Cada día miro mi cuenta bancaria. ¿A qué se parece? ¿Os acordáis cuando íbamos a una fiesta en una casa y el anfitrión pedía que, por el camino, comprásemos una bolsa de hielo? Llegábamos al sitio y los hielos se quedaban dentro de la bolsa, mientras los alegres invitados meten la mano con despreocupación para llenar sus copas. Al principio no lo sabíamos, porque los cubitos estaban congelados, pero poco a poco se va creando un charco sobre la mesa, ya que en realidad la bolsa tenía un pequeño agujero. La fiesta se prolonga hasta la madrugada y, de nuestra estupenda bolsa de hielos pesados y contundentes, apenas quedan unas babosas frescas y un reguero de agua fría.
Incluso si nunca os han pedido subir una bolsa de hielo, estoy segura de que muchos sabéis de qué os hablo. El último dinero de la media nómina de marzo se agota y me pregunto cuándo llegará mi prestación por desempleo debido al ERTE por fuerza mayor. Busco en la página del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) y encuentro un PDF que advierte que el Registro de la Administración General del Estado y el propio SEPE están saturados. Mientra se acerca peligrosamente la fecha de cobro de la hipoteca me pregunto si le puedo enviar al señor banquero ese PDF como justificante de impago. Le imagino tirándome cubitos de hielo desde su montículo de oro: “¡quédese en casa, señora Cabrera y cumpla con sus obligaciones!”.
Hoy se me ha ocurrido meterme en la sede electrónica del SEPE y he comprobado que no hay ninguna solicitud de prestación pendiente a mi nombre. Pinta mal la cosa. Por seguir con lo de la fiesta, es como si algún gracioso hubiera cogido la bolsa con el agua derretida y me la hubiera hecho caer por la espalda. Si el confinamiento va para largo, me temo que la llegada de la prestación, también.
Mirando la cuenta y su incesable sangría de gastos, veo que el gimnasio me ha pasado la cuota de abril. No entera, eso sí. De 24,50 a 8 euros. Después de pensar un rato sobre ello, lo he compartido por Twitter. He preguntado: ¿vosotros qué haríais? Seis personas me han aconsejado que reclame o devuelva al recibo. Dos, que lo aguante, si puedo. Por último, otras dos me aconsejan entrenar en casa (cómo se nota que no me conocen: todo el ejercicio que he hecho durante el confinamiento no me ha dado más que para un par de párrafos de este diario).
Carolina del Olmo es una de las dos que me ha sugerido no devolverlo: “Me parece una buena manera de intentar apoyarnos, ¿no?”, me dijo. La otra, Miguel, me contestó: “Si te lo ha reducido a 8€ probablemente sea lo mínimo para aguantar y mantener el mínimo de gastos de personal, a su vez reducidos por un ERTE. Esto es una cadena, si rompemos eslabones todo se desmorona”. He estado pensando en los entrenadores. El primero que conocí allí me hizo sentir tan fuera de lugar que un par de meses después fui a pedir la baja. Me hizo sentir ridícula por ir con Converse Chuck Taylor (negras, por supuesto) al gimnasio (era lo más parecido a un calzado deportivo que tenía) y, cuando lo más que podía hacer sobre la cinta era andar rápido, se descojonó de mí, mirando hacia otro lado. Pero en el momento de intentar darme de baja, me camelaron con mejoras y acabé aceptando un mes más.
En esa prórroga conocí a Arturo y ya no quise dejarlo. Incluso me daban (unas pocas) ganas de ir. (No voy al gimnasio por gusto sino por necesidad, eso os lo aseguro). Con su fantástico y mordaz sentido del humor, Arturo hizo que dejara de sentirme idiota en ese lugar. Por otro lado, no me ha gustado el email justificativo que ha enviado el gimnasio para cobrar una cuota de 8 euros. (Me imagino al dueño escribiéndolo y dándole a enviar como si también me tirara cubitos de hielo a la cabeza). No sé si a Arturo le habrán hecho un ERTE, pero pienso que tipos como él, tan buenos en lo suyo, no deberían perder su trabajo.
Con esta ausencia de ingresos, es una tentación volver al pluriempleo que nos proporciona Wallapop. Por mucho que la aplicación insista en que apalabremos ventas pero no quedemos, Alberto ha recibido algunas peticiones insistentes. Una persona le ofreció incluso mandarnos un mensajero a casa. Aunque le digo a la gente que no quiero exponer innecesariamente a los trabajadores de las tiendas online, repartidores y carteros, hay quien esto no lo ve. Una cosa es pedir que te traigan la compra porque no puedes moverte de casa, o porque sencillamente tienes miedo, y otra, quedar para vender un juego de la Play y así aprovechar a jugar durante la cuarentena.
Hace un par de noches me quedé mirando por la ventana a un repartidor de pizza, así que ayer decidí emitir una nueva comunicación institucional a mi comunidad, como presidenta de turno que soy. Tras informarles de que se había procedido a adaptar la antena al Segundo Dividendo Digital (una de las grandes preocupaciones del bloque), volví a darles ánimos renovados. (“¡Ánimo!” es, quizá, mi recomendación favorita para casi cualquier circunstancia, no se me ocurre qué mejor cosa puedo desear). Pero, al lado de este bando, imprimí otro cartel dirigido a carteros y repartidores, dándoles las gracias por su trabajo de parte de mi comunidad. A ver si no me pegan encima el aviso de lectura del contador del gas y alguno llega a verlo.
Si alguna vez os pasa lo del hielo y la fiesta, os recomiendo dos cosas: la primera, sacarlo de la bolsa y ponerlo en una cubitera; la segunda, pedirle al siguiente que llegue tarde que, antes de subir, compre de camino otra bolsa de hielo. Así se mantendrá la cadena del frío y nunca os faltará bebida fresca.
Reporte diario de la expansión de COVID-19: 161.852 casos confirmados en España; 830.260, en Europa y 1.524.161, en el mundo.