Querida Marie Kondo:
Tú no me conoces, pero yo a ti, inevitablemente, sí. Y no porque sea una fanática del orden o porque no aprecie tu trabajo: tu misión, la de provocar alegría a través del orden, me parece loable y elevada. Digo que te conozco inevitablemente porque, desde hace años, es imposible no toparse contigo en periódicos, revistas, televisiones y conversaciones. Hasta he llegado a conocer a personas que han asumido tu método konmari en sus vidas y no han dejado de evangelizar sobre el mismo e intentar captarme para la causa.
Yo, Marie, lo asumí como imposible incluso antes de ser madre. No sé si seré capaz, de hecho, de transmitir la frustración que, involuntariamente, has provocado en mí. Te cuento: nunca fui la más ordenada en mi casa materna, pero sí es verdad que intentaba disimular y que me trabajaba esconder el mess tras las puertas de armarios y cajones. Cuando salí de mi Zaragoza natal para estudiar Periodismo en Madrid, viví varios años en una residencia de estudiantes. Era una residencia de monjas y, aunque nuestras habitaciones tenían sus propias llaves, ellas tenían las de todas y, de vez en cuando, se paseaban para echar un “inocente” vistazo a nuestras leoneras. Recuerdo las palabras de Carmen, la directora de la residencia, cuando tocaba redada: “El reflejo del orden de tu habitación es el reflejo de tu interior”. Por supuesto, a mí en ese momento me daba bastante igual. Disimulaba un poquito, decía que sí a todo y seguía a lo mío.
Pero, ay, cómo me acuerdo de Carmen cuando me descubro arrojando a mi hija de 12 años la misma perorata. Y no lo he hecho una vez, ni dos. Ya se la sabe de memoria y, aunque me hace un caso relativo, confío en que el mensaje cale y se eche unas risas si, eventualmente, alguna vez ella es madre y suelta esta frase heredada a sus criaturas.
Hojeo el prólogo de tu nuevo libro, El método Kurashi, y “¿Qué es lo que más te importa?” es la primera frase. Me hago la pregunta y me contesto: tener salud y no gritar por las mañanas cuando intento que mis criaturas salgan limpias a tiempo para no llegar tarde al cole y empezar el día con risas y cariños y que todo fluya y... Porque Marie, alucinarías un lunes a las ocho de la mañana en mi casa, cuando mi hijo tiene sueño y no quiere despertarse para ir al cole, porque se aburre y no le gusta. Cuando todos los días de mi vida, a la media hora de haber salido mi hija de la ducha, le tengo que recordar que recoja la ropa que ha dejado tirada en el suelo del cuarto de baño. Pienso en ti y siento que soy la antiheroína, es lo que hay. Cuentas que has integrado el orden en los ratos de juegos. Hablas de la armonía y los tiempos y me pregunto si los Lego nunca habrán poblado el suelo del salón de tu casa, si nunca habrás pisado una pieza de esas diminutas ni soltado un improperio al hacerlo.
Marie, todo bien. Pero quiero que sepas que a mí, como a otras muchas madres, nos has hecho sentir una frustración tremenda. Porque nos vendiste un imposible. Y no solo a nosotras: lo has hecho tan bien que hasta has vendido cursos y titulaciones. Has hecho del orden una profesión. Hasta dos series en Netflix.
Me siento aliviada otra vez, Marie, al leer tus declaraciones en las últimas entrevistas de promoción sobre tu libro. Creo, de hecho, que la mayoría de las fotos que lo adornan y dan fe de un hogar aséptico, limpio y ordenado no son las de tu propia casa. Pero claro, no dejemos que la verdad nos arruine una buena historia.
Me siento aliviada porque has confesado que, tras tres criaturas, mantener el orden en tu casa no solo no es posible, sino que ha dejado de ser una prioridad para ti. Y mira que de este negociado come toda tu familia, que me he enterado de que tu marido es el CEO de KonMari Media. También he leído que habéis dejado la refulgente ciudad de Los Ángeles para volver a Japón, donde están vuestras familias. Marie, qué alegría me das. No solo porque tus palabras derriban los mitos, sino porque también muestran las debilidades, la necesidad de la tribu y, un poquito también, la mentira de las redes sociales. Supongo que con tres criaturas ya sabes de qué va esto. Yo, cuando te leo, pienso en Mónica de la Fuente cuando, en su libro Adiós expectativas, hola realidad (Zenith, 2022), escribe que “la maternidad es despertarte antes del alba para tomarte el café en soledad y ver nuevas oportunidades en medio del naufragio que parece tu salón”.
Y es que una común de las mortales, como yo, que trabaja sin horarios para sacar su sueño adelante, que se impone la conciliación —desconciliación lo llaman, también, voces cercanas— para no estar todo el rato delante del ordenador, que no tiene ayuda doméstica —y no solo por falta de parné, sino por convencimiento—, que no tiene familia cerca de la que poder tirar, lo tiene muy complicado para trabajar, leer, cocinar, criar, ser feliz y, encima, tener la casa impoluta. De todas estas cosas es, sin duda, a esta última a la que renuncio.
Ojalá tu próximo libro muestre el feliz desorden de tu nueva vida, Marie. Ojalá sea un real “de verdad que no pasa nada”. Porque, como me contó una buena amiga hace pocos meses, la vida hace ruido. La vida mancha. Y cuanto antes lo asumamos —y con esto no quiero decir que vivamos en un vertedero, sino que entendamos que el orden es, como la creación artística, un trabajo infinito— menos frustradas nos sentiremos. Acabo esta carta, de nuevo, con las palabras con las que se despidió Mónica de mí el día que nos conocimos: “Victoria, ¡abraza tu caos!”. Ya nos irás contando, Marie. Aquí, con los brazos tendidos, te esperamos las mujeres caóticas, felices e imperfectas.