En España se producen al año alrededor de 100.000 separaciones, divorcios o nulidades, que suponen un cambio sustancial en la vida de unos 75.000 niños y niñas. “Las separaciones, en sí mismas, no tienen porqué dañar a los hijos e hijas”, explica el neuropsiquiatra y experto en buenos tratos en la infancia Jorge Barudy, que acaba de participar en un taller de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) sobre competencias parentales en familia con padres separados. Pero hay que saber cómo afrontarlas para minimizar el impacto en los más pequeños. Barudy es fundador de la ONG Asociación EXIL, centrada en la atención a víctimas de violaciones de los Derechos Humanos, y cofundador del Instituto de Formación e Investigación-acción sobre las Consecuencias de la Violencia y la Promoción a la Resilencia.
¿A qué se refiere cuando habla de maltrato infantil?
Todos los actos por acción o por omisión que no permiten el desarrollo sano de los niños. Agresiones físicas, sexuales o psicológicas, pero también todo tipo de negligencias, sobre todo la afectiva. También la utilización o cosificación de los niños en conflictos entre adultos, por ejemplo cuando son utilizados como rehenes después de una separación. Todo es maltrato. Si lo amplias más, no es solo intrafamiliar. Hablamos de maltrato institucional y socioeconómico. El concepto es muy amplio.
¿Considera que el Estado es garantista en cuanto a la protección a la infancia?
En España, y también en Europa, hay un avance en políticas de protección infantil pero, desgraciadamente, queda bastante por hacer. Los servicios de la administración que tienen la responsabilidad de asegurar la protección infantil carecen de los recursos económicos suficientes para tener más personal. Y hay un tema de formación: una cosa es lo que las investigaciones en el terreno de la neurociencia han demostrado y otra, lo que se hace en la práctica.
¿Qué ha demostrado la neurociencia?
Dejó muy claro que el bienestar infantil depende de la relación entre el material genético y las relaciones interpersonales. Las relaciones tempranas, hasta los tres años e incluso durante el embarazo, son muy importantes para organizar el funcionamiento sano de la mente. Esta idea implica una visión, una detección precoz de las condiciones adversas que acompañan al embarazo y los primeros años de vida, que es muy deficitaria en la mirada de los funcionarios. Todavía queda un vestigio, una creencia, de que los bebés no sufren o no se dan cuenta del sufrimiento.
¿Qué consecuencias tiene lo que ocurre en esos primeros años?
Los traumas tempranos son un cimiento fundamental para explicar todos los trastornos mentales de los adultos. Hay una correlación importante. Por eso es importante la detección y la intervención temprana de niños, niñas y adolescentes. Y, al mismo tiempo, tenemos que insistir en que no existe una cultura en el mundo adulto sobre que la protección infantil es una tarea de toda la sociedad.
Si lo que ocurre durante los primeros tres años es determinante para el desarrollo como adultos, ¿no hay vuelta atrás?
El cerebro es uno de los órganos que tienen mayor plasticidad y capacidad de autoorganización. Si yo he sido víctima de maltrato durante los primeros años de vida y el resto de mi vida existe una política de protección o un modelo de intervención que mejore mis condiciones de vida y unas medidas de reparación terapéutica -lo que llamamos traumaterapia- y a los padres se les ofrecen programas en los que puedan pasar de una parentalidad maltratante a una bientratante, el impacto puede no ser determinante.
¿El maltrato es estructural?
La infancia es el grupo social más vulnerable y dependiente de los cuidados de los adultos, y aún así es el más vulnerado en relación al respeto de sus derechos. El derecho fundamental de un niño o una niña es ser bien tratado, no solamente en el ámbito familiar, también en el institucional, como la escuela, y en el social, en el sentido de que la familia tenga las condiciones de vida que puedan asegurar los recursos materiales de vivienda, acceso a la salud y recursos para acompañar la crianza.
El mundo adulto tiene una deuda muy grande con sus propias crías. Hay autores, como el padre de la resiliencia, Boris Cyrulnik, a los que suscribo, que dicen que el modelo económico actual, basado en la ideología de mercado y la importancia del dinero y el consumo, es infanticida. Yo agrego: no solo desde el punto de vista físico, sino psicológico y social. Se prioriza el bienestar material y el ascenso en la escala social sobre la crianza y la natalidad. La infancia está en desventaja. Si a eso le sumas que la distribución de los recursos sigue siendo deficitaria en relación a las necesidades de los niños y las niñas para asegurar un desarrollo sano, se genera una gran desventaja.
Víctimas de maltratos en la infancia dicen, a veces ya como adultos, que cuando verbalizaban su situación traumática, no se les creía.
La infancia no está considerada aún como un sujeto legítimo que puede expresar su vivencia, aunque esta cuestione el mundo adulto. Ningún niño o niña, salvo si es manipulado por un adulto, va a decir algo para perjudicar al mundo adulto, que es su entorno protector. Esa desconfianza va en paralelo con lo que pasaba, y sigue pasando, con las mujeres. Hay una representación ideológica cultural y patriarcal en la que las mujeres tienen tendencia a mentir. Eso se puede extrapolar a la infancia, donde una parte de la cultura todavía sigue defendiendo la idea de que los niños fabulan, mienten y que, por lo tanto, no todo lo que dicen es verdad.
Eso ha ido mejorando gracias a que una parte de la sociedad acepta ya que el niño no solo dice la verdad a través de la palabra, sino con su comportamiento. Por ejemplo, el 100% de los niños o de los jóvenes infractores de ley tienen una historia de vida caracterizada por el maltrato. Cuando se mira solo la conducta se le califica como 'infractor de ley', pero no se le ve como consecuencia de una historia de maltrato en la que el sistema social, desde el punto de vista de protección, ha fallado. No quiere decir que no deban asumir sus responsabilidades, pero si uno de los ejes de la organización social fuera asegurar los buenos tratos a los niños y las niñas, estaríamos produciendo una sociedad menos violenta y con menos dificultades.
¿Los adultos tenemos relaciones interpersonales de buenos tratos en procesos de separación?
La explicación de porqué existe una separación implica un pensamiento que incorpora un conjunto enorme de factores. Cuando las personas tienen individualmente reconocida experiencia de maltrato en su historia de vida una parte de su mente está organizada por esos traumas derivados del maltrato y pueden reproducir esos comportamientos maltratantes en una relación conyugal. Por lo tanto, los problemas de pareja, y no poder armonizar una relación de buen trato, tiene que ver con la historia de vida de cada uno de los cónyuges. Eso no significa que con historias de vida bientratantes llegue un momento en el que se dan cuenta de que la pareja no funciona, pero si hay hijos van a llegar a un acuerdo para separarse como pareja, pero seguir haciendo lo mejor para aportar un contexto bientratante a sus hijos o hijas y, si no lo logran, van a pedir ayuda, donde es importantísimo el tema de la mediación.
¿Cómo afecta a los hijos?
Las separaciones, en sí mismas, no tienen porqué dañar a los hijos e hijas. Les hace sufrir, sobre todo al principio y si son muy pequeños, pero cuando son mayorcitos tienen más recursos para acomodarse o, incluso, encontrar alguna ventaja a tener dos modelos de crianza o dos ámbitos sociales. En los procesos de separación influyen muchos elementos, pero lo más importante es que a los padres y madres que hacen sufrir a los hijos les fallan las capacidades básicas. Si lo utilizan como instrumento para atacarse, no tienen la empatía para colocarse en lo que supone para un hijo escuchar a su madre o su padre hablar mal del otro y les generan una experiencia terriblemente traumática. Los hijos utilizados en conflictos de divorcio tienen traumas psicológicos comparados a ser maltratados directamente. Por eso es muy importante la prevención de la utilización de hijos e hijas en conflictos de divorcio y que las políticas de protección les incorporen como sujetos de protección.
Antes de un proceso de separación o cuando se inicia, ¿sabemos transmitir a los hijos e hijas lo que pasa? ¿es mejor hablar con ellos u ocultarles el conflicto?
La conclusión, hasta ahora, es que la verdad no manipulada es lo más sano. Un niño pequeño tiene capacidad de comprensión a partir de los cuatro añitos. Si tú le explicas que el papá y la mamá en muchas cosas no están de acuerdo y que las discusiones no tienen nada que ver con él, lo estás protegiendo. Eso es una intervención preventiva fundamental para evitar el fenómeno de la autoatribución: cuando no hay una explicación de lo que pasa entre los padres y las madres hay una tendencia psicológica a encontrarle un sentido atribuyéndose la causa.