Juan González (34 años) siempre asumió que por ser gay no iba a poder tener hijos. “Di por hecho que no iba a ser padre cuando reconocí me orientación sexual. He crecido con esa idea”, señala. Pero ahora, este escaparatista de Santander conoce la paternidad muy de cerca. Su pareja, Jose (50 años), tiene una hija de 25 de una relación heterosexual anterior a su salida del armario. Los tres viven juntos y Juan ya sabe lo que son el “instinto de protección”, el estar “permanentemente pendiente” o la dedicación que implica tener hijos.
Son sentimientos comunes de padres y madres que los hombres gays experimentan cada vez más en primera persona, después de que la Ley del Matrimonio Igualitario de 2005 les abriera las puertas de la paternidad. Afrontan impedimentos biológicos que no padecen, por ejemplo, las lesbianas, que pueden acceder a la reproducción asistida para ser madres. Pero a los hijos nacidos de anteriores relaciones heterosexuales –normalmente de hombres mayores que padecieron un clima más homófobo y machista que el actual, que les impedía asumir o reconocer su orientación sexual– se han sumado otros métodos como la adopción o la gestación subrogada, una técnica cuestionada también dentro del colectivo gay.
“Teníamos la necesidad de ser padres y habíamos sentido ese instinto paternal desde que empezamos a salir juntos”, explica Juan Andrés Teno, un periodista malagueño de 50 años casado con Tomás. “Sentimos esa ilusión y ese anhelo. Veíamos cómo nuestros amigos heterosexuales tenían hijos y nos considerábamos iguales que ellos”, insiste. Sus deseos se dieron de bruces con la legislación de entonces, hace unos veinte años. “En ese momento la única opción era que solo uno de nosotros adoptara, sin que el otro tuviera ningún vínculo legal con el niño o niña. Mucha gente había luchado por nuestros derechos y decidimos no renunciar a que los dos fuéramos los padres. Tampoco queríamos engañar a la administración y dejamos el asunto en standby”, recuerda.
Todo cambió con la ley de matrimonio igualitario, que reconoció el derecho de las parejas homosexuales a acceder a la paternidad conjunta. “Nos casamos e iniciamos el proceso de adopción nacional”, recuerda Juan Andrés, que hoy es miembro de la Asociación de Familias LGTBI Galehi. A los tres años, recibieron la llamada más esperada y llegó a su casa Tristán, un bebé de solo seis meses. “Sentí un apego instantáneo a mi hijo. Era cumplir el deseo de toda nuestra vida”.
Algo similar les sucedió a Julián Guerra, profesor sevillano de 40 años, y a su pareja Agustín. Pero en su caso nunca se habían planteado la paternidad hasta que llegó la ley del Gobierno de Zapatero. “Entonces descubrimos que el de ser padres era un deseo que habíamos reprimido porque era imposible”, argumenta. Tras contraer matrimonio pidieron la adopción, que también tardó tres años justos –“ahora las listas de espera son más largas”, asegura–. Su hijo Martín ya tiene seis años. “Cuando llegó pensamos la que se nos venía encima, pero la verdad es que ser padre es una emoción inmensa. Por fin teníamos un niño al que cuidar y querer”, rememora.
El debate de la gestación subrogada
“El momento de ser padre es increíble. No tengo palabras para expresarlo”, asegura, Raúl Serrano, fisioterapeuta madrileño de 33 años. Él y su marido Luis optaron, en cambio, por la gestación subrogada. Se plantearon esta opción porque para ellos la adopción era “complicada”. Por un lado, porque no cumplían algunos de los requisitos exigidos para adoptar –como la situación económica o la edad– y, por otro, porque a la pareja de Raúl “le importaba” tener descendencia biológica. “Teníamos medios y nos daba miedo la espera que suele conllevar una adopción o que los padres biológicos reclamaran a nuestro hijo una vez adoptado”, apunta. A pesar de que en España la gestación subrogada es ilegal, viajaron a California (EEUU) donde realizaron el proceso. Allí nació Elena, que hoy tiene un año de edad. A la madre biológica no la conocieron hasta el día en que dio a luz y no mantienen contacto con ella.
El de la gestación subrogada es un debate presente en la sociedad que también se traslada a la comunidad LGTBI. Como la “mejor opción” la ve el fotógrafo Gerardo Vizmanos (46 años), que asegura que nunca se ha planteado tener hijos. “No tengo una razón especial. Es algo que nunca me ha llamado la atención y con mi estilo de vida de viajes y horarios debería estar muy convencido para poder gestionarlo bien”, indica. Apuesta por la gestación al considerar que “la adopción plantea una serie de circunstancias como los largos periodos de tiempo de trámite o problemas ante futuras donaciones por discordancia genética que impiden que sea la mejor alternativa. La adopción es buena para aquellos que quieren adoptar, no para aquellos que quieren tener hijos, pero no adoptar. Son dos cosas diferentes”, dice.
El cántabro Juan González opina, sin embargo, lo contrario. “Siempre me decantaría por la adopción y nunca por la gestación subrogada. Supone un coste económico al que no podría hacer frente y, sobre todo, me parece que es una forma más de explotación de las mujeres. Por ejemplo, en Ucrania, donde solo cuesta 15.000 euros acceder a un vientre de alquiler, muchas mujeres son víctimas de las mafias y de la trata. Además, me parece un trámite frío”, destaca.
Discriminaciones cotidianas
Al margen de la vía que se ha empleado para tener hijos, en el día a día los padres gays se encuentran con algunas dificultades concretas. Algunas equiparables a los padres heterosexuales y solteros, consecuencia del modelo machista que también rodea a la propia maternidad. “Muchas veces hemos tenido que entrar al baño de mujeres de los espacios públicos porque es ahí donde está el cambiador”, reconoce Julián Guerra, padre de Martín. Menciona, asimismo, “pequeños detalles” que atentan contra la diversidad de las familias: “En los potitos aparecen frases del tipo ‘como si lo hiciera mamá’ y en los anuncios de productos para niños siempre aparece la madre como elemento de protección y cariño”. También en el médico, se han encontrado ante la situación de que les pidan que entre “solo el padre”, cuando lo son ambos.
Todos han tenido problemas para que en el trabajo les reconozcan la baja por maternidad, como en el caso de una pareja heterosexual. Y es que la homofobia que muchos de ellos han padecido a lo largo de sus vidas también se sigue percibiendo cuando son padres. “Vivimos en una sociedad con un importante sesgo homófobo y eso lo percibimos las familias homoparentales, Te sientes vigilado, se fijan en ti más que en otras parejas. Y por eso muchas veces intentamos llevar la paternidad a la máxima exigencia para que nadie la ponga en duda. Lo haces hasta que te das cuenta de que lo importante es el menor”, asevera Juan Andrés Teno, padre de Tristán.
Pero esas situaciones de homofobia generan algunos temores en los hombres gays. “Precisamente uno de los motivos por el que nos planteábamos no tener hijos era ese miedo a que nuestra hija sufriera el qué dirán o que le dijeran que sus padres son unos degenerados”, reconoce Raúl Serrano, padre de Elena. Se trata de la discriminación por asociación a la que también ha temido Teno: “Es cierto que estamos alerta porque siempre hay casos de homofobia”. Julián Guerra añade: “El único miedo que hemos tenido es a que el resto de niños no sean educados en la diversidad y que eso le provoque problemas a nuestro hijo. Incluso hubo personas que nos dijeron que éramos muy egoístas porque le iban a tratar mal en el colegio”.
Las dificultades, en el caso de los padres gays con niños en edad de escolarizarse, ha sido precisamente la llegada al colegio. “No se aborda la diversidad de las familias. Depende de los profesores”, lamenta Teno. Por eso él y su pareja han impulsado distintas iniciativas en la escuela de su hijo para que la situación cambie y se inculquen esos valores de pluralidad a todos los menores. Guerra percibe ese mismo problema: “Nos sentimos discriminados en los libros de texto. Nuestro tipo de familia no aparece, como tampoco lo hacen los divorciados o las monoparentales. Siempre se reflejan los modelos de padre y madre felices”, lamenta. Su marido y él reconocen que realizan una labor específica para “adecuar” a la sociedad a su situación dentro de su ámbito de actuación.
Juan González asegura que su pareja, padre de una joven de 25 años, sí ha hecho “especial hincapié” en que ella vea su situación familiar “con normalidad”. “Lo cierto es que nunca tiene problemas a la hora de decir que su padre es gay, algo en lo que sin duda ha influido que se haya rodeado de personas LGTBI, lo cual me parece muy importante para todo tipo de niños”, apunta. Julián Guerra también decidió adoptar ese mismo camino a la hora de educar a Martín: “Le enseñamos que hay muchos modelos de familia, que hay madres solteras o padres separados. Y que todas son igual de buenas y que las puede ver en las situaciones familiares de sus propios amigos o compañeros”. En esa labor de educación resultan muy importantes los encuentros que organiza Galehi y en los que participan hijos de padres gays o lesbianas que cuentan sus experiencias.
Porque como reconoce Juan Andrés Teno cada vez que alguna persona duda de la capacidad de crianza de dos hombres: “A mi hijo no le falta de nada y somos igual de buenos o de malos padres que los de otras familias”.