Ricardo Angora llegó de la isla griega de Lesbos hace apenas tres semanas. Puerta de entrada a Europa para miles de refugiados, hoy todavía conserva en la retina la dura experiencia allí vivida. Psiquiatra del hospital 12 de octubre de Madrid, Angora fue presidente de Médicos del Mundo entre 1998 y 2004. Hoy sigue ejerciendo labores de cooperación y voluntariado.
¿Con qué percepción ha vuelto?
He visto a gran cantidad de gente que huye de zonas de conflicto, de sus países en busca de lugares seguros, donde vivir libremente, sin discriminación, donde llegar a tener una vida normalizada. Algo que ahora en su país de origen es totalmente imposible. El 50% de las personas que llegan a Lesbos viene de Siria. Según datos de ACNUR, el 20% viene de Afganistán y menos del 10% de países como Irak, Republica centroafricana o Somalia, donde actualmente están con un conflicto activo. Para que te hagas una idea, entre el 80% y el 85% de quienes llegan a la isla han partido de un país en pleno conflicto. No vienen buscando una mejor situación financiera, quieren poder vivir de manera segura y con la garantía de unos derechos básicos.
¿En qué situación llegan?
Llegan muy mal. La ruta migratoria es muy larga, dura y extremadamente exigente. Desde Afganistán, por ejemplo, tardan hasta tres semanas en realizarla. Primero han de cruzar el país, cruzan la frontera con Irán, después Irán y su frontera con Turquía. Son rutas peligrosas, muy duras. Y las realizan hacinados en coches o pequeños autobuses. En vehículos con capacidad para cinco personas viajan 9 o 10.
Organizado todo, imagino por pequeños grupos criminales?
Por organizaciones criminales que trafican con estas personas y que están muy bien organizadas. Según me han contado en Lesbos, quienes querían salir de Afganistán, por ejemplo, tenían que desembolsar por adelantado cuatro mil dólares y una vez ya en Turquía, otros mil. Cinco mil dólares en total en los que no se incluía la comida del trayecto, un viaje en el que tenían que aguantar vejaciones de todo tipo. El cruce en barco les cuesta una media de 1200 dólares. Si la mar está en muy malas condiciones bajan los precios, entonces económicamente, se lo pueden permitir más personas pero el riesgo de morir es muchísimo mayor. Y aun así se juegan la vida.
Y de ahí las condiciones en las que llegan a la isla…
Sí claro. Llegan muy mal físicamente, mal alimentados, sobre todo los más pequeños, con dermatitis e incluso parásitos en la piel debido a la mala higiene. Y llegan niños, embarazadas, enfermos crónicos…. Llegan físicamente muy mal pero mentalmente mucho peor. Por la dureza y el estrés que supone la realización de la ruta y por lo que traen ya de antes. Duros capítulos de asesinatos, abusos y la violencia que han sufrido en sus países de origen.
Y nosotros, cree que desconocemos u olvidamos esa parte psicológica?
La cuestión es que nosotros no conocemos toda esa realidad hasta que se abren y nos la cuentan. Sacan fuerzas para llegar a su destino, fuerzas físicas que es lo que nosotros vemos en la televisión y en los periódicos, incluso quienes estamos allí, pero luego les preguntas por su situación emocional y entonces es cuando sale todo ese sufrimiento psicológico. Y a eso hay que sumar, además, lo dura que es la situación a su llegada. Necesitan entre 2 y 3 días para lograr registrarse; no conocen el idioma, ni la cultura, ni siquiera saben los derechos que tienen y hay quien valiéndose de esa vulnerabilidad se aprovecha y abusa de ellos.
Cuál es entonces su labor?
Médicos del Mundo tiene allí un equipo de profesionales que atiende las enfermedades derivadas de heridas que han podido sufrir en la ruta pero hay también un equipo psicosocial. Un equipo que trata los trastornos de sueño, de ansiedad, los ataques de pánico o las somatizaciones psicológicas. Date cuenta que muchos es la primera vez que ven el mar, están apiñados en barcazas expuestos totalmente, arriesgando por completo sus vidas y eso les descontrola. Muchos sufren un auténtico trauma.
Y todos los que llegan son tratados por igual o tienen distintos programas?
Tenemos tres programas. Uno para acompañar a los menores que llegan solos hasta que son trasladados a un centro de acogida en alguna ciudad importante. Un segundo programa para los supervivientes de un naufragio. Estos requieren un alojamiento especial. Muchos han pasado horas en el mar hasta que son rescatados y por eso se les anima a no estar solos, a que cuenten lo que han vivido, a que intenten descansar… y un tercero dirigido a quienes han perdido algún ser querido durante el trayecto. Vienen con un importante sentimiento de culpa, que es muy difícil de quitar, una desesperanza por haber perdido a sus pequeños que no se puede consolar. Estos casos necesitan mucho apoyo. Es muy traumático para ellos y es importante que en momentos así no se sientan intrusos.
Es más importante en estos casos estar a su lado?
Sí. Les acompañamos para que no pasen solos el más duro de los tragos. Primero tienen que identificar a sus familiares muertos por foto ante la guardia costera y después el cuerpo en el depósito de cadáveres. Lo único que intentamos es humanizar es momentos de tanto dolor. En ocasiones solicitan ceremonias de despedida y nosotros somos los que lo gestionamos con las asociaciones locales. También el tema de las repatriaciones.
Son las cicatrices psicológicas peores que las físicas?
Por supuesto. Estos procesos de duelo pueden derivar con el tiempo en trastornos mentales. No suelen ser trastornos graves pero sí son problemas que les acompañarán el resto de sus vidas. Son personas que han pasado un trauma, y merecen una protección especial. Creo que todas ellas deberían poder ser tratadas, que tuvieran acceso a un apoyo desde los servicios sociales única y simplemente por toda la dura situación que han vivido.