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El pensamiento no puede tomar asiento

Hace unos días nos dejó Luis Eduardo Aute; un poeta hedonista, escéptico y admirador de la belleza. Aute entregaba sensibilidad en cada canción. No gritaba, no le hacía falta, tenía otra manera de decir las cosas, con su voz cálida iba desmigando cantos suaves: “Que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso, de paso, de paso”. 

Aute nos enseñó que el razonamiento debe estar en permanente construcción y que hay pocas certezas definitivas. Conocerse es empezar a corregirse. 

Por eso, en estos tiempos de opiniones rotundas sobre asuntos complejos, creo que es bueno mantener ese escepticismo que reivindicaba Aute, se hace necesario cuidar un pensamiento crítico. 

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, parece que dudar de una idea u opinión en función de los argumentos de los otros es tarea imposible. Y eso es debido, entre otras cosas, a que ciertos análisis y opiniones tienen mucho de identidad construida y poco de pensamiento en construcción. 

Me explico; en el debate dialéctico hemos pasado del “yo pienso” al “yo soy”. Unimos nuestra opinión a nuestra identidad. Por lo que si alguna persona interpela nuestro argumento, no sólo entendemos que está cuestionando una opinión sino que además está enmendando algo más importante; nuestra visión de las cosas y la forma en que nos 'miramos', de tal manera que lo interpretamos como un ataque personal.

De ahí la crispación, la hostilidad y la cerrazón; ya que si alguien pone en duda nuestra identidad está tocando algo muy profundo de nosotros mismos. Y, claro, es fácil cambiar de opinión, pero es difícil cambiar una autoimagen construida a lo largo de una vida. Eso conllevaría enfrentarse a nuestro 'yo', a mover vigas maestras.

Así pues, el debate y la reflexión degenera en una disputa emocional, en una trifulca entre forofos. El diálogo se vuelve inmóvil, ya que la trascendencia de una idea depende de “quien lo dice” y no “qué dice”. Llegados al enroque, poco se puede hacer; no puedes disuadir con razones a nadie de algo de lo que no fue convencido por razones, dijo Jonathan Swift.

A esto hay que sumar el papel que juegan las redes sociales. Nos rodeamos de amigos virtuales e información amiga que siempre confirman nuestras creencias apriorísticas y, poco a poco, vamos creando una burbuja que potencia nuestro propio relato. Llegamos a pensar que la mayoría piensa lo mismo que nosotros. Resultado: más identidad de tribu, más autoafirmación, más crispación.

La crispación ciudadana tiene consecuencias nefastas para la democracia: los actores políticos ven a sus rivales como enemigos ilegítimos y no como adversarios, lo cual reduce las posibilidades de llegar a acuerdos. Y si no podemos reconocer las razones de los demás, es difícil que el diálogo y el debate sean constructivos. 

Este es un problema que se acrecienta durante la actual crisis sanitaria y económica, ya que en estos momentos necesitamos más que nunca un amplio pacto social. Un acuerdo de muchos sectores sociales que ponga en valor el contraste de opiniones y el respeto a las diferencias, pero que trabaje unido por un proyecto de país integrador, fraterno y democrático. 

Por eso, si queremos evitar el resentimiento social debemos aplanar la curva de la crispación. Un primer paso podría ser empezar a reconocer los aciertos del contrincante, lo cual no debería significar debilidad, sino madurez política. Antonio Gramsci nos apunta otra razón de peso para hacerlo: “Comprender y valorar con realismo las posiciones del adversario permite liberarse de la prisión del fanatismo ideológico”.

En definitiva; el pensamiento crítico tiene que estar libre y en movimiento, piedra que rueda no cría musgo. Dosis de apertura, moderación y respeto son algunos de los ingredientes necesarios para construir diferentes perspectivas, enfoques y horizontes del pensar. No parece receta sencilla en estos días raros pero, ya lo dijo Eduardo Galeano, dejemos el pesimismo para tiempos mejores.

Hace unos días nos dejó Luis Eduardo Aute; un poeta hedonista, escéptico y admirador de la belleza. Aute entregaba sensibilidad en cada canción. No gritaba, no le hacía falta, tenía otra manera de decir las cosas, con su voz cálida iba desmigando cantos suaves: “Que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso, de paso, de paso”. 

Aute nos enseñó que el razonamiento debe estar en permanente construcción y que hay pocas certezas definitivas. Conocerse es empezar a corregirse.