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La 'alfabetización mediática' no es suficiente para combatir los discursos de odio y negacionistas entre los jóvenes

Patricia Gea

21 de febrero de 2021 21:15 h

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A comienzos de este 2021, el Washington Post informaba en su columna de verificación de datos que el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, había difundido cerca de 30.000 mentiras o afirmaciones engañosas a lo largo de su mandato. Mensajes de odio que han llegado a millones de personas en todo el mundo gracias al altavoz de la red, el ecosistema perfecto para que la desinformación, los bulos o las llamadas fake news proliferen compartiéndose de unos terminales a otros.

No quedan fuera del flujo de estos discursos los jóvenes y menores que tanto tiempo pasan al otro lado de la pantalla en un momento en que están construyendo su capacidad crítica y la idea que tienen del mundo. Los ideólogos de las narrativas paralelas del odio y del negacionismo están completamente adaptados a los nuevos lenguajes y se mueven mejor precisamente allí donde habitan los adolescentes del siglo XXI: en Internet y las redes sociales.

Desde el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (Oberaxe), que hace una monitorización y seguimiento del discurso de odio online, Karoline Fernández de la Hoz expone que los discursos de odio y de negación “han aumentado con la pandemia y se han enfocado a distintos colectivos vulnerables, influidos también por la agenda mediática”. Pero ya veníamos de una tendencia creciente en este sentido con el auge de las ultraderechas en todo el globo. Según Oberaxe estos mensajes se expanden sobre todo a través de “los medios de comunicación electrónicos y las redes sociales, donde se multiplican de forma exponencial”.

Facebook, Twitter y Youtube son las plataformas más infectadas de bulos y discursos de odio, según el Observatorio, pero también se difunden a través de canales de mensajería como WhatsApp, y se han multiplicado las páginas web que se disfrazan de medios convencionales para desinformar. Otras redes más recientes, como Tik-Tok o Twitch están tomando el mismo camino. Su público mayoritario son jóvenes de entre 14 y 20 años.

Este escenario está provocando que en las esferas informativas y educativas se hable cada vez más de ‘alfabetización mediática’. ¿Cómo podemos defendernos del bombardeo de noticias falsas, discursos de odio y bulos de todo tipo? ¿Sabemos leer la información? ¿Saben hacerlo nuestros jóvenes, nativos digitales, o tenemos que enseñarles? Esta semana, en el marco de presentación de un programa formativo de la Fad junto con Google para combatir los bulos y la desinformación, la ministra de Educación Isabel Celaá afirmaba ser consciente de la dimensión de este asunto: “Educación tiene como objetivo construir un andamiaje que aporte a los jóvenes recursos para desarrollar una capacidad crítica ante la compleja realidad que tenemos, y para ayudarles a distinguir hechos objetivos de meras opiniones sin evidencia”.

El programa ‘Infórmate’ ya ha llegado a más de 10.000 estudiantes de nuestro país, explica Ana Abade, portavoz de Google España encargada del proyecto, y el objetivo es que alcance a todos los colegios e institutos. Proponen actividades escolares, un concurso para info-influencers en el que el candidato tiene que convertirse en periodista por un día, o un videojuego que invita a los jóvenes a sumergirse en un reto que “pondrá su mente a prueba”: “Ser crítico con el mundo que nos rodea es vital”, dice una voz en off entre músicas que incitan a la aventura.

“En tiempos de populismos y amenazas a la democracia, la razón y la verdad se han visto erosionadas por el uso masivo de la mentira”, explicaba Celaá, “por eso, tenemos la responsabilidad de fomentar en los estudiantes competencias técnicas pero también éticas. Este es el motivo por el que además de esta iniciativa hemos propuesto en la Ley de Educación la asignatura de Valores Cívicos”. Por otro lado, el pasado octubre salía adelante en el congreso una propuesta de Unidas Podemos que exigía medidas para eliminar los mensajes de odio en redes sociales. Parece que, poco a poco, la desinformación va siendo atacadas por varios frentes y dentro de un tiempo se podrá comprobar si estas estrategias son o no eficaces.

Nativos digitales

Desde Oberax, Fernández de la Hoz valora positivamente el proyecto de la Fad, ya que “para moverse en las redes hace falta espíritu crítico y tener cuidado de comprobar que la información que consumimos es fiable”, pero cree sin embargo que las personas jóvenes ya tienen una convivencia muy estrecha con las redes y se manejan muy bien en ellas. “Mucho mejor que los que no somos nativos digitales”. Con ella coincide el sociólogo especializado en nuevas tecnologías, Iago Moreno: “tengo que hacer en este caso de abogado del diablo porque creo que hay cierto grado de infantilización en la tesis de que la crisis del concepto de verdad tiene que ver con un déficit de información, y con que tenemos a una audiencia joven ignorante o falta de herramientas para resistir a la voluntad de otros de engañar”.

A juicio de Moreno, centrar los esfuerzos en dar más recursos a los jóvenes no es realista con la profundidad del problema. “Las creencias se forman a partir de diferentes procesos, desde siempre”. La diferencia entre las “viejas desinformaciones” y las actuales es que “antes uno podía tener una afiliación mediática a un periódico o un grupo de columnistas limitado (emisores), mientras que ahora las comunidades son mucho más amplias y diversas y muchas veces lo receptores también actúan como emisores”. Lo habitual es que las nuevas plataformas ya no reproduzcan los discursos mediáticos sino que los contradigan.  

La crisis de la credibilidad de la información, dice, “es solo una parte del problema, y si la gente joven se radicaliza no es porque consuma un tipo de medio que replica los formatos clásicos. Han surgido figuras que utilizan códigos, lenguajes y tiempos nuevos y contrarios a los medios clásicos”. Su función, apunta, es la misma: reproducir sesgos de creencias sin que sean cuestionadas. La portavoz de Oberax cuenta que, por su parte, el Observatorio está “dirigiendo los esfuerzos en formar a los jóvenes para que aprendan a ponerse en el lugar del otro, a tener empatía y a ser agentes de contra-narrativa”. Dentro de esa contra-narrativa, Iago Moreno pone como ejemplo el positivo impacto de los divulgadores científicos en Youtube, creadores de vídeos informales posicionados con millones de reproducciones.

Algunos de ellos, como José Luis Crespo, Rocío Vidal o Javier Santaolalla participaron en la presentación del proyecto de la FAD con Google. “Hasta no hace mucho la información estaba limitada a un sector, había que tener recursos y capacidad económica para producirla, y ahora una persona con una cámara en su casa puede llegar a cientos de miles de espectadores. Luchar contra las mentiras requiere más esfuerzo de comunicación y alcance”, explica Rocío Vidal.

Renovarse o morir

Sus voces han jugado un papel fundamental en la crisis sanitaria como la que nos encontramos, en la que han abundado los bulos. La clave de su éxito ha sido desacralizar la ciencia y comunicarla de tú a tú. “Las redes sociales son cercanas, los chavales nos ven como alguien con quien se pueden relacionar”, añade la youtuber. “Durante mucho tiempo se ha dicho que a los jóvenes no les interesa la actualidad, pero solo necesitaban que se adaptase el tipo de contenidos”. Los nuevos rostros de la divulgación se lo dan a la manera que les gusta: de una forma dinámica y atractiva, pero, puntualiza, José Luis Crespo, “siendo respetuosos con las fuentes originales y sin pervertir la comunicación del trabajo de los científicos con titulares bombásticos”.  

¿Cómo saber si estamos ante un youtuber que es una fuente fiable? “Si ves a alguien muy contundente en sus afirmaciones, sospecha, vete a su descripción y comprueba si ha dejado algún enlace o fuente que justifique lo que dice. La mera ausencia de referencias a fuentes oficiales puede ser uno de síntomas de que te están tomando el pelo”. Iago Moreno apunta también a páginas web que “con pretensiones científicas publican sus artículos en formato de paper académico”, o producciones audiovisuales de gran calidad, como el típico documental arquetipo de Netflix que se convierte en la fijación de miles de personas durante semanas. “Existe incluso un netflix ‘espiritual’ con contenidos solo basados en conspiraciones y terapias alternativas”. Se llama Gaia y según los datos de su página web acumula más de 600.000 suscriptores. Es decir, la capacidad adaptativa de la desinformación se está abriendo paso al margen de los medios tradicionales a un ritmo vertiginoso.

“En Twitch podemos encontrar a personajes de la ultraderecha española comentando un videojuego de la segunda guerra mundial mientras lanzan mensajes de odio de diverso tipo”, añade, “o podemos recordar cómo los terroristas islámicos transformaron el GTA 5 -el producto de entretenimiento que más dinero ha generado de la historia- e hicieron sus propias skins para que estuviese ambientado en Siria y que de fondo sonase su himno”. Casos como estos son la punta del iceberg, pero ahora cualquiera que tenga una micro-comunidad puede convertirla en algo mucho más grande “sin demasiado esfuerzo”, afirma el sociólogo.

“Los jóvenes pasan más tiempo leyendo noticias ahora que antes, se mueven mejor por la red, saben manejar mejor que los adultos la saturación informativa, la intoxicación de notificaciones, etc., porque a golpe de piñón ha tenido que aprender. Lo que creo que no sabemos hacer como generación es combatir la existencia de un ‘Netflix negacionista’, al movimiento youtuber fascista o la esfera neonazi de twitter”, concluye Iago Moreno. “Hasta que no entendamos que los jóvenes consumen Internet de formas mucho más complejas, no es extraño que estemos tratando de dar soluciones que se quedan fuera de la realidad. Los menores que se radicaliza en el odio no lo hacen porque no sepan leer una noticia en Internet, sino porque las contra-creencias que atentan contra de la ciencia o la democracia tienen medios alternativos de expresión fáciles de construir y en los que no estamos sabiendo movernos”.