Maternidades racializadas: de confundirte con la cuidadora de tus hijas a intentar esterilizarte tras el segundo parto

Lucía M. Quiroga

21 de octubre de 2022 22:31 h

0

Cuando salió del paritorio tras tener a su primer hijo, a María le adjudicaron la habitación más separada de toda la planta de la maternidad. Al fondo del pasillo, a la derecha. Escuchó a las trabajadoras del hospital público comentarlo entre risas: “A ver si no molestan mucho”. Entonces se dio cuenta de lo que pasaba: la separaban de las demás madres recientes porque era gitana, suponiendo que su familia extensa acudiría a visitar al bebé. Y supo después de hablar con amigas y familiares que era una práctica habitual hacia ellas.

Andrea es mexicana, vive en España desde que vino a trabajar hace una década en una importante empresa consultora. Se casó con un hombre español y tuvo dos hijas, cuyos rasgos son más “europeos” que los suyos, según ella misma explica. Le ha pasado mucho y en diferentes espacios que la trataran como si fuera la cuidadora de las niñas. “En el pediatra, en el cole, en el parque… La última vez a principios de este curso, cuando mi hija mayor cambió de monitoras en el comedor escolar. Cuando fui a recogerla me pidieron que le diese un recado ‘a la madre de la niña’. Cuando les dije que era yo, les dio mucha vergüenza y se disculparon, y no pasa nada, pero está claro que estaban actuando con prejuicios. En el parque también me pasa continuamente: la mayoría de la gente piensa que soy la canguro de mis hijas”, cuenta. 

Todas las inferencias que se hacen sobre un grupo racial determinado, también se proyectan en la forma en la que las madres crían

Idalmi es una mujer de origen dominicano que vive en España desde que era pequeña. Su primer embarazo la pilló en plena pandemia, y fue despedida de un trabajo en el que estaba sin contrato. Cuando se puso a buscar empleo de nuevo, se encontró con los prejuicios asociados a las madres pero también a su origen. “Me preguntaban que cuántos hijos tenía, que por qué era una madre tan joven. Y todo eso para limpiar casas, porque creían que iba a faltar mucho si mi bebé enfermaba”, explica. Ella cree que el prejuicio tenía que ver con su origen: “Sin duda, estoy convencida de que eso me lo preguntaban por ser dominicana: a una mujer española le preguntan menos por este tipo de cosas, al menos en teoría no pueden hacerlo”, asegura. 

“Por supuesto que existen prejuicios asociados a la crianza cuando una madre es racializada”, explica tajante Desirée Bela-Lobedde, escritora y activista antirracista. “Todas las inferencias que se hacen sobre un grupo racial determinado, también se proyectan en la forma en la que las madres crían. A una mujer racializada que cría se le presuponen determinadas conductas por pertenecer al grupo racial que sea: si da teta durante mucho tiempo, es por la raza. Si portea, es porque las mujeres de ese grupo racial ‘están acostumbradas’. Y si lleva a cabo determinadas prácticas, o no, también se justifica en la pertenencia a un grupo racial. En cambio, cuando es una madre blanca sigue todas o algunas de estas prácticas –colechar, lactancia materna prolongada, porteo– se atribuyen a la crianza respetuosa, a que se ha informado y ha leído y a que opta por estilos de crianza alternativos. No se buscan explicaciones adicionales que tengan que ver con el color de su piel”, asegura la experta.

Ser migrante, ser pobre

Silvia Agüero es activista gitana, feminista y madre de cuatro niños y niñas. Cree que en el caso de las madres gitanas existe un patrón que se repite: “Los prejuicios hacia nosotras son siempre los mismos: que somos madres muy jóvenes, que tenemos demasiados hijos y que no nos responsabilizamos. En definitiva, que somos mujeres salvajes a las que hay que dominar”, denuncia. Agüero ha vivido en primera persona la discriminación de la que habla: “En mi primer parto se burlaron de mí y sufrí violencia obstétrica. Me dijeron al llegar: ‘¿Cómo no te has dado cuenta de que has roto aguas? Si es que sois muy jóvenes’.

Los prejuicios hacia nosotras son siempre los mismos: que somos madres muy jóvenes, que tenemos demasiados hijos y que no nos responsabilizamos. En definitiva, que somos mujeres salvajes a las que hay que dominar

Tras nacer mi segunda hija, con 29 años, me ofrecieron hacerme una ligadura de trompas. Mientras que a las payas os machacan con que tenéis pocos hijos y se os va a pasar el arroz, a nosotras nos acusan de lo contrario, de tener demasiados hijos“, explica Silvia, que es escritora. Y coincide con María en la designación de habitación: ”A mí también me mandaron a la última habitación del pasillo, en un hospital en Alicante. Me di cuenta porque me llamó mi prima para venir a visitarme, y aunque no le había dicho el número de mi habitación ella ya lo sabía. Le pregunté cómo podía ser y me explicó que era la que nos daban a todas las gitanas“, asegura. 

“A veces es difícil saber si se juzga tu manera de criar por ser simplemente madre, por ser racializada, por ser un poco hippy, por ser despistada, o porque lo de mantener a las nenas peinadas y con la ropa impecable no es lo tuyo”, cuenta Sarah B., madrileña “de padre sudanés, negro y árabe”. Ella se ha sentido discriminada en muchas ocasiones por ser racializada, pero aporta un matiz: “Sí, pero creo que el eje de ser migrante o no también influye. La gente me percibe más como ‘mulata’, con el horror de esa palabra. Cuando hablan conmigo se genera una sensación de proximidad cultural, a diferencia de ser migrante, donde se da mucha más alteridad. Hay un millón de factores que interseccionan”, explica Sarah. 

En ese análisis de la intersección coincide Desirée Bela-Lobedde, que lo explica en base a distintas capas: “La condición económica también influye, por supuesto. Si, además de ser una mujer que ha migrado y no tener una red familiar o social que ofrezca sostén, la situación económica es precaria, la situación se vuelve más complicada”, analiza.

Kimberly Seals, escritora americana y experta en lactancia negra, profundizó en la interseccionalidad en esta entrevista en elDiario.es: “La maternidad nunca sucede en el vacío. La experiencia está atravesada por todo tipo de factores, incluidos los permisos de maternidad del lugar donde una vive, sus ingresos, cómo su raza o etnia afectan a la calidad de la atención que recibe y qué tipos de servicios están disponibles en cada lugar”. Para Silvia Agüero, los distintos factores no se suman, sino que se multiplican: “Las mujeres gitanas sufrimos la multiplicación del machismo y el racismo. Y a veces se habla de las dos opresiones como si fueran cosas diferentes, pero no es así: la opresión no es doble, es múltiple”, explica. 

Para Sarah B., aunque siga existiendo desigualdad, hay motivos para la esperanza: “Es interesante ver cómo España se ha diversificado racialmente en los últimos años. Mis niñas se están criando en pleno auge de la lucha antirracista y son más conscientes de lo que podía ser yo cuando era niña, por ejemplo. Pero por encima de todo, para luchar por la igualdad para familias, niños y madres, aparte de hacer políticas concretas, hay que garantizar la igualdad para todos, a través de políticas como la renta básica universal y los servicios públicos en Sanidad y Educación”, concluye.