“Niñatos de 10 años con móviles de 600 pavos, crías de 15 con extensiones de pelo de 500 euros, imberbes de 18 con cochazos de 24000 euros...”. Así comienza un texto que supuestamente apareció en un centro de salud después de que alguien lo dejase colgado en un tablón, y en el que la premisa es clara: los niños de ahora son unos malcriados. La fotografía fue colgada en Facebook por una mujer pontevedresa, y no tardó en hacerse viral. En este momento, ha sido compartida más de 95.000 veces. También ha sido noticia en varios medios.
El éxito que ha tenido el documento puede hacer pensar que gran parte de los que lo han compartido están de acuerdo con su contenido. Es decir, que los menores de hoy en día están muy consentidos, tienen caprichos excesivamente caros y sus padres les permiten todo. Incluso acceder a ciertas cosas que ellos ni pueden soñar a cambio de que sus hijos sí las tengan.
La gran pregunta es si ese texto tiene algo de base y si contiene aspectos que nos deberían alarmar. O si, por el contrario, se trata de una bolsa de tópicos y prejuicios que culpan a los niños de vivir en una sociedad mejor y con más posibilidades que la de sus padres. Tres psicólogos consultados por eldiario.es han analizado el texto y tienen varias reflexiones al respecto.
“Nuestros hijos no nacen queriendo cosas”
Alberto Soler es divulgador además de psicólogo, y sostiene que “los niños no nacen siendo materialistas o interesados, sino que poco a poco nosotros les vamos haciendo de esa manera”. Luego, se da la paradoja de “cuando llegan a la adolescencia, nos sorprendemos”. Soler tiene claro que convertimos a los menores en “seres materialistas”, pero a la vez señala que “los padres cada vez tenemos que enfrentarnos a más desafíos”.
“En cuestiones educativas es común echar balones fuera para cargar de responsabilidades a la escuela o las familias”, explica el pedagogo Álvaro Carretero, que incide en que la educación es “una tarea tripartita, siendo el tercer vértice de ese triángulo educacional el mismo niño”. Carretero recuerda que no es posible conocer si “es menos feliz un niño que recibe una educación espartana” que otros que son educados por otro método. Y rechaza la postura del autor o autora del viral: “¿Cuánta superioridad moral te otorga creer vivir de forma ajena al capitalismo?”.
Para la psicóloga Inés Gutiérrez Edo, situaciones como la de este texto responden a una “perspectiva de los adultos maduros y ancianos sobre los jóvenes que responde a una necesidad de adaptación”. Según ella, el conflicto que se genera entre generaciones viene por la “forma de entender los cambios en la sociedad y salvar el salto generacional”, que se suele hacer de la manera “más rápida y menos constructiva”.
Menores contra adultos
Los tres expertos consultados coinciden en que el texto no les parece acertado (“sugiere al tuntún cuál es la educación ideal para los hijos, y no es otra que la que esa misma persona parece haber recibido”, señala Carretero). La brecha generacional, las experiencias y los prejuicios pueden estar detrás de estas denuncias públicas.
“Los sujetos mayores tienden a pensar que como ellos han vivido más situaciones y las han superado, por fuerza tienen que ser mejores”, explica Gutiérrez Edo, que también trabaja en el área para la tercera edad de Cruz Roja Barcelona. Carretero apunta que “en ningún momento se dice que esos niños sean malas personas o víctimas del sistema educativo, que no tengan valores, que no sean solidarios: solo que 'su realidad está deformada' y que están consentidos”.
Alberto Soler sí admite que existen padres que agasajan a sus hijos debido a que no disponen del tiempo que los niños necesitan. “Llega un momento en el que nos piden que les cojamos brazos y les pedimos que se conformen con cosas para que se distraigan cuando lloran pidiendo nuestra presencia”, asegura el autor del libro Hijos y padres felices (Kallas). Una posición que contrasta con la del pedagogo, que señala, con matices, que “cada persona es libre de educar a sus hijos como le dé la gana mientras en esa educación no deban de intervenir los Asuntos Sociales”.
¿Tienen envidia los padres de sus hijos?
Una de las posibles lecturas del viral es que los mayores se quejen de que los menores disfruten de lo que ellos no pudieron ni plantearse en su juventud. Pero, ¿puede trasladarse esa envidia a la relación de padres e hijos? “Claro, de hecho la sienten”, asegura Gutiérrez Edo. Para la psicóloga, hay dos posibilidades: “Padres con una relación disfuncional, que sienten envidia y frustración que no se ve contrarrestada por el sentimiento de apego habitual, y los que tienen un apego funcional y simplemente lamentan no haber podido vivir tan bien”.
Soler tiene una visión distinta. Considera que “no suele darse”, dado que los padres “quieren lo mejor para sus hijos”. Y si ocurre, destaca que “es positiva, de satisfacción por el logro, no tanto competitividad”. Algo con lo que coincide Carretero, pero desde otro prisma: “Tener envidia de los hijos sería más bien un comportamiento disfuncional propio de una persona que no sabe aceptar el paso de los años ni encauzar sus emociones”.
Posibles soluciones a lo que plantea el viral
Textos como el que apareció en Pontevedra pueden calificarse de numerosas maneras. Los psicólogos y el pedagogo consultados estiman que el conflicto no es la solución. Tampoco señalar a unos u otros por la vida que tienen.
Según Carretero, para combatir estas “informaciones unilaterales”, lo ideal es emplear el sentido crítico, además del afán de reflexión. La psicóloga apuesta por fomentar “una interacción con interés mutuo entre distintas generaciones”. Es decir, que se eduque a los jóvenes en respetar y en tener interés por sus mayores, y que éstos últimos reciban ayuda para que derriben “mitos sobre la juventud e incitar a la empatía”. Que puedan acceder a las nuevas tecnologías y sepan qué se mueve en la actualidad puede sumar, dice la experta.
Soler ofrece perspectiva sobre la situación de ambas generaciones. “Ahora los niños y jóvenes pueden tener más objetos. Pero es una generación precaria, la primera que va a tener una peor calidad de vida que sus padres, con inestabilidad laboral. Pueden viajar a bajo coste, pero quizá llegan a la jubilación sin una pensión”.