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Pantallas para que niñas y niños no molesten: “No llores, que fastidias a todos los que vamos en el autobús”

Los niños reciben en ocasiones reproches por hacer cosas de su edad.

Lucía M. Quiroga

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“No llores, que te pones muy fea y fastidias a todos los que vamos en el autobús”. La frase la pronuncia una señora mayor que viaja en transporte público junto a una madre y una bebé que apenas alcanza el año. Viene acompañada además de un agarrón en el brazo de la niña que incomoda a la madre y hace llorar todavía más a la bebé. Es una escena que se repite a diario en el transporte público, en restaurantes, hoteles, tiendas y en el espacio público en general. Los niños molestan cuando hacen cosas de niños.

“Les estamos pidiendo a niños y niñas muy pequeñas, sobre todo entre cero y seis años, que hagan cosas de las que simplemente no son capaces. Especialmente la quietud. La infancia no tiene opciones de decisión ni se respetan sus necesidades básicas”, denuncia Alba, que es profesora de educación infantil. Y reflexiona en cuanto a la convivencia entre infancia y adultez: “En los espacios públicos no se tiene en cuenta a los niños y niñas, parece como si no les pertenecieran. Hay muy poca conciencia de que son personas con diferentes necesidades y diferentes etapas madurativas. Cuando no responden a lo que les pedimos, que es estarse quietos y no molestar, eso resulta molesto para las personas que no son de su entorno, pero a veces también para las propias familias”, explica la profesora.

Para Álvaro Bilbao, neuropsicólogo especializado en infancia, la clave está en encontrar un cierto equilibrio para la convivencia: “Todas las sociedades se han desarrollado en base a las normas sociales que nos permiten convivir y colaborar. En ese sentido está bien que los niños jueguen, que corran, que salten y que se expresen, pero hasta cierto punto. Cuando llega el momento de acostarse, de estar sentados a la mesa o de escuchar al profesor las normas son muy importantes. El instinto natural y el instinto cultural tienen que convivir y lo realmente difícil de ser padres y ser humanos en general es ser capaces de equilibrar ambos instintos para desarrollar un cerebro equilibrado”, asegura Bilbao.

Los restaurantes y hoteles son algunos de los espacios donde peor se recibe a niños y niñas. Salvando excepciones, el alboroto que suponen no suele gustar a clientes y propietarios. Le ha pasado muchas veces a Laura, madre de dos niños, que denuncia el adultocentrismo en ese tipo de espacios: “Hay muchos sitios que no lo dicen abiertamente pero no quieren niños. Otros sí lo hacen abiertamente e incluso lo incorporan en el eslogan: ‘hoteles sin niños’, ‘restaurantes sin niños’. Si cambias la palabra niño por otra cualquiera –ancianos, extranjeros, mujeres– nos parecería discriminador. Pero con los niños todo está permitido”, explica esta madre. Hace poco, intentó reservar en un restaurante y, al pedir una trona, le impidieron hacer la reserva.

El uso de pantallas para que se estén quietos

En la sala de espera de un centro de salud público, en Madrid, el personal sanitario ha decidido poner un cajón con cuentos y juguetes para que los niños y niñas puedan entretenerse antes de pasar consulta. Así lo cuenta Beatriz, la pediatra: “Nos dimos cuenta de que muchas familias daban a los peques los móviles para que no molestasen, y eso al final generaba muchos más problemas, porque cuando tenían que entrar a consulta se enfadaban si les paraban sus dibujos favoritos. Es complicado, porque hay mucho debate y mucha controversia con ponerles pantallas cuando son tan pequeños, pero luego tampoco somos capaces de aguantar el alboroto normal que provocan los niños. Nos olvidamos de que son niños”, explica la pediatra.

Sobre el uso de móviles y tablets también tiene una opinión Alba, la profesora de educación infantil. “Viene todo del mismo lugar, y es que les marcamos qué comportamientos están bien o mal sin atender a sus necesidades y a su desarrollo. En todos los lugares públicos se encuentran criaturas con pantallas porque se necesita que estén quietos, tanto por parte de la sociedad como por parte de las familias, que quieren estar tranquilas”. Para ella, la solución pasa por “convivir en espacios niños y adultos de una manera en la que todas las partes se sientan cómodas”. “Aquí obviamente siempre ha faltado una”, asegura.

Álvaro Bilbao cree que se ha avanzado mucho en superar la mirada adultocéntrica en sociedad, aunque todavía queda margen para seguir avanzando: “Creo sinceramente que se ha progresado mucho, pasando de una sociedad (la del siglo pasado) que tenía poca conciencia de las necesidades emocionales de los niños a una sociedad actual en la que el niño es mucho mejor comprendido desde todos los ámbitos”, asegura. Para él, una de las asignaturas pendientes tiene que ver con la adaptación de los espacios urbanos: “Podemos hacer ciudades más amables, con más plazas, menos coches y menos humos”, expone el neuropsicólogo.

Un criterio con el que coincide la profesora Alba, que aporta un ejemplo gráfico: “Incluir a la infancia en las ciudades pasa por hacerles partícipes, con algo tan simple como colocar las cosas a su altura. Por ejemplo, los niños y niñas no llegan a la mayor parte de los botones de los semáforos”, ejemplifica esta educadora.

Precisamente en el entorno urbano vivió una de las escenas más “tremendas” Itziar, madre de una niña pequeña. Aunque, aclara, “podría escribir una enciclopedia de historias parecidas”. “Estando mi peque en primero de infantil, dedicaron unos cuantos días a pintar con tizas el suelo de la acera al salir del colegio. Hacían dibujos, coloreaban las baldosas, e incluso practicaban las primeras letras. Había varios niños y llegó un señor muy enfadado que les echó una bronca por pintar en el suelo. Se dirigió a ellos como si fueran auténticos delincuentes. Los padres no pudimos más que replicarle y se fue enfurruñado y soltando improperios”, recuerda. 

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