La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

La familia Sagardia Goñi, el crimen que ocultó la Guerra Civil

N. Elia

La entrada a la sima de Legarrea es un pequeño hueco en la roca. Ubicada en una zona boscosa de Gaztelu (Donamaría), se había convertido durante años en un vertedero al que se habían arrojado todo tipo de objetos, muebles, electródomésticos, y numerosos residuos. Así que la basura fue el primer obstáculo contra el que tuvo que trabajar el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, encabezado por el forense Paco Etxeberria. Su encargo,  averiguar si el abismo de 50 metros bajo tierra escondía la respuesta al misterio que envolvía la desaparición de Juana Josefa Goñi Sagardia, embarazada de siete meses, y la de seis de sus siete hijos. Han tenido que pasar 80 años para que los restos de esta mujer y de sus pequeños confirmen lo que hasta el momento había sido solo un rumor: que Juana Josefa Goñi y sus hijos fueron arrojados a la sima de Legarrea en agosto de 1936 por sus propios vecinos.

“¿Por qué? ¿Por qué se cometió este crimen? Creo que es la pregunta con la que nos vamos a quedar para siempre”. Nati Arizkorrieta es sobrina nieta de Juana Josefa y, aunque estuvo presente en Legarrea cuando se produjo la extracción de los restos junto con otros familiares de la fallecida, explica que no siente satisfacción. “Es raro, es una sensación rara”, dice, porque por una parte se ha producido la confirmación oficial de que a su tía abuela la mataron en la sima, y la leyenda no era sólo leyenda; pero, por otra parte, continúan sin respuesta los cientos de preguntas que la familia se hace en torno al trágico suceso. “¿Por qué?”.

También estuvo presente en Legarrea el escritor José María Esparza, autor del libro “La Sima, ¿qué fue de la familia Sagardia?, y que lleva años investigando y recopilando la documentación obrante sobre lo ocurrido hace 80 años. Fue el propio Esparza quien indicó a los familiares de la fallecida el lugar en el que se encontraba la sima, ya que las propias sobrinas nietas de Juana Josefa desconocían dónde había sido arrojada su tía abuela: ”La ama siempre decía que la habían echado a un zulo“.

Esparza publicó su libro tras largas conversaciones con las primas de Juana Josefa Goñi, tras analizar el sumario llamado “Causa 167” (que fue abierto y cerrado hasta en tres ocasiones entre los años 1937 y 1946) y tras contextualizar el “mito” de que la mujer y seis de sus siete hijos habían sido arrojados a la sima por sus propios vecinos. “Fue uno de los crímenes más horrorosos cometidos al amparo de una guerra civil que armó a la población civil, la envalentonó y le dio pie a cometer atrocidades como ésta”, asegura categórico el escritor.

Un muro de silencio ha impedido durante 80 años el esclarecimiento del crimen. No fue Esparza el primer editor interesado en conocer qué había ocurrido, ya que el propio José María Jimeno Jurío había indagado en los archivos municipales en busca de documentos que explicasen la desaparición súbita de Juana Josefa Sagardía y seis de sus hijos. Así se acreditó el matrimonio de Pedro Antonio Sagardia Agesta y Juana Josefa Goñi Sagardia en 1919 y el nacimiento de sus dos primeros hijos en Donamaría y del resto en Gaztelu, donde fijaron su domicilio en la casa conocida como “Arrechea”.

Desaparece la familia

Pedro Sagardia figuraba como carbonero de profesión y consta que se enroló con el Tercio de Santiago, requeté, que le llevó al frente de guerra. Pero un año más tarde, en agosto de 1937, pidió poder volver a su casa para saber del paradero de su familia, de la que llevaba un año entero sin noticias. Esparza recoge en su libro que la desaparición de su mujer y seis de sus siete hijos, el 30 de agosto de 1936, estuvo precedida de una asamblea que celebraron los vecinos y en la que acordaron expulsar a la familia del pueblo tras acusarles de haber cometido pequeños robos en las huertas del pueblo. Pero cuando Pedro Sagardia volvió a Gaztelu, no sabía nada de ello. Tampoco los vecinos le contaron lo sucedido.

En un extracto de la denuncia que Pedro Sagardia puso por la desaparición de su familia, se recogen las desavenencias que se producían entre la familia y el resto de los vecinos: “El año pasado 1936, a principios del mes de agosto, se hallaba el denunciante trabajando en los montes de Eugui, cuando recibió aviso de su mujer, que acudiese al pueblo de su residencia, Gaztelu, pues había sido conminada por la Autoridad para abandonar la casa y pueblo. Como posteriormente no ha hablado ya con su familia, ignora el denunciante qué autoridad fue la que ordenó a su familia salir de la casa y pueblo, y por tanto no puede precisar si fue el alcalde del pueblo, el del Ayuntamiento, o la Guardia Civil del puesto de Santesteban a cuya demarcación corresponde Gaztelu, como tampoco puede precisar las causas, toda vez que tanto el denunciante como su esposa han votado en todas las elecciones (con excepción de las últimas en que no votó el denunciante por hallarse ausente trabajando) a la candidatura de las derechas”.

Según la tesis defendida por Esparza, el crimen de la familia Sagardia no fue ideológico. “Al menos, no hubo una motivación política al uso de aquel tiempo, salvo por el hecho de que tuviera un cuñado rojo”, aclara el editor. Descartada la teoría del crimen político, ¿qué motivó a los vecinos a arrojar a la sima a Juana Josefa? Tampoco a su marido se lo aclararon. Según consta en la denuncia, cuando Pedro Sagardia volvió a Gaztelu “no le fue permitido entrar en el pueblo” y los vecinos constituidos en guardia, entre ellos el entonces alcalde,  le arrestaron y le condujeron detenido hasta el cuartel de la Guardia Civil de Santesteban. Encarcelado durante una semana, ni se le tomó declaración ni se le acusó de delito alguno. Cuando le soltaron, le advirtieron que no volviera a Gaztelu y que se marchase de allí.

Tiros en el monte

Pedro Sagardia preguntó a los vecinos por el paradero de su familia, pero sólo una mujer, Teodora Larraburu, se dirigió a él para explicarle que Juana Josefa, cumpliendo la orden de “la autoridad”, se había marchado de Gaztelu con sus hijos y algunos enseres para instalarse en el monte, entre Santesteban y Legasa, en una caseta que construyó como cobijo. Teodora Larraburu contó a Pedro Sagardia que el último domingo de agosto había oído tiros en el monte, que a la mañana siguiente la caseta había sido pasto de las llamas y que, desde aquel día, no había sabido nada de Juana Josefa, de la que era íntima amiga. Pedro Sagardia falleció en 1952 sin saber qué había sido de su familia.

Tampoco su hijo mayor, que se libró de la sentencia a muerte porque se encontraba trabajando fuera de Gaztelu cuando los vecinos expulsaron a la familia del pueblo, ha podido ser testigo de la recuperación de los restos de su madre y sus hermanos. Falleció en 2007 sin ningún tipo de confirmación oficial de que su familia hubiera sido arrojada a la sima de Legarrea.

Pero así fue. Uno a uno, el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi recuperó los restos de los siete cuerpos. «Los restos han aparecido en la vertical, mientras que el resto lo habían hecho a unos seis metros. La explicación nos la da la propia sima, porque menos la madre y uno de los hijos, el resto cayeron en una especie de rampa y rodaron por ella», certificaba Paco Etxeberria. «Son los huesos de las caderas de todos, de menor a mayor: de Asunción, que tenía año y medio, José de tres, Martina de 6, Pedro Julián de 9, Antonio de 12 y Joaquín de 16. Y también los huesos de la cadera de Juana Josefa, de 38 años, de un fémur, de huesos de ambos brazos, del hombro y de la clavícula, y un hueso del brazo de Antonio, el hijo de 12 años. Además hemos encontrado tres suelas de caucho, de las alpargatas», explicaba.

El Ayuntamiento de Gaztelu ha cedido a los familiares de la familia Sagardia, que en su mayoría viven en Guipúzcoa, un nicho del cementerio familiar para que puedan enterrar allí los restos de Juana Josefa y de sus hijos. “Vuelven a Gaztelu, que era lo que ellos querían y que era su pueblo”, explicaba una sobrina nieta de la fallecida. 80 años después, el silencio sobre este asunto sigue instalado entre los vecinos.