Donato Ndongo, periodista y escritor: “La dictadura de Teodoro Obiang intentó secuestrar a mi hijo en Murcia”

Aldo Conway

7 de abril de 2024 22:11 h

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“Una mañana, mi mujer dejó a mi hijo Pascual, que tenía seis años, en el colegio. A la media hora, las monjas le llaman para decirles que había venido un negro que hablaba bien español, bien vestido, intentando llevárselo. Yo vivía en Estados Unidos por aquel entonces, y de Missouri a Murcia son siete [husos horarios] de diferencia. Cuando tu mujer te llama llorando a las tres de la madrugada, te puedes imaginar. Se te cae el mundo encima”. A Donato Ndongo (Niefang, 1950) muchos lo consideran el mejor escritor africano en español de todos los tiempos. Es, además, uno de los principales enemigos intelectuales del régimen totalitario de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial y fue ministro de Exteriores del gobierno en el exilio. También fue delegado territorial de la Agencia EFE en África Central, director del colegio mayor universitario Nuestra Señora de África de Madrid y del Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo hasta 1994, cuando el secretario de Estado para la Seguridad, Manuel Nguema, lo hizo exiliarse a punta de pistola a la Región de Murcia. “Me dijo de parte del presidente que estaban hartos de mí y que me tenía que ir”.

Parapetado tras una mesa de oficina, se expresa con la urgencia de quien ha llegado a una conclusión peligrosa. Tras su mirada, desgastada por haber visto más de la cuenta, palpita un pulso de rabia consciente; late el desazón de quien renuncia a todo por principios. Su hijo Pascual, ahora con 24 años, duerme en el piso de abajo de su casa de Espinardo (Murcia). “Estuvo anoche de juerga con esas cosas de la huerta”, dice, refiriéndose a las fiestas de primavera de la Región. “Siempre les digo a mis hijos que podría ser multimillonario. Pero mi conciencia no está en venta. Obiang me propuso ser ministro hace muchos años. Le dije: ‘Señor presidente, dejen de matar a la gente’. ¿Cómo voy a colaborar con un asesino? Siempre me he negado y he pagado un precio por ello”. El escritor se encuentra en una situación delicada: el próximo día 26 de abril, el banco ejecutará su desahucio por impago de su hipoteca. Donato, de 74 años, casado y con dos hijos, denuncia el altísimo coste profesional que le ha supuesto su oposición a Teodoro Obiang. Según relata a elDiario.es, cobra la pensión mínima y no puede hacer frente a los gastos de casa. “Mis hijos están estudiando y esa es la única prioridad para mí, pero yo no tengo dónde ir, no tengo dónde dejar mis cosas”.

Ndongo vivió en España desde los 14 años y se licenció en periodismo en Barcelona y a partir de 1985 regresó a Guinea Ecuatorial para trabajar en el Centro Cultural. “En el año 87 Miguel Ángel Aguilar, que por entonces era el director de información de la Agencia EFE, me ofreció ser delegado allí, pero yo estaba muy cómodo en el Centro Cultural y no quería meterme en ese berenjenal, así que colaboré como corresponsal con algún artículo de vez en cuando. Nadie quería ser delegado, así que cuando en 1992 me dijeron: ‘O asumes la delegación de África Central o tenemos que cerrarla’, no pude rehusar”, añade. En esa época, los corresponsales que enviaba la Agencia duraban menos de un año.

El ayudante espía y las presiones de España

Para la tarea de cubrir la información para una zona en constante conflicto, Donato contaba con la ayuda de un asistente que resultó ser un espía del régimen. “Hacía el trabajo de becario, lo mandaba a hacer gestiones, ir al Ministerio a pedir unos papeles, hacer recados, pero no mucho más. Me pareció un buen chico y no le presté mucha atención. Ni siquiera era periodista. De haber sabido que hacía ese trabajo lo habría echado sin pensarlo”. La relación de la dictadura ecuatoguineana con la prensa es muy turbulenta: la salida de Ndongo Guinea supuso el éxodo del último periodista del mundo que informaba al exterior sobre lo que sucede en el país. “Yo no contemporizaba, yo era un profesional. Me ofrecieron dinero, me ofrecieron cargos; hasta me ofrecieron ser embajador en España, e incluso recibí presiones por parte del gobierno español. Si consideramos parte del gobierno español al director general de Política Exterior para África y Medio Oriente (Miguel Ángel Moratinos), que supongo que sí. Pero a mí me echaron de allí por la fuerza y no se supo en ningún sitio, porque Moratinos prohibió a EFE difundir lo que había ocurrido con su delegado en Guinea”. 

Tanto Andrés Esono, otro opositor guineano, como Donato Ndongo, sugirieron que Moratinos protegía a Obiang. A la pregunta sobre su relación con él, el exministro –en declaraciones telefónicas a elDiario.es Región de Murcia– ha respondido: “Toda mi actuación en esa época era para mejorar las relaciones [con Guinea Ecuatorial].” También añade que le perdió la pista a Ndongo cuando llegó a España. “Yo lo comprendo, sé que tiene una situación difícil y todos tenemos que trabajar por la mejor democracia en Guinea Ecuatorial y tenemos que trabajar todos juntos, pero que se dejen de obsesiones de unos y de otros. Aquí todos trabajamos por lo mismo, pero este señor decía ser ministro del gobierno en el exilio y no hay ningún gobierno en el exilio reconocido”. Por último, esta vez por Whatsapp, el ahora Alto Representante de las Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones, ha reiterado que: “Si hice declaraciones en su momento (...) seguirán siendo válidas. Nada que añadir”. Se refería Moratinos a lo que expresó a este mismo diario en 2022: “Estábamos haciendo todos los esfuerzos por conciliar y este hombre hacía su trabajo. Mi política ha sido siempre la misma: diálogo y acompañamiento hacia una democratización”.

El factor étnico complica esta democratización en un país con mayoría fang, en el que otras etnias aspiran a una representación que por ahora se antoja difícilmente alcanzable. “La idea”, continúa Ndongo, “es conseguir un gobierno para todos, un régimen de libertades en el que todos gocen de los derechos de ser guineano. Yo puedo ser fang y que un candidato bubi (otra de las siete etnias que componen Guinea) me resulte adecuado lo vote”. La clave de la democracia en África es no basar el voto en la afinidad étnica. Y, por supuesto, la no intromisión de potencias extranjeras.

En el despacho del ático de su casa, Donato interpela a las preguntas aireando un mechero con una mano y un cigarrillo con los dedos de la otra. Habla con tanto ímpetu que olvida encenderlo durante casi toda la entrevista. Las paredes están cubiertas por montañas de libros y revistas apiladas desde el suelo. Cuenta que tiene más de 8.000. “Llevo 22 años aquí y no me ha dado para comprar estanterías [se ríe], abajo, en el sótano, hay muchos más”.

Se instaló en Los Alcázares a finales de 1995, y en 2002 compró la vivienda en la que reside actualmente, cerca de la capital murciana. “Cuando llegué a España, la Agencia, que sabía lo que había tenido que vivir en esos nueve años, me dijo que no me preocupara, que descansase y que después ya veríamos a qué delegación iba a parar. Pero resultó que el director general de Asuntos de África, Moratinos, le dijo a EFE que me echara. Me llamaba domingo tras domingo. Le dije que yo no recibía órdenes del Ministerio, sino de la Agencia, y me dijo que la Agencia pertenecía al gobierno. Le expliqué que yo había hecho periodismo en España, y que en la asignatura de Historia del Periodismo, que aprobé con nota, aprendí la creación de la Agencia EFE. Solo por proteger a Obiang. Así que rescindieron mi contrato y me marché a Murcia a terminar mi libro, Los poderes de la tempestad, tranquilo, con mi mujer… a verlas venir”. Ante estas acusaciones, el ex ministro Moratinos niega que él tuviera capacidad alguna de interferir en su relación laboral con la Agencia.

En el año 2000 ganó el concurso para la creación de un centro de estudios africanos en la Universidad de Murcia y se convirtió en el director durante el rectorado de José Ballesta, actual alcalde de la ciudad. En 2004, rescinden de nuevo su contrato, esta vez sin explicaciones.

“Como director del Centro de Estudios Africanos me llamaban de la prensa para hacerme entrevistas muchas veces, y me preguntaban qué opinaba yo sobre ciertos temas. Supongo que incomodaba demasiado. También es que tenían unas cosas... me invitaron a participar en el centenario del conde de Floridablanca. ¡A mí! No tienen sensibilidad o no tienen ni idea, porque el conde de Floridablanca, que en Murcia lo consideran un santo, fue quien firmó con Portugal el acuerdo que cedía las colonias de lo que hoy es Guinea Ecuatorial porque España necesitaba una cantera propia de esclavos para llevar a América”. Pocos meses después, la Universidad de Missouri lo contrató como profesor asociado. Recuerda, con ironía, a un compañero de departamento que era camerunés. “Siempre nos estábamos lamentando de estar a 20 grados bajo cero. Un camerunés y un guineano tan lejos de casa. Joseph y yo nos preguntábamos qué demonios hacíamos ahí cuando podíamos estar tranquilamente en nuestro país, sin tener que pasar ese frío. No hay ni un solo africano que emigre por gusto, ni uno. Y conozco a millones, te puedes imaginar”.

La huella colonial

La huella colonial de los países africanos va más allá de los éxodos forzosos. Antes de Obiang gobernaba su tío, Francisco Macías Nguema. Hay un fenómeno que describe Ndongo en su libro Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial denominado afrofascismo, una pulsión anticolonial con un componente ultranacionalista muy marcado. Buena parte de los militares que ejecutan los golpes de Estado que se producen en África formaban parte de los antiguos ejércitos coloniales o han heredado su esencia, eminentemente represiva contra la población local, por lo que los regímenes dictatoriales suelen ser brutales. Macías trató de erradicar toda la huella española de Guinea Ecuatorial.

Según cuenta Donato, lo consiguió: “A día de hoy, lo único que queda de España en Guinea es el idioma. Existen siete etnias distintas, cada una con su lengua propia, pero la impronta común es la cultura española. Yo soy fang, que es la etnia mayoritaria, pero convivimos con otras seis y el español es la lengua vehicular entre todos. ¿Qué es lo que diferencia a un fang de Gabón o de Camerún de uno de Guinea? El español. Eso es lo que nos une. Macías prohibió el uso del español en Guinea”.

Sin embargo, el dictador no propuso una lengua común. “Si al menos hubiera impuesto, digámoslo así, un desarrollo de las culturas autóctonas, podría llegar a entenderse, pero esto no se dio. En aquellos tiempos, además, la gente era completamente analfabeta y este tipo pretendía volver a la selva, en el peor de los sentidos. Prohibió la importación de medicamentos, porque eran productos imperialistas, y propuso la medicina tradicional y que la gente fuese a buscar plantas medicinales a la selva. Quieren en convertir a Guinea Ecuatorial en Filipinas. Mira qué ocurrió allí con el legado español”, sentencia. “Solo que aquí en lugar del inglés, se ha impuesto el francés como lengua cooficial, un idioma que no habla nadie en un país de 800.000 personas. ¡Esa es otra! Ni siquiera han censado a la población, así que esa cifra se la inventan. Dice el gobierno que somos más de dos millones, pero sin un censo es imposible de saber. También se destruyeron partidas bautismales y de nacimiento durante la era de Macías”. Los edificios coloniales han ido cayendo uno por uno, se ha tratado de borrar todo vestigio de la presencia española. Si destruyes el legado que une a las etnias, son más débiles. Es lo que hacen los tiranos, los fascistas. Por eso lo fomentan“.

Donato hace multitud de gestos durante la entrevista señalando los montones de libros apilados de su despacho; dice que es capaz de encontrar lo que necesite, aunque le lleve algo de tiempo. Lo que se amontona allí y en el sótano de su casa es el trabajo de toda una vida. “No tengo dónde meter todo esto. Quieren que me vaya el día 26 y no tengo a dónde ir, así que si quieren que me vaya me van a tener que sacar. Van a tener que venir con la policía y sacarme a mí y sacar todas mis cosas, y que lo vea todo el mundo”, dice mirando a uno de los rincones. En la puerta metálica del porche, ya en la calle, Donato se cierra la chaqueta sobre la camisa y su mirada se dispersa entre las fachadas de los adosados de enfrente, los coches aparcados y el suelo con una expresión sombría, sin que su tono al hablar se endurezca. Mirada y voz como dos relojes en franco desacuerdo, sometidos a la tensión de dos impulsos.