En España, hasta dos de cada tres mujeres que han sido madres pueden haber sufrido algún tipo de violencia obstétrica durante su parto. Un estudio transversal realizado por cuatro enfermeros españoles y que ha sido publicado en la prestigiosa revista científica Women and Birth subraya la “alta prevalencia” de este problema en nuestro país y trata de desentrañar algunos factores que la propician. Las prácticas más reportadas por las mujeres que participaron en la investigación fueron, por este orden, las exploraciones vaginales repetitivas y hechas por diferentes personas, la sensación de inseguridad y culpa, la aceleración del parto y la presión abdominal para intentar que el bebé descienda (la conocida como maniobra de Kristeller, desaconsejada por la Organización Mundial de la Salud).
El estudio se llevó a cabo durante 2019 con 899 mujeres que habían parido durante los 12 meses anteriores. La investigación incluyó variables socioeconómicas, como el nivel educativo y de ingresos, pero también si el alumbramiento se había producido en un hospital público o privado, y las características clínicas del caso. Todas las mujeres contestaron un cuestionario de 49 preguntas: 4 abiertas y 45 cerradas. La edad media de las participantes fue de 35,2 años, la gran mayoría había dado a luz en la sanidad pública y de forma vaginal.
Los autores dividen la violencia obstétrica en tres categorías: física, verbal, y psicoafectiva. Cada mujer puede sufrir uno o varios tipos de violencia. De hecho, los resultados del estudio señalan que el 67,4% de las mujeres que participaron dijeron haber experimentado esta violencia en al menos una de sus formas.
La violencia obstétrica física es definida como el uso de algunas prácticas sin consentimiento y sin información, como el afeitado del pubis, los enemas, la aceleración del parto con medicamentos o mediante la ruptura de membranas, exploraciones vaginales repetidas por varios profesionales, la maniobra de Kristeller, episiotomías, la indicación de mantenerse tumbada sin justificación médica o la retirada manual de la placenta sin anestesia. El 54,5% de las mujeres encuestadas reportaron este tipo de procedimientos.
Este dato, que la violencia obstétrica física sea tan mayoritaria y sea la que más prevalencia tiene, sorprendió a los autores, los cuatro matrones e investigadores de varias universidades y organismos. “Esperábamos que la más prevalente fuera la psicológica o la psicoafectiva, porque los comentarios inapropiados o ignorar a una mujer son hechos que pueden suceder incluso sin que el profesional sea consciente de lo que está haciendo en un momento tan importante para ellas”, explica Juan Miguel Martínez-Galiano, profesor del departamento de Enfermería de la Universidad de Jaén y uno de los autores del estudio. La física es, además, más fácilmente medible porque se trata, en la mayoría de los casos, de la existencia de prácticas concretas.
En el caso de la violencia verbal, el 25,1% de las mujeres dijeron haberla sufrido. Invalidación, trato verbal inadecuado, críticas por expresar emociones y la imposibilidad de comunicarse o preguntar son los comportamientos englobados en esta categoría. En cuando a la psicoafectiva, se trata de conductas como impedir a las mujeres estar acompañadas, evitar el contacto con el recién nacido, causar la sensación en las madres de no colaboración, de vulnerabilidad, culpa e inseguridad. El 36,7% de las mujeres aseguraron haber vivido este tipo de violencia.
Mucha teoría, poca práctica
Martínez-Galiano opina que la humanización de los partos ha avanzado gracias al trabajo del ministerio, las comunidades autónomas, las asociaciones y muchos profesionales, “pero no ha llegado a calar todavía”. “Faltan recursos, no es lo mismo una matrona con una mujer, que una matrona que tenga que estar pendiente de diez mujeres. En ese sentido, la administración es culpable. Mucha teoría, pero luego no hay recursos para llevarla a la práctica ni formación para los profesionales”, señala el matrón. Esa formación también es necesaria porque, apunta, la práctica se aprende con los profesionales en ejercicio de los hospitales y eso lleva a que muchas veces haya procedimientos indebidos “que se perpetúan”.
Entre los factores que hacen más probable que una mujer reporte algún tipo de violencia obstétrica, especialmente la física, hay uno fundamental: la información. “Las mujeres más formadas que conocen más sus derechos reportan más violencia. Es coherente, cuando tú sabes que tienes derecho a la libertad de movimientos y a ponerte en cualquier postura y te obligan a estar en la cama o a parir tumbada eres más consciente de que se está produciendo algo anormal”, explica el investigador. Recibir anestesia local, como la epidural, también aumenta esa probabilidad porque la incapacidad de moverse hace que las mujeres se vuelvan más vulnerables y pierdan autonomía.
Por contra, hay otras circunstancias que reducen la probabilidad de que una madre relate episodios de violencia obstétrica. Es el caso de haber respetado un plan de parto, de haber podido hacer el piel con piel con la criatura recién nacida o haber iniciado la lactancia materna temprano. “Se cumplen expectativas y son prácticas reconfortantes y que amortiguan otras situaciones que puedan haber podido suceder”, añade Juan Miguel Martínez-Galiano.
El matrón subraya la importancia de la comunicación entre profesionales y mujeres: “No es lo mismo que tú llegues y le expliques a una mujer que estaría bien hacerle un tacto, por qué... que si llegas y se lo haces y punto, las mujeres no se sienten vulneradas, ellas tienen algo que decir. En muchas ocasiones se puede consultar, dar alternativas, esperar... pero eso requiere tiempo. Claro que hay situaciones de emergencia donde se explica y justifica luego pero no son la mayoría”.