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Dime la verdad

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En aquellos tiempos salir a la calle en ocasiones comportaba un riesgo. Mucho más si la intención era protestar legítimamente o si llevado por un compromiso político o social ibas a exhibir una pancarta, repartir propaganda o dejar plasmado tu mensaje en una pared. 

Eran tiempos de represión feroz en los que una detención podía suponer malos tratos o tortura. Los disparos al aire causaban víctimas y la impunidad de los victimarios añadían más dolor a quienes padecían los atropellos del poder. Situaciones inadmisibles han perdurado demasiado en el tiempo. No hace mucho se ha condecorado a un policía condenado por torturas, y las víctimas del estado han sido ignoradas padeciendo un tratamiento asimétrico que les niega reconocimiento y derechos generándoles, aún hoy, más dolor. 

Había también otras víctimas a las que no era extraño considerar acreedoras de un castigo merecido o simplemente se les ignoraba y se callaba. Eran aquellas personas que tenían que llevar escoltas mirar debajo del coche o ver su nombre en una diana. Eso con suerte de no terminar siendo ellas la diana de un atentado. Esto por pensar distinto ejercer un compromiso político en partidos “inconvenientes” o ejercer una profesión cuyo ejercicio en libertad no era aceptable.

Es de desear un futuro compartido con relatos múltiples que se puedan compartir

Venimos de un pasado violento que ha generado sufrimientos injustos y rupturas vitales, pero si algo hemos escuchado de las víctimas de la violencia, de todo tipo de violencia, es que la inmensa mayoría de ellas no odian y que lo que reclaman sobre todas las cosas es la verdad y el reconocimiento que a muchas les es negado. Reconocer al otro y el sufrimiento de la otra persona es un ejercicio de fortalecimiento social sanador de las personas que han padecido y de la propia sociedad que no siempre estuvo a la altura de este padecer.

Cada una dependiendo de su experiencia particular tendrá un relato diferente de lo que pasó. Ninguno es falso si no es excluyente y si siempre se construye sobre un suelo ético en el que se reconozca el horror que se padeció y por serlo fue también un error. 

Estamos dando pasos importantes, aunque aún nos queda mucho por andar. Todo lo que se haga en esta dirección sin duda es una valiosa aportación a la convivencia democrática que alimenta el propósito de construir un relato firme e inclusivo que aporte valor  a la cohesión social.

Es de desear un futuro compartido con relatos múltiples que se puedan compartir también. Difícil, sin duda, pero necesario para aprender de los errores y no repetirlos sacando esta cuestión de la pugna por la posesión de la verdad absoluta recordando lo que don Antonio Machado proclamó en su tiempo, también convulso: “Tu verdad no la verdad y ven conmigo a buscarla la tuya guárdatela”.

En aquellos tiempos salir a la calle en ocasiones comportaba un riesgo. Mucho más si la intención era protestar legítimamente o si llevado por un compromiso político o social ibas a exhibir una pancarta, repartir propaganda o dejar plasmado tu mensaje en una pared. 

Eran tiempos de represión feroz en los que una detención podía suponer malos tratos o tortura. Los disparos al aire causaban víctimas y la impunidad de los victimarios añadían más dolor a quienes padecían los atropellos del poder. Situaciones inadmisibles han perdurado demasiado en el tiempo. No hace mucho se ha condecorado a un policía condenado por torturas, y las víctimas del estado han sido ignoradas padeciendo un tratamiento asimétrico que les niega reconocimiento y derechos generándoles, aún hoy, más dolor.