Resulta difícil pronunciar su nombre: Auður Ava Ólafsdóttir. La escritora islandesa ha presentado su último libro, La verdad sobre la luz (Alfaguara), en un desayuno y una larga jornada de entrevistas en Madrid. No parece cansada, y sí muy entusiasmada, hablando de esta novela en la que la palabra ljósmódir, que significa madre de la luz, da pie a una interesante reflexión sobre la dualidad que impregna irremediablemente nuestra existencia. Luz y oscuridad, vida y muerte, bebé y adulto, frío y calor, calma y tempestad, pasado y presente.
En un contexto en el que alabamos la escala de grises, Ava Ólafsdóttir nos plantea recorrer las contradicciones que explican la esencia de la vida. “Si quieres escribir una oda a la vida, debes hablar también de la muerte”, dice. Dicho y hecho. En 175 páginas, dos matronas, la joven Dýja y la ya fallecida tía Fífa, nos recuerdan que, ante todo, somos pura vulnerabilidad. ¿Hay un momento en el que seamos más frágiles y dependientes del otro que en el nacimiento?
Cuenta al inicio del libro que la idea surgió cuando los islandeses votaron por su palabra favorita en islandés, y la que la mayoría consideraba la más hermosa era ljósmódir, que significa literalmente 'madre de la luz' y que es la palabra islandesa para matrona. ¿Cómo son valoradas en su país las matronas?
En Islandia, las matronas desempeñan un papel crucial en el proceso de embarazo y parto, y son muy apreciadas por las mujeres. A pesar de su impacto significativo en la salud materna, y de ese reconocimiento, las condiciones laborales, los horarios y los salarios no reflejan de manera adecuada la importancia de su labor. Este fenómeno no es exclusivo de Islandia; se observa en otras sociedades y profesiones mayoritariamente femeninas. La desigualdad salarial y las condiciones laborales precarias de las matronas son un reflejo de un problema más amplio relacionado con la devaluación histórica de trabajos que tradicionalmente han sido desempeñados por mujeres. Este fenómeno, conocido como brecha de género salarial, persiste en diversas profesiones donde las mujeres son mayoría, a pesar de la crucial contribución que realizan.
El libro comienza con la escena de un nacimiento que muestra un bebé desnudo e indefenso, “sin pelo ni plumas que lo protejan, ni escamas ni vello corporal”, que es recibido por las manos de la matrona que le ayuda en esa transición de la oscuridad a la luz.
Sí, la novela arranca con la escena de un parto en la que vemos la llegada de un ser pequeño y frágil que es ajeno a su identidad y al mundo que le rodea. El parto es una experiencia desafiante y un rito de paso necesario para que el bebé pueda enfrentarse a la luz del mundo. En este acto primordial, al nacer, reconocemos nuestra dependencia de otros, ya que necesitamos el sostén de esas manos.
El simbolismo del nacimiento refleja la transición desde la oscuridad del vientre materno hacia la claridad del mundo exterior. El bebé debe adaptarse a la luz que ahora le rodea. Este contraste sutil invita a explorar las complejidades de la existencia, planteando interrogantes fundamentales sobre el propósito de la vida y la dualidad inherente entre la oscuridad y la luz. Este punto de partida puede servirnos para reflexionar sobre si la muerte otorga significado a la vida y si la oscuridad es la que confiere sentido a la luz.
Luz y oscuridad; calor y frío; pasado y presente; vida y muerte. ¿Por qué le interesa resaltar esta oposición?
Pienso que si quieres escribir una oda a la vida, debes hablar también de la muerte, y esto es lo que hago en La verdad sobre la luz. La primera frase del libro dice que, para morir, un ser humano primero tiene que nacer. Si quieres hablar de la importancia de la luz en un mundo oscuro, tienes que empezar hablando de la oscuridad. Por eso elijo la Navidad como el momento en el que se desarrolla la novela, porque es el momento de más oscuridad para los islandeses, y yo creo que eso puede ayudar a entender la importancia y el significado de la luz. El libro reduce al ser humano a un animal perdido, frágil, que está hecho de contradicciones. Dentro de una persona hay luz y hay oscuridad. Busca averiguar cuál es el significado de tener esa contradicción dentro de nosotros y darle sentido.
¿La luz es también esperanza?
Creo que es un libro sobre la esperanza, no sobre la oscuridad. La tía abuela de la protagonista de la novela piensa que el ser humano nace para amar, que ese es su fin último. La cuestión es cómo ese animal tan frágil, tan inocente, que nace siendo un ser vivo de apenas 50 centímetros, acaba pudiendo convertirse en algo tan cruel. Qué es lo que le pasa a un bebé con el tiempo para que esto pueda ocurrir.
El libro es una oda al débil y esto nos lo muestra la tía abuela: ella no cree en el ser humano, pero sí cree en los bebés y en los poetas (que tienen aún ese niño interior), y cree que la poesía salvará el mundo.
Dice que el ser humano nace para amar. Una reconocida psiquiatra española suele decir que los bebés nacen enamorados de sus madres. Es ya su primer gran amor, ¿no cree?
Sí, desde luego me parece muy interesante. Yo pienso que el vínculo de los bebés con el padre puede ser tan fuerte como con la madre. En un libro que publiqué hace 10 años, Rosa cándida, hablo precisamente sobre la sensibilidad masculina y la paternidad tomando como protagonista a un chico joven que se convierte en padre por accidente y se hace cargo del bebé, le cuida y cuida a la madre. Muchas lectoras me escribieron diciendo que a ellas les gustaría tener a su lado a un hombre así, que las cuidase y que cuidara de verdad al bebé.
Cuando los padres están presentes es más fácil que se impliquen en el cuidado de los hijos. En Islandia, las familias disponen de cuatro meses para cada uno, y después de otros cuatro que la familia puede repartirse como desee o necesite. En algunos países nórdicos la familia puede llegar a tener dos años de permiso. Yo creo que esto facilita mucho que el bebé sea mejor cuidado.
¿Es casual que ni Dýja ni su tía abuela hayan sido madres?
Cuando estaba escribiendo este libro descubrí que antiguamente las comadronas en Islandia no tenían hijos. En el libro, la tía abuela no ha tenido hijos y desea que su sobrina, la protagonista de la historia, herede su sabiduría. Por eso le deja los manuscritos en los que ha ido volcando todo su saber y su experiencia, porque quiere que Dýja sea la receptora de todo esto. Es verdad que ella no ha sido madre, pero sí hay una historia detrás de ello que explica por qué no lo es (y que no está relacionada con la historia de la tía abuela).
Escribió sus primeras novelas con sus hijos jugando a su alrededor en la misma habitación. ¿No necesita una habitación propia para escribir?
No, realmente yo no he necesitado nunca esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf. Reconozco que en mi caso tengo capacidad para poder escribir en cualquier sitio: en el coche, mientras estoy esperando a alguien… Puedo incluso estar hablando con una persona, y que una parte de mi cerebro esté pensando en el siguiente proyecto. ¡Se puede decir que siempre estoy trabajando! (risas).
Creo que fue Bob Dylan quien dijo que escribía muchísimo mejor cuando el mundo a su alrededor se movía. Yo me siento un poco así. Tengo amigos escritores (hombres) que sí tienen su despacho para escribir, algunos incluso han convertido su garaje en una zona de escritura. Yo, aunque sea escritora profesional, sigo escribiendo en un ordenador antiguo, que en cualquier momento me explota en la cara, y escribo en cualquier sitio, como te decía. Tengo malos hábitos, pero me funcionan.
Y sus libros han sido traducidos a más de 30 idiomas…
Yo era profesora en la universidad y al mismo tiempo criaba a mis hijas, así que escribía en ratos libres, en vacaciones, aprovechando todo el tiempo que podía, pero siempre soñé con poder dedicarme a la escritura profesionalmente como hago ahora. Levantarme por la mañana y ponerme a escribir mis libros es un sueño hecho realidad.
¿Cómo elige los temas para sus novelas? ¿Siempre es inspiración que llega o hay temas que despiertan en usted un mayor interés?
Lo que más me inspira es el silencio. Islandia es como un gran monasterio silencioso y eso me ayuda mucho a encontrar continuamente temas sobre los que escribir.
Yo empecé a escribir tarde, como muchas mujeres, porque tenía un trabajo, una familia y unos niños a los que cuidar, pero sobre todo era que sentía que aún no estaba lista, no tenía la suficiente madurez para decir lo que quería. Necesitaba vivir, probar, experimentar, para poder escribir estos libros más existenciales. Espero no ser pretenciosa diciendo esto, pero sentía que necesitaba vivir más para poder ofrecer la mejor versión de los libros que ya estaban dentro de mí.
En cuanto a los temas, yo escribo a través de imágenes, y creo que esto es así precisamente por ser historiadora del arte. Escribir desde imágenes es algo bastante poético. Ese es mi punto de partida.