Por momentos, la paternidad y la maternidad se ejercen con un sentimiento de culpa de fondo, de no saber si estás haciendo las cosas bien, o siguiendo todos los pasos de ese manual de crianza que te compraste –quizá sea ya el décimo- para entender a tu hija o hijo. Por qué llora, por qué me reta, si es peligroso que vaya tan temprano a un campamento, si pasa demasiadas horas enganchado a la pantalla, si le dedico suficiente tiempo de calidad. El baúl de culpas y preocupaciones no tiene fin. ¿Se puede disfrutar así de la crianza?
De esa pregunta le surge a Óscar González, padre, maestro de primaria y asesor educativo, la idea para el libro que acaba de publicar, ‘Educar y ser felices’ (Penguin Random House), y que es una invitación a transformar los modelos de crianza. A diferencia de otros manuales de este tipo, que ponen el foco en el desarrollo de los niños, este es un texto que sitúa en el centro las necesidades de los padres y las madres. Entre ellas, la de disfrutar de una crianza sin corsés y libre de tantos juicios externos, inquietudes y culpas.
Comienza el libro diciendo que muchas personas piensan que ser padre o madre implica controlar a los niños y entrenarlos para actuar como adultos, pero que es, sin embargo, un planteamiento erróneo que nos llena de ansiedad. ¿Cuál es el enfoque que usted propone para ejercer la maternidad y la paternidad?
En vez de tratar de controlar al niño o niña, controlar mi propia conducta y comportarme yo como un adulto. Los niños aprenden lo que ven, lo que viven, así que si en casa ve, por ejemplo, actitudes de respeto es muy difícil que en clase no respete a sus compañeros, o que el día de mañana no vaya a respetar. Llevo muchísimos años trabajando con familias en las escuelas, y es cierto que casi todos ponen el foco en los niños, en los problemas que tienen los niños, incluso los manuales de crianza se centran solo en ellos, en qué hacen, cómo se comportan, buscando dar recetas enlatadas para ver cómo les podemos cambiar. Pero a lo máximo que pueden aspirar los progenitores es a cambiar ellos mismos, eso es lo que hay que entender.
¿Tendemos a repetir los patrones con los que hemos sido educados?
Muchísimo. Y aunque digamos que no queremos educar a nuestros hijos como nos han educado nuestros padres, ellos han sido los grandes referentes y se presentan como el sistema de referencia que hemos heredado, del que partimos cuando empezamos a educar. Por mucho que leamos muchos libros, nuestro piloto automático nos va a llevar a criar de la forma en que fuimos criados. Esto no está mal, pero se debe plantear también desde el sentido contrario, para aprovechar los errores: ¿qué no te gustaba que te hicieran o te dijeran a ti? Pues no lo repitas porque a tu hijo o hija le va a sentar igual de mal.
Una mala costumbre que hayamos heredado de otras generaciones.
Pues es muy difícil, por ejemplo, decirle a un progenitor que a veces la mejor manera de proceder con un hijo o hija es no hacer nada. Que no siempre hay que intervenir o darle una lección, una conferencia. No necesitan tanto que les demos discursos como ser escuchados. Una de las cosas que muchos de nosotros seguramente recordemos de la infancia es que no fuimos muy escuchados, la crianza era vertical y jerárquica. Un poco un ‘mientras yo hablo tú te callas porque soy tu padre’.
El cambio de paradigma viene con una educación más consciente, en la que nos damos cuenta de que los niños, por sí mismos, no nos lo ponen difícil, sino que depende de cómo lo enfrentemos nosotros como adultos. He escuchado muchas veces eso de que ‘desde que soy padre soy mejor persona’. Claro, porque ves a esa personita que es un espejo de ti, ves las cosas que reproduce de ti y que no te gustan, y las tienes que ir cambiando. Digamos que la crianza bien aprovechada nos hace ser conscientes de que tenemos mucho que aprender de nuestras hijas e hijos.
¿Por dónde empezar en este camino de parentalidad del disfrute y sin culpas del que habla en el libro?
Por conocer nuestra limitaciones, no solo como padres sino como personas. Los progenitores tenemos que eliminar ese sentimiento que tenemos de culpa que aparece porque aspiramos a ser perfectos, a que nuestros hijos lo hagan todo bien, porque si vamos por ese camino, cuando vemos que algo no encaja empiezan los autosabotajes y el machaque interno. Por otra parte, hay que olvidarse de lo que juzgarán o pensarán los demás. La crianza, en este sentido, debería ser mucho más personal y estar menos expuesta. A veces concedemos más importancia a lo que digan los demás que a lo que necesitamos nosotros o nuestros hijos. Y por último, debemos poner el foco en lo que hacemos bien y responsabilizarnos solo de lo que depende de nosotros.
Dice que una de las culpas más frecuentes en los padres y madres a día de hoy es la de no pasar suficiente tiempo con los hijos, por la imposibilidad de conciliar familia y empleo.
Sí, lo del ‘tiempo de calidad’ es un expresión que hemos inventado porque vivimos en una sociedad esclava del tiempo, con horarios rígidos que no favorecen la crianza. Por eso creo que para que llegue a desaparecer ese sentimiento de culpa de los padres y madres, la sociedad entera tiene que tomar conciencia del problema de la conciliación, empezando por las empresas. Pero vemos que entre las prioridades a nivel social o político no está el establecer un sistema de conciliación real.
Muchísimos padres y madres tienen que hacer encaje de bolillos no solo para pasar tiempo con los hijos, sino para, por ejemplo, acompañarles al colegio, o asistir a tutorías. Además, este peso educativo siempre recae sobre la madre. En 21 años trabajando en la escuela pública he conocido a todas las madres de mis alumnos pero no a los padres. Para educar bien a un niño hace falta una tribu entera, y ahora no toda la tribu está empujando en la misma dirección. Debemos parar, como cuando la pandemia provocó que se parara todo y nos obligó a repensar y rehacer la escuela, por ejemplo. Esto debería enfocarse también en otros ámbitos, como el de la conciliación. Cambiar la educación no es solo cambiar una ley educativa porque intervienen muchos otros factores.
Con este panorama, ¿no tienen los padres y madres derecho a tener pataletas de vez en cuando? Se les invita continuamente a dejar de lado los enfados, los gritos y los castigos…
Hay que tenerlos, porque si se evitan somos como una olla a presión que acaba explotando. El estrés lo tenemos que sacar, pero con las herramientas adecuadas podemos gestionarlo mejor. Hay que pensar contra quién estamos explotando: no es justo que lo hagamos contra nuestros hijos. Cuando nos movemos en nuestro mundo adulto de horarios, tiempos, prisas... lo vemos todo desde esa perspectiva, pero ellos no, son niños. Además, cuando estamos dentro de ese mundo adulto, nos parece lo mas importante que hay y cuando vemos el problema que nos viene contando nuestro hijo o hija le quitamos valor, e incluso nos llegamos a enfadar con ellos por contarnos tonterías.
Hay que escucharlos. De todas formas es normal que los padres nos desgastemos por pequeñas cosas que vamos sumando a lo largo del día. Si llega el momento en el que explotamos y gritamos, que también podemos permitirnos hacerlo, luego pedimos disculpas para que ellos también aprendan a hacerlo, y ya está.
¿Cómo afecta a la crianza el hecho de dudar continuamente sobre si lo estamos haciendo bien?
Primero hay que decir que es normal que se tengan tantas dudas cuando disponemos de tanta información en libros, manuales, publicaciones sobre crianza… Es importante disponer de ello pero a la vez no dejar que ese exceso de información nos impida avanzar, disfrutar y confiar en nuestro criterio como progenitores. La realidad es muy distinta en cada uno de los hogares, así que tenemos que adaptar los consejos y la información a la realidad que vivimos con nuestros hijos e hijas. Veremos con el tiempo si vamos bien encaminados con lo que estamos haciendo. Los miedos son naturales, pero hay que controlarlos porque si se descontrolan y tenemos miedo por todo vamos a mostrar ante ellos inseguridad o incapacidad para educar.
También hay que equivocarse para aprender.
Para todo en la vida. Si aprovechamos el error podemos utilizarlo como un lanzamiento en el aprendizaje. Tenemos que permitirnos entender que no somos padres perfectos y que nuestros errores nos van a permitir hacer las cosas de otra forma. Y de la misma manera, tenemos que permitir también a nuestros hijos que se equivoquen, que ahí fallamos muchas veces. Eso a ellos les impide crecer, en mayúsculas, porque no les estamos dando las herramientas afrontar problemas y caminar solos. Como padres, cuando se equivocan, no tenemos que prevenir esas caídas sino acompañarles para que puedan recuperarse de todo lo que les pueda ir sucediendo. De lo contrario corremos el riesgo de caer en sobreprotección, lo que les quita autonomía.
¿Concedemos menos importancia a educar sus habilidades sociales?
Sí, nuestra educación viene de la antigua forma de educar basada en el control, queremos tenerlo todo controlado y que tengan una buena conducta, que sepan estar, pero se nos olvida que no siempre están con nosotros, que cuando salen a la calle están con sus iguales y tienen que saber estar con ellos. Las habilidades sociales tienen que aprenderlas paras saber desenvolverse en el mundo. Cuando nuestra educación se basa solo en el control, cuando escapan de él no van a saber cómo actuar, o van a actuar de manera distinta, y eso puede generar conflictos.
No podemos intervenir cada vez que el niño o la niña se sale de nuestro mundo. Nos daremos cuenta de que, después de imitarnos, empezarán a cuestionar cosas que antes no nos cuestionaban. Ahí es donde tenemos que aprender que nuestro protagonismo como padres se va reduciendo o cambiando conforme el niño va creciendo. En la primera etapa tenemos que estar, y además que ellos lo noten, y después estar sin que lo noten, quedarnos en un segundo plano. A muchos padres les parece que su papel se diluye y no saben cómo encajar esto. Pero hay que valorarlo como algo positivo porque en su futuro va a ser muy importante el sentido crítico: van a saber cuestionar las cosas y no simplemente obedecer.