¿Cuántas veces ha pensado que su hijo o hija no vale para estudiar, que se le da peor que al resto de sus compañeros o que tiene mala memoria? Hay muchos mitos en torno al proceso de aprendizaje, pero lo cierto es que la destreza de los niños para el estudio tiene más que ver con las estrategias que utilizan que con sus capacidades. Repetir y releer un texto, subrayarlo o esquematizarlo mirando los apuntes no suelen ser técnicas eficaces para fijar los conocimientos, a pesar de que son las más utilizadas por la mayoría de los estudiantes.
Comprender cómo funciona nuestro cerebro cuando tratamos de aprender algo es clave para detectar dónde pueden estar los fallos que impiden lograr los objetivos que se exigen en la escuela, y corregirlos. Al adquirir buenos hábitos de estudio se logran mejores resultados y, por lo tanto, la motivación necesaria para mantener el nivel de esfuerzo que se requiere. “Los contenidos que se imparten en el colegio están al alcance de todos los alumnos, pero tienen que saber cómo incorporarlos a su memoria”, explica Héctor Ruiz, neurobiólogo, investigador en psicología cognitiva y autor de ‘Aprendiendo a aprender’ (editorial Vergara), un libro que tiende puentes entre la evidencia científica y la práctica educativa.
¿Es cierto que a algunos niños se les da mejor estudiar que a otros?
No del todo. En principio, aprender, como cualquier otra habilidad, tiene una parte que depende de los genes (innata) y otra que es ambiental (adquirida). No podemos decir con seguridad qué parte influye más, porque es difícil de medir, por eso el consenso estaría en un 50-50. Pero en realidad, en el aprendizaje la parte ambiental es muy importante. Uno de los factores clave que te diferencia como 'aprendiente' son los conocimientos previos que tienes sobre lo que tratas de aprender. Hay personas que pueden tener más o menos facilidad para aprender determinadas cosas porque han desarrollado mejores estrategias para canalizar el esfuerzo de manera productiva o porque ya sabían algo sobre ello. Dejando de lado los trastornos extremos, las diferencias suelen ser ambientales, adquiridas, y la motivación tiene que ver con la forma que uno se aproxima al conocimiento.
Me gusta poner este ejemplo: si te piden que nades pero no te enseñan a nadar, puedes aprender a nadar pero probablemente desarrolles técnicas poco eficaces, como un perrito, por ejemplo. Es una técnica que implica un esfuerzo mal invertido. Sin embargo, si te enseñan a hacer crol, con el mismo esfuerzo consigues un resultado muchísimo mejor.
Si un niño está todo el día escuchando que es un mal estudiante, ¿puede llegar a creérselo y verse condicionado por ello? Es decir, ¿influye en el resultado que obtenemos cómo de capaces nos vemos de hacer algo?
Aquí entra en juego el concepto de 'autoeficacia': la valoración subjetiva de lo que te cuesta aprender. El resultado que obtengas en el aprendizaje va a estar relacionado con esto. Si crees que no vas a poder hacerlo, no te vas a esforzar y vas a caer en una profecía autocumplida, es decir, no lo vas a conseguir porque ya no te esfuerzas. La autoeficacia marca, por otra parte, tu motivación, que ayuda a que realices el esfuerzo necesario para aprender, que te pongas a trabajar y le dediques tiempo y atención.
¿Las emociones ayudan a recordar mejor lo que se aprende en clase?
No exactamente. Recordamos mejor aquellos episodios de intensidad emocional, tanto positiva como negativa, pero extrapolar esto al aprendizaje en la escuela, a que hay que hacer actividades emocionantes para promover aprendizajes más duraderos, es un error. Hay que tener en cuenta que tenemos diversos tipos de memoria, no solo uno. En este caso vamos a hablar de dos. Por un lado tenemos la memoria episódica o autobiográfica, que es aquella que registra los recuerdos de nuestra vida diaria, información asociada a nuestras vivencias, ya sean detalles tan rutinarios como qué cenamos ayer u otros más relevantes, y que sí se ve influenciada por las emociones. Y por otro lado tenemos la memoria semántica, donde está todo lo que sabemos sobre el mundo y que no depende de una experiencia concreta, es decir, no depende de las emociones.
Porque una actividad en clase sea emocionante, no vas a conseguir que los alumnos se acuerden del contenido, sino de lo que pasó en la clase ese día. De hecho, despertar las emociones puede provocar el efecto contrario: que olvides el contenido porque sólo recuerdas las emoción que te despertó. Para que sea eficaz, el aprendizaje semántico requiere de procesos pausados y reflexivos, y las emociones no ayudan a reflexionar. Esto no quiere decir que las emociones no sean importantes para aprender, porque influyen en la motivación, que es un impulso emocional y te lleva a hacer los esfuerzos necesarios para conseguirlo. Pero hay que saber regularlas. Digamos que lo importante es que una clase sea interesante, no divertida, y que los errores no sean vistos como un estigma sino como una parte del aprendizaje.
¿Qué otras estrategias de estudio ha detectado que son las más utilizadas y sin embargo no sirven para fijar los conocimientos?
Pues la mayoría de los alumnos y alumnas basan su estudio en leer y releer, es decir, codificar la información de afuera hacia adentro. También lo hacemos cuando copiamos un texto varias veces, vamos subrayando o hacemos un esquema mirando los apuntes. Esto nos crea una sensación de familiaridad, que es nivel de memoria más bajo que hay, nos suena pero no somos capaces de explicarlo bien. No es eficaz. Lo eficaz es codificar desde adentro hacia afuera: la evocación. Hacer un esquema o un resumen a partir de lo que recuerdas, pero no mirando el texto, o explicarle a alguien con tus propias palabras lo que acabas de leer. Así estamos haciendo un trabajo de recuperación, y ayudamos a fijar los conocimientos.
Otro error común es el de masificar el estudio, condensarlo todo en una sola sesión de muchísimas horas seguidas. Los aprendizajes masificados son efímeros, duran hasta el examen pero luego desaparecen. Si las mismas horas las distribuimos en el tiempo, hacemos pausas y dormimos, permitimos intervenir al olvido y quedarnos con lo que nos interesa. El aprendizaje se consolida así.
¿Y si un alumno dice: solo me interesa aprender esto para el examen, y nada más?
Le diría que igualmente le convendría más utilizar las técnicas adecuadas, porque requieren el mismo tiempo y el mismo esfuerzo, pero el aprendizaje va a durarle más y le va a ser más fácil pasar los siguientes exámenes. Cuanto más sabemos sobre algo, más fácil nos resulta después aprender sobre ello porque la memoria funciona por asociación. No tiene excusa para no hacerlo bien.
¿Cómo influye el nivel socio-económico del entorno?
El nivel educativo del entorno en el que crece un niño suele influir, y suele venir marcado por el nivel socio-económico, claro, por el acceso que han tenido los padres a determinados estudios o recursos. Esto provoca diferencias importantes ya desde los 3 años, por ejemplo, en el vocabulario que manejan. Como decimos, el aprendizaje es exponencial, aprendemos conectando la información nueva a la información que ya tenemos. Cuanto más sabe una persona sobre algo, mas fácil le resulta aprender otras cosas después. Si desde los 3 años, como se ha demostrado, ya hay diferencias, no es que unos empiecen con más ventaja que otros, es que además corren más. Si te lo imaginas como una carrera, es como si unos empezasen unos metros por delante y además luego fuesen más deprisa. La mejor manera de ayudar a los rezagados y que todos se beneficien es mezclar a los estudiantes y emplear el aprendizaje cooperativo.
Es un mito clásico pensar que la memoria es como un músculo que se puede ejercitar. No funciona así, la memoria es específica. Es más adecuado imaginarla como algo formado por millones de músculos: dependiendo de cuál trabajes, se te dará mejor hacer eso, pero ese ejercicio no te sirve para lo demás. Hay un experimento de Erikson muy famoso en psicología, sobre un hombre que, a base de practicar, fue capaz de repetir 79 cifras de números seguidos. Pero cuando se le pidió que repitiese una combinación de letras, no pudo.
Este 2020, los estudiantes han pasado de trabajar en el aula a trabajar en casa. ¿Qué papel juega el componente ambiental en el aprendizaje?
El entorno es importante. Si tienes muchos estímulos que te distraen alrededor, el aprendizaje no va a ser eficaz. Una distracción es cualquier cosa que no tenga nada que ver con lo que tratas de aprender, desde ruidos, a personas hablando a tu alrededor, e incluso la música, algo que muchos estudiantes utilizan a menudo.
¿No es bueno estudiar con música de fondo?
De entrada es mejor estudiar en silencio. Cuando tienes música de fondo y tratas de estudiar, estás inhibiendo un estímulo (la música) para centrarte en otro (el libro), y esto implica un esfuerzo cognitivo. Ignorar algo gasta energía. Esto lo notamos mucho cuando de repente un ruido que había permanente en el entorno desaparece, y dices: ¡qué descanso! A veces incluso te estaba pasando desapercibido, habías conseguido ignorarlo, pero te alivia que se haya parado. Eso es porque te estaba generando un coste cognitivo, tu cerebro se estaba esforzando en obviarlo. Con la música durante el estudio pasa lo mismo. Puede ser buena, por ejemplo, si estás en un sitio con mucho ruido, o en el que otras personas están hablando... Pero es mejor que sea música sin letra, o en un idioma que no entiendas, porque es muy difícil inhibir el lenguaje.
Muchos estudiantes se ponen música porque les resulta agradable y el estudio se hace menos aburrido, pero no se dan cuenta de que así no están haciendo bien ninguna de las dos cosas: ni aprender, ni escuchar la música. Es más eficaz dosificar el tiempo y dejar un rato para la música a modo de descanso o recompensa.