La primera vez que Arantxa Cano, estudiante de Periodismo y Comunicación audiovisual, sufrió una crisis de ansiedad no sabía lo que le ocurría. “Recuerdo que estaba durmiendo y me desperté con el corazón en la garganta. Sentía que me moría y no podía respirar”. Esta joven de 21 años se encontraba entonces en su primer curso de universidad y, la época de exámenes, independizarse por primera vez y la pérdida de un familiar, le pasaron factura. “Tuve que acudir a un psicólogo privado. No podía ni dormir porque tenía miedo de sufrir otro ataque”.
Ahora, tras la pandemia, la situación ha empeorado para Arantxa. “Después de esa primera vez mejoré, pero ahora me planteo volver al psicólogo. Estoy teniendo crisis más fuertes desde que empezó el Covid. Tengo miedo, me dan muchos temblores y me veo obligada a ir a urgencias para que me lo controlen porque yo misma ya no soy capaz”.
Al igual que Arantxa, numerosos estudiantes sufren trastornos por ansiedad o estrés durante su vida académica que, en este tipo de circunstancias, como es la actual crisis sanitaria, se ven potenciados. Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y profesor en la Universidad Complutense, afirma que lleva años detectando cómo aumentan significativamente los niveles de ansiedad durante el periodo de exámenes entre sus alumnos y cómo este año ha notado un aumento notable en los casos. “La pandemia nos ha desestabilizado a todos en muchos aspectos. Hemos tenido miedo, hemos sufrido pérdidas de seres queridos y nos hemos tenido que adaptar a nuevos formatos de enseñanza. Todo esto genera estrés y ansiedad entre los docentes y alumnos, además de que, para estos últimos el panorama laboral se ha complicado notablemente, lo que genera incertidumbre y agobio”, asegura.
Según ha concluido un estudio sobre el impacto del Covid-19 en la salud psicológica y emocional en los trabajadores en el ámbito laboral, realizado por el Observatorio Generación & Talento, los jóvenes de 20 a 30 años son aquellos que más ansiedad laboral sufren debido a la pandemia. España posee en la actualidad la tasa más alta de desempleo juvenil de la OCDE, un 38% de la población de 16 a 24 años no posee ningún trabajo. Ante estos datos, el doctor en Psicología advierte: “Cuanto más paro haya, también más ansiedad y depresión”. Desde el inicio de la pandemia las tentativas suicidas en adolescentes han aumentado un 27%, motivo por el que Martín Otero, doctor en Psicología, considera primordial tomar medidas en el asunto. “El suicidio juvenil es un problema invisibilizado y muy grave, no evitarlo es un fracaso social. Es necesario desarrollar medidas para prevenir los trastornos de ansiedad y depresión”, sentencia.
Apoyo psicológico en las universidades
Matínez-Otero considera “muy positivo” que se hayan afianzado iniciativas en las universidades como los servicios de orientación y psicología dentro de la universidad, aunque asegura que “no son la panacea”. El doctor en Psicología recomienda acudir a profesionales que brinden asesoramiento laboral, académico y sobre todo, personal, cuando la ansiedad sobrepasa ciertos límites“. Aunque critica que la inversión que se hace en ellos todavía es insuficiente. ”Se necesita más profesionales y más reconocimiento para los servicios de orientación, a menudo trabajan guiados por su vocación, pero es necesario invertir en ellos“.
Ángela Vivo, estudiante de Medicina, encontró “cero apoyo” en su anterior universidad cuando comenzó a padecer niveles de estrés y ansiedad, trastornos que solo pudo controlar a través de terapia psicológica y antidepresivos. “No descansaba, vivía a base de bebidas energéticas y cafés. Solo estudiaba y aun así suspendía porque estaba demasiado nerviosa”. La situación de la futura médica se complicó a medida que avanzaban los exámenes y no conseguía superarlos. “Empecé a sentir dolor y apatía por las notas. Creía que no valía para nada y que no iba a llegar a ningún lado estudiando. Durante las crisis me dolía la cabeza como si tuviera rayos dentro y me golpeaba porque sentía que se me venía todo encima. Lloraba y lloraba porque pensaba que todo me iba mal, estaba en una espiral de la que no sabía salir”.
Ángela terminó por abandonar la primera universidad en la que se matriculó, situada en Pamplona, y regresar a Murcia. “La universidad no me dio ningún tipo de facilidad y necesitaba volver a casa y estar con mis amigos, empecé a encontrarme mejor y pude bajar la dosis de antidepresivos”, asegura.
Sin embargo, el avance de la pandemia y los problemas de convivencia que surgieron como consecuencia de esta, perturbaron de nuevo la estabilidad de la joven. “Ha sido un periodo complicado, después de lo mal que lo pasé fuera de casa, mis padres son muy protectores conmigo, tienen miedo de que vuelva a estar fatal y eso crea muchas disputas porque me controlan más. He conseguido manejar mi obsesión con los estudios gracias a la terapia, pero ahora tengo nuevos frentes”.
La joven narra cómo se desata la bola de nieve de sus crisis de ansiedad cuando discute con sus padres: “Normalmente todo empieza porque me piden que estudie más o porque me piden que no vaya al gimnasio por miedo a que pille el Covid. Si me quedo sola después de discutir sé controlarme y frenar el ataque, pero si la bronca se alarga no puedo controlarlo, me explota algo en la cabeza y no hay marcha atrás”.
Después de cada ataque de ansiedad, Ángela siente su cerebro “aislado entre algodones”. “Es una sensación muy rara, te quedas sin energía, sin expresión facial siquiera y cuesta mucho recuperarse. He llegado a tardar una hora en recomponerme y volver a ser yo”.
Martínez-Otero, considera que ante este tipo de crisis, “se debe acompañar a quien la está sufriendo y dejar que se exprese, y una vez este ataque haya remitido, ayudarla a analizar por qué está así, cómo se siente por ello y hacerle saber que tiene una mano amiga”. Este profesional remarca la importancia del apoyo de familiares y amigos, al igual que la acogida y la empatía para superar este tipo de trastornos.
Restricciones
Ángela cree que la pandemia ha afectado negativamente la relación con sus padres y su sentido de la responsabilidad. “Estoy muy concienciada y eso me ha impedido ir a la biblioteca a estudiar, cosa que es súper importante para mí o realizar otras actividades, hubo un periodo en el que no pude ir siquiera al psicólogo”. A pesar de estas limitaciones, la futura médica murciana ha continuado realizando deporte, actividad que ha sido clave a la hora de gestionar su trastorno. “Me ha hecho estar más motivada, más feliz, más activa. Ir al gimnasio ha sido en parte, lo que hizo que consiguiera bajar la dosis de antidepresivos”.
Combinar la terapia con actividad física es precisamente una de las claves para prevenir la ansiedad, según Martínez-Otero, junto con tener la posibilidad de profesionales accesibles que ayuden a los pacientes, analizar por qué están sufriendo individualmente ansiedad y promover un ambiente favorable desde las instituciones, donde prime la autosuperación y el esfuerzo, y no la competencia salvaje. Este profesional cree firmemente en la “necesidad de promover ambientes cordiales” entre el profesorado y el alumnado que permita “asesorarlos y tratarlos con empatía”. El doctor en Psicología comenta que acciones como “fomentar las tutorías” permiten comprender al alumnado y hacer que no se sientan un número más, conociendo sus pensamientos, preocupaciones o sentimientos, especialmente en un tiempo en que se extiende el aislamiento y el anonimato por los circuitos tecnológicos. “Al final todo se basa en la inteligencia afectiva, no se trata de que el docente se convierta en un terapeuta, pero sí de permitir al alumnado expresarse y desarrollar todas sus potencialidades”, sentencia.
Según este profesional la pandemia ha incrementado la dificultad para conseguir empleo y la competitividad por conseguir becas, consecuencias que crispan el clima universitario. “La ansiedad es un problema estructural en el mundo occidental, hay una rivalidad feroz y su antesala son las aulas. Muchos estudiantes se frustran porque ven que están abocados al desempleo o al subempleo y se esfuerzan por competir entre ellos, en lugar de buscar metas de aprendizaje”, confirma Martínez-Otero.
“Malestar generalizado”
Marta Giménez Paéz, doctora en Psicología y Directora del Área de Investigación e Innovación en el centro Área Humana de Madrid, ha observado a su vez, cómo ha aumentado el número de jóvenes que están terminando sus estudios universitarios a su consulta. Esta profesional asegura que hay “un malestar generalizado” entre este grupo de edad por la incertidumbre de empleo, el aumento de la precariedad laboral y el cambio en las rutinas y las relaciones interpersonales que ha ocasionado la pandemia.
La ansiedad, según narra Giménez, es una respuesta natural del organismo que nos permite hacer frente a las amenazas, pero que cuando se ve potenciada nos causa una sensación de “no control”. Esta profesional cree que una de las causas por la que muchos jóvenes están desarrollando este trastorno es debido a la dificultad que poseen para acceder a puestos de trabajo de acuerdo a su cualificación. “Es una situación difícil que requiere desde los pacientes mucha regulación emocional y establecer estrategias de afrontamiento a los problemas, además de no caer en el perfeccionismo”, explica la doctora en Psicología.