunta) masacre de Bucha, referencia directa para los evocadores de Gernika. Fiar a una parte, que es la que domina sin pudor el panorama mediático, los partes de guerra es de una ingenuidad que en políticos de talla no se puede disculpar (acababa la ONU de denunciar, en las regiones del Donbás, abusos y crímenes por ambas partes, como es lo habitual; por eso los alineamientos sin razonar suelen ser opciones interesadas, sin asomo de interés por la neutralidad o la justicia; y este es el caso). Lo decente es atender a las causas.

Supongo que en la adhesión al aplauso de los parlamentarios vascos y catalanes ha dominado la solidaridad con una Ucrania independiente de la vecina y poderosa Rusia, en clave netamente nacionalista: por eso es tan difícil que los nacionalistas admitan la verdadera naturaleza política del conflicto, que señala al imperialismo de Estados Unidos y la OTAN como origen de la inestabilidad y las tensiones en Europa (ni quieran reconocer el pésimo ejemplo que supuso la segregación, tras bombardeo implacable, de Kosovo respecto de Serbia, una desgracia europea irreparable.

El caso es que los emotivos gestos de los presentes subrayaron que se trata de políticos que no leen y, sobre todo, no quieren leer ni enterarse de la verdadera situación en Ucrania, no ya porque la mayoría pertenezca a la (in) cultura audiovisual y se sienta muy ocupada como para sentarse a leer y estudiar, sino porque han entregado sus neuronas y su ideología al brillo (y la presión, claro) del Imperio, que para eso lo es y puede dictar qué pensar y qué ovacionar. Y las instrucciones son que hay que rendirse ante el cómico Zelenski en su gira para engatusar a necios y comprar a venales. Un Imperio bien curtido en todo tipo de abusos y masacres, que siempre ocultó apoyado, como hoy, en el potente despliegue de agencias y medios a su incondicional servicio, como sucedió en Vietnam y más recientemente en Afganistán, donde consiguió fácilmente asociar a los Estados títeres de la OTAN a sus crímenes.

Vista la parcialidad de esos cientos de próceres y la negativa a admitir la responsabilidad de esta guerra -que es de los Estados Unidos y su OTAN al empeñarse en expandirse por Europa del Este para cercar a Rusia-, no extraña que se quiera ignorar la relevancia de la ultraderecha y de los grupos nazis en la deriva belicosa de Ucrania, especialmente desde finales de 2013 y claramente activos en la guerra actual, en la que se cifra en unos 100.000 los efectivos militares y paramilitares de carácter ultra que se enfrentan a los rusos. Repugnará a muchos de los palmeros, pero Putin sabe de qué habla cuando dice pretender la “desnazificación” de Ucrania: no sólo conoce bien esta evolución de los líderes de Kiev, sino que tiene muy en cuenta el fascismo anti ruso recurrente desde los años 1930, con especial desarrollo con la ocupación nazi durante la invasión de la URSS en 1941 y siguientes.

La sesión estuvo bien preparada, orientada a la mayor gloria de ese “animal mediático” (como se ha dicho y escrito) en que se ha erigido a este nuevo líder planetario. Habría que preguntar a esos entregados adictos si han captado que a este Zelenski -alucinado, irresponsable y seguramente ultra él mismo- puede no importarle mucho que esta guerra derive en conflicto nuclear en el que la parte perdedora sea, en primer lugar, Ucrania. Su envalentonamiento por los apoyos que le llueven (tanto del Imperio como de sus acólitos europeos) le hacen pedir más armas, y hasta criticar a la ONU pidiendo (¿a quién? ¿no conoce la Carta fundacional e intocable que se otorgaron los vencedores de Alemania?) que Rusia/URSS, la principal vencedora del nazismo pierda el derecho de voto en el Consejo de Seguridad. Bueno, pues se le aplaudió. Y se le ha aplaudido -atención, psicólogos de masas- cuando ha pedido más sanciones, es decir, más angustias para los europeos.

Hermoso espectáculo, vive Dios, ese del hemiciclo en pie: “¡Más armas, más sanciones, que guerra con gusto no escuece!” se han debido de decir tan altas personalidades (cuyos salarios, dietas y emolumentos diversos les ponen a cubierto de la inflación y la escasez, que vienen). Esa misma mañana, un profesor alelado, decía en un coloquio televisivo, de esos monocordes, grotescos y falsarios, que “nunca como ahora ha sido tanta la coincidencia entre nuestros intereses comerciales y nuestros valores” (¡toma ya, análisis de historiador político!).

Yo he asemejado esta comparecencia, virtual pero demoledora, de Zelenski, a las razzias televisadas ideológico-económicas de los predicadores evangélicos que, con sus mañas bíblicas y su tono apocalíptico (más la intensa formación mediática recibida en Estados Unidos), saquean el bolsillo de los más pobres e iletrados de Latinoamérica, sorbiéndoles previamente el seso. Pues algo muy parecido aquí y ahora: varía el Dios terrible, aunque comprensivo, que ilumina la cháchara y al que se confían los crédulos, siendo en este caso el Imperio el que intimida y, al tiempo, promete. Pero ha nacido un líder planetario, con indudables habilidades de predicador y probado efecto entre los fieles, que marca el camino de la Verdad aproximándose, con la mayor fe, a la (apocalíptica) guerra atómica.

Resumo, sin pretender alardes periodísticos, ni siquiera históricos, esa sesión de las ovaciones llamada a hacer historia, por su adhesión incondicional tanto a la guerra como a la catástrofe económica (tercera en dos décadas), así como por su entusiasmo por el Imperio y su enfervorizado reconocimiento de un nuevo líder. Y para ello, recordemos el grito -ya que volvemos a escucharlo- de aquellos fabuladores criminales que enrolaron u obligaron a miles de jóvenes españoles a hacerle, en 1941, la guerra a la URSS desde las líneas nazis en la región de aquel Leningrado que sufriría el más cruel cerco: “¡Rusia es culpable!”.

Histórica, qué duda cabe, ha sido la ovación dedicada en Madrid por un Congreso de los Diputados repleto de representantes del pueblo, haciendo cola con otras cámaras europeas para vitorear la imagen y las palabras del presidente de Ucrania, que afronta una invasión rusa a consecuencia de su mala cabeza. “Con la solemnidad de las grandes ocasiones”, dicen las crónicas que se produjeron los largos aplausos e intervenciones -el presidente Sánchez: “España está y estará siempre con ustedes”; la presidenta Batet: “Sepan que nuestro apoyo es incondicional”- mostrando el gran fervor que sienten por su causa y jaleándolo con las promesas de (más) ayuda militar. Y a destacar la emoción -con sabrosísimos comentarios, llenos de rigor y enjundia históricos- sobre la figura retórica que el actor Zelenski, seleccionó para ganarse (más aún) a la opinión pública española, o al menos la más selecta: Gernika, el feroz bombardeo de la villa vizcaína por la aviación nazi un funesto día de (¡vaya!) abril de 1937, hecho que el hombre de Kiev ha decidido que es lo más parecido a los ataques del ejército ruso.

Lo que invita a empezar el análisis de tan extraordinaria sesión, por el bombardeo de Gernika, sin conocer todavía la cara que pusieran los parlamentarios vascos, que supongo pillados por sorpresa, pero que -ya puestos- aplaudieron como los demás y sin removerse en sus escaños. Ni siquiera estos, vascos de derechas o de izquierdas, han tenido tiempo (ni ganas, según veo) de recordar la habilidad propagandística con que Franco mantuvo durante años la ignominia de atribuir a los rojos y la República aquel bombardeo, ni mucho menos esperar a que una comisión independiente dictamine las responsabilidades de la (presunta) masacre de Bucha, referencia directa para los evocadores de Gernika. Fiar a una parte, que es la que domina sin pudor el panorama mediático, los partes de guerra es de una ingenuidad que en políticos de talla no se puede disculpar (acababa la ONU de denunciar, en las regiones del Donbás, abusos y crímenes por ambas partes, como es lo habitual; por eso los alineamientos sin razonar suelen ser opciones interesadas, sin asomo de interés por la neutralidad o la justicia; y este es el caso). Lo decente es atender a las causas.