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Barrionalismo en tiempos del coronavirus

Se atribuye al boxeador Mike Tyson la frase “todo el mundo tiene un plan hasta que le dan la primera hostia” y esto es un poco lo que nos ha pasado. Teníamos planes, metas y proyectos vitales por hacer, pero el puñetazo de la COVID-19 nos ha dado en toda la cara y ha puesto el mundo patas arriba. Cuando creíamos saber algunas respuestas, nos cambiaron todas las preguntas.

Afortunadamente, el estado de shock colectivo ha sido muy breve, hemos comprobado que somos una comunidad viva y resiliente, que responde y está a la altura. Esta terrible crisis sanitaria y económica ha puesto al descubierto la capacidad de reacción de la sociedad, que ha sacado lo mejor de sí misma. El coronavirus nos ha golpeado fuerte, es cierto, pero no estamos noqueados. Y así, en Pamplona-Iruñea y otros muchos lugares, hemos visto germinar iniciativas solidarias que fortalecen nuestra resistencia psicológica y nos animan a no tirar la toalla.

Una emocionante iniciativa surgida ya en el primer día del estado de alarma es el aplauso colectivo dedicado a quienes están en primera línea trabajando frente a la infección y el agotamiento. Pero además, ese aplauso de las ocho de la tarde también está funcionando como una terapia de grupo y catarsis colectiva, un punto de encuentro entre vecinos que hasta ahora eran prácticamente desconocidos. Gracias al aplauso colectivo los balcones toman vida y el barrio se hace uno.

También han nacido iniciativas barriales de apoyo mutuo que reconstruyen algunos de los cachitos rotos de la vida comunitaria. En los primeros días de cuarentena empezaron a aparecer carteles pegados en los rellanos y escaleras de los pisos ofreciendo ayuda logística al vecino que lo necesitara y, poco a poco, ese movimiento se ha ido transformando en una sólida red de apoyo, cariño y afecto que trata de ayudar a nuestros mayores; esas personas que sobrevivieron a una guerra, a una posguerra, trabajaron como mulas para sacar adelante a los hijos, nos empujaron durante la crisis y ahora ayudan con los nietos.

Tampoco nos podemos olvidar de las tiendas de barrio. Fruterías, pescaderías, carnicerías y panaderías de toda la vida que siguen al pie del cañón en estos momentos difíciles, ofreciendo reparto a domicilio a la gente más vulnerable y donando productos a residencias de mayores o al comedor social París 365. Sufridos autónomos que llevan compitiendo durante muchos años de forma desigual contra las grandes superficies, con mucho esfuerzo y una digna sonrisa. Por cierto, para los que vivimos el confinamiento en soledad, esa sonrisa será la única que nos regalará la semana.

Estas iniciativas fraternas, construidas desde las redes vecinales, generan un sentimiento de orgullo que podríamos llamar “barrionalismo”. Este peculiar concepto podríamos definirlo como una especie de patriotismo de barrio. Un patriotismo acogedor, que ayuda a crear un reconocimiento positivo hacia lo comunitario y teje complicidades entre los vecinos. “Ante la distancia social, solidaridad vecinal”, esa es la consigna.

Y es que un barrio no es grande por su número de habitantes, por la altura de sus edificios  o por el poder económico de sus vecinos; un barrio es grande por su tejido social, vecinal y comunitario. En otras palabras, un barrio es grande cuando se convierte en un territorio físico y humano de retos sociales compartidos, un espacio que reconoces y te reconoce.

El coronavirus ha sido un auténtico baño de realidad, nos ha hecho ver que somos más frágiles e interdependientes de lo que pensábamos. Por eso ahora necesitamos más que nunca cuidar el bien común, reivindicar la buena vecindad y fortalecer los lazos de solidaridad. Necesitamos levantarnos del golpe, encontrarnos y reconocernos. Lo dijo el poeta Fernando Pessoa con palabras más hermosas: “Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída un paso de danza, del miedo una escalera, del sueño un puente, de la búsqueda un encuentro”.

Se atribuye al boxeador Mike Tyson la frase “todo el mundo tiene un plan hasta que le dan la primera hostia” y esto es un poco lo que nos ha pasado. Teníamos planes, metas y proyectos vitales por hacer, pero el puñetazo de la COVID-19 nos ha dado en toda la cara y ha puesto el mundo patas arriba. Cuando creíamos saber algunas respuestas, nos cambiaron todas las preguntas.

Afortunadamente, el estado de shock colectivo ha sido muy breve, hemos comprobado que somos una comunidad viva y resiliente, que responde y está a la altura. Esta terrible crisis sanitaria y económica ha puesto al descubierto la capacidad de reacción de la sociedad, que ha sacado lo mejor de sí misma. El coronavirus nos ha golpeado fuerte, es cierto, pero no estamos noqueados. Y así, en Pamplona-Iruñea y otros muchos lugares, hemos visto germinar iniciativas solidarias que fortalecen nuestra resistencia psicológica y nos animan a no tirar la toalla.