EN PRIMERA PERSONA

La montaña rusa de atender partos y muertes perinatales el mismo día: mi vida como matrona

Jorge Romero Martínez

Matrona en el Hospital Universitario de Valme (Sevilla) @Matronicidio —
19 de septiembre de 2024 21:56 h

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Asistir partos es como la droga, engancha. Años después de escuchar esta frase no puedo estar más de acuerdo. Acompañar a mujeres en uno de esos días especiales que recordarán toda la vida es un privilegio. Ser matrona es la profesión más antigua del mundo y también la más bonita. Por fin llega el día en el que desvirtualizan a ese pequeño ser que ha removido toda su existencia desde que aparecieron las dos rayitas del test de embarazo.

Pero ese día a veces es diferente. Al llegar al hospital ya atisbas algo con solo ver las caras de tus compañeras en el relevo. No es cansancio tras una larga noche de 12 horas de trabajo, es otra cosa, esas caras denotan que algo fuera de lo normal pasa. El ambiente es frío, triste. También hay alivio porque se han “librado”.

–¿Pasa algo?

–Es la mujer del tres, hay una pérdida.

Hoy en día la mayoría estamos más preparadas para lo que toca ese día. Queremos ser correctas incluso sin estar presente la madre y por eso hablamos de pérdida perinatal. Antes, hoy solo ya algunas personas, las menos, siguen usando la palabra “feto cruz” o “feto muerto”, probablemente como mecanismo de defensa, como barrera ante nuestros propios sentimientos de impotencia y tristeza. Tampoco vamos a engañarnos, hasta hace poco no había formación sobre cómo cuidar de una manera adecuada a estas familias y esas expresiones eran una parte más del compendio de malas prácticas. Como lo es ubicar a la madre en la misma sala de maternidad que mujeres felices con sus bebés o dar palabras de aliento que más bien eran puñaladas como “eres muy joven” o “ya está en el cielo tu ángel”.

El día que te toca asistir a una mujer que no va a recibir a su hijo, sino que lo va a recibir y despedir, es un día, sin duda, distinto. En algunos turnos se sortea quién asume el acompañamiento de las diferentes mujeres que hay en proceso de parto, también si hay muerte perinatal. En mi equipo de trabajo no hay sorteo, normalmente alguien lo asume, siempre hay alguien que da el paso y, normalmente, el resto de compañeras se sienten aliviadas.

En los últimos dos años me ha tocado acompañar a tres parejas en este trance, pero no siempre puedes. Era incapaz de hacerme cargo cuando mi mujer estaba gestando a nuestras hijas, porque ese día bajas al suelo y te da un baño de cruda realidad. Te podría haber pasado a ti, la bola de la fortuna ha decidido que le toque a otras personas, pero tú también estás en el bombo.

Cuando llegas a la habitación, ves la puerta cerrada con un dibujo colocado en la puerta, una mariposa de alas azules. Así evitamos errores del pasado, todo el personal que vaya a entrar ahí debe saber lo que pasa y la mariposa es el símbolo de las pérdidas perinatales. Recuerdo cuando ocurría que un técnico en cuidados, recién cambiado el turno y no habiendo recibido la información adecuada, entraba algo despistado al cuarto y decía algo como: “Qué bien que queda poco, ya mismo tienes aquí a tu niño, estarás deseando tenerlo encima”. Este es un cuarto sin cuna y lo más lejos posible de otros en los que se pueda escuchar el llanto de una criatura recién nacida.

Entras, te presentas. Dejas un tiempo, pocas palabras. A veces ante alguna palabra algún miembro de la pareja que afrontaba con entereza el momento se derrumba y empieza a llorar. En ese momento no puedo sostener la mirada, me siento impotente y miro al suelo, aún es pronto pero más adelante quizás ofrezco un abrazo o pongo mi mano sobre la suya con un apretón de empatía.

–No tengo palabras, lo siento, estoy aquí para acompañaros, ayudaros y para lo que queráis.

A veces aguantas a duras penas y al salir de la habitación lloras tú también porque, aunque ya lo has vivido más veces, eso no te hace inmune al dolor. Si hay muchas mujeres en los paritorios, lo habitual es tener entre 2 y 3 a tu cuidado, y tienes que ser capaz de cambiar de esas emociones de tristeza y pesar que sientes al salir de un cuarto donde se espera a una criatura muerta a otras muy distintas cuando vas a una habitación donde se espera con ansia el feliz encuentro con un hijo. Es una montaña rusa emocional.

Una vez das un tiempo, te decides a ir hablando sobre cómo debería ser el momento del nacimiento. Las clases de preparación al parto y la maternidad nunca plantean este escenario. Aquí hablas con la madre sobre cómo quiere vivirlo, si quiere despedirse de su bebé y tenerlo en brazos. Eso es lo que sugerimos porque sabemos que puede ser mejor para lo que viene luego, el duelo. Recomendamos algo muy distinto a lo que se hacía antes: no hace tanto intentábamos que los padres no vieran a su bebé muerto, en una creencia de que así le evitaríamos algún tipo de sufrimiento. Sin embargo, hoy día todas sabemos que ver a su hijo facilita el duelo. Ofrecemos que lo vean y lo tengan en brazos durante el tiempo que deseen para poder despedirse adecuadamente, e incluso, aun por sorprendente que pueda parecer, recomendamos hacerse una foto para que sirva de recuerdo.

Nosotras elaboramos una caja de recuerdos. Las matronas las compramos y en ella introducimos el gorrito y la ropita que haya tenido puesta levemente la criatura, una huella y un folleto de alguna asociación de madres y familias de duelo perinatal, que son fundamentales para el apoyo posterior. En cuanto a la fotografía, es otro trago amargo. No tenemos una cámara del servicio tipo Polaroid, que sería lo ideal. Por ello, si la familia accede y da su permiso se la hacemos con el bebé sobre el pecho de su madre y, aunque las piden en ese momento, les dejas tu correo electrónico y las guardamos para enviárselas después. Por si dudan, les decimos que si en un año no han contactado las eliminaremos. Tener ese recuerdo íntimo de otras personas entre tus archivos te quema, como que es algo que no te pertenece. La última vez, hace menos de un año, me la pidieron entre el mes y dos meses tras el parto en un emotivo correo: les envié sus fotografías y cuando me confirmaron que las tenían en su poder me pude liberar de esa responsabilidad de tener ese valioso recuerdo.

En el momento del parto se suele liberar toda una tormenta de emociones. Durante la dilatación suele haber altibajos para luego mantenerse estoicamente, pero llegado el momento, las familias suelen derrumbarse y llorar, mucho. Para nosotras es un momento duro también: recibes al bebé, lo coges como en cualquier otro parto y se lo ofreces a la madre para depositarlo sobre su pecho, lo cubres y dejas la carita descubierta como si fuera a respirar. Luego, una vez terminado tu trabajo con el alumbramiento y la sutura, si la hubiese, nos retiramos para que puedan despedirse de su bebé en la intimidad. Te libera salir porque puedes llorar también tú tranquilamente y liberar las emociones vividas. Hay familias que te llaman pronto, pero otras, yo diría que las más, tardan bastante en separarse por primera y última vez de sus hijos.

Es una sensación ambivalente que es difícil de explicar: te sientes triste pero, a la vez, si crees que has hecho bien tu trabajo en el acompañamiento también vienen emociones de paz y tranquilidad porque sientes que tu ayuda ha servido a la familia en ese trance. Tampoco tenemos ningún tipo de ayuda psicológica para las matronas. Una vez pedimos soporte y en psiquiatría nos dijeron que no daban abasto y no podían hacerse cargo de nosotras. La salud mental tan al orden del día y a la vez tan descuidada.

Esos días llegas a casa y abrazas a tus hijas como nunca. Coger en tus manos a un bebé sin vida es una sensación que rememoras y que te persigue durante días hasta que los mecanismos de defensa que nos montamos en el día a día hacen su trabajo y recuperas tu vida de antes.. hasta la próxima vez.