“Siempre me ha costado mucho asentarme con mis parejas, tenía miedo de que me pudieran dejar. Y también he vivido siempre intentando agradar a todo el mundo, buscando no fallar a nadie de mi entorno. Todo esto tiene que ver con un sentimiento de abandono”. Quien afirma esto es Patricia, una madrileña de 27 años que vivió entre los 6 y los 9 en un centro de menores. Su familia biológica no podía hacerse cargo de ella y tras esos años internada pasó a una familia de acogida que después la adoptó.
Cuenta Vicente Molina, padre por adopción de dos menores de 4 y 9, que a sus hijos les sigue pasando, pese a que llevan años en casa. “Por ejemplo, no soportan que salgamos de casa alguno de sus padres cuando se hace de noche, creen que no volveremos. Ambos fueron separados de sus madres al nacer, traen unas historias de vida complicadísimas y piensan que, igual que su familia biológica les abandonó, sus padres adoptivos también lo podemos hacer”, explica.
Para concienciar sobre las diferentes dimensiones de la adopción, Molina creó una cuenta de Instagram, Nuestro Hilo Rojo, donde trata de combatir la desinformación que todavía hay en torno a este tema, así como concienciar sobre distintas problemáticas como la “herida primaria” –la que generan la separación de la familia biológica y las que se den después con familias de acogida temporal o educadores–, el estigma que rodea a las personas adoptadas –el hecho de que se siga utilizando la frase “eres adoptado” como una burla o insulto– o el conflicto de lealtades –el que vive el niño o niña con respecto a su familia biológica y la de acogida o adopción–. Su cuenta de Instagram supera los 120.000 seguidores, y uno de sus contenidos más virales fue una entrevista hace unos días con Gloria Camila Ortega Mohedano, hija de Rocío Jurado y José Ortega Cano.
“En mi casa no se hablaba de adopción cuando era pequeña, yo nunca he hablado de este tema con mis padres”, empieza contando Gloria Camila en esa entrevista. “Yo me enteré en el colegio de que soy adoptada, y siempre me he sentido como un cachorro abandonado recogido de la calle. En redes sociales recibo muchísimo odio, me dicen que no soy la hija real de mis padres, que no merezco sus apellidos, y me insultan llamándome ‘adoptada’. Por eso estoy ahora mismo en terapia, trabajando mi trauma de abandono”, continúa. Vicente Molina, que quiso entrevistarla para aprovechar el altavoz que tiene al ser una personalidad pública, cuenta que hablar con ella le marcó muchísimo: “Tiene todavía la herida abierta porque a nivel social la han machacado”.
Montse Lapastora es psicóloga especializada en adopción y trauma, uno de los referentes en este ámbito. Autora de diversos libros y artículos sobre el tema, lleva más de dos décadas trabajando con niños y niñas adoptadas. Así define ella el trauma por abandono y la herida primaria: “El trauma ocurrido en etapas infantiles como consecuencia del abandono y/o maltrato puede hacer del tratamiento una labor complicada y frustrante para los terapeutas, dado que presenta múltiples síntomas relacionados con un pasado tormentoso y doloroso en muchos ámbitos de la vida del niño. La herida primaria tiene que ver con el abandono, pero además normalmente los niños adoptados han pasado por adversidad temprana (abandono, malnutrición, negligencia, maltrato, abusos). Por eso pueden haber desarrollado un trauma complejo, ya que durante los primeros meses o años han pasado procesos traumáticos de manera repetida. Esa herida además se reabre con las diferentes rupturas vinculares: la primera ruptura con la madre biológica o la posterior con la familia de acogida”, dice la psicóloga.
En cuanto al estigma que cargan las personas que han sido adoptadas, Lapastora asegura haber visto cientos de casos en su consulta. “La frase ‘eres un adoptado de mierda’ es demoledora para esos niños y niñas, porque es una herida que llevan abierta y que va en su identidad. La sociedad les recuerda continuamente esa diferencia entre hijo biológico e hijo adoptado, diciéndoles ‘tú no eres de aquí’ o ‘tu madre no es tu madre’. Es demoledor”, explica la experta.
Cuenta Vicente Molina que, aunque en su casa han naturalizado siempre el hecho de ser una familia adoptiva homoparental, sus hijos sí han sufrido ese tipo de comentarios hirientes. “Por ejemplo, a mi suegra sus amigas le preguntan si quiere igual a mis hijos que a sus otros nietos. Y también recuerdo perfectamente un día que, estando en una cafetería, llega la camarera y me dice: ‘No puedes negar que es tu hijo’, haciendo referencia a que nos parecemos físicamente. A lo que yo contesto: ‘Es mi hijo, pero es adoptado’. Ella interpretó que era de broma y le dijo al niño: ‘Dile a tu padre que no diga esas cosas tan feas’”, recuerda Vicente, quien reconoce tener miedo de lo que se puedan encontrar a nivel social, pero está trabajando con sus hijos para que tengan las herramientas necesarias para afrontarlo.
Seguridad, confianza, preparación y juegos
Es precisamente en ese trabajo familiar donde Monste Lapastora hace hincapié para poder abordar las dificultades surgidas del trauma. “Los niños con adversidad temprana son mucho menos maduros emocionalmente, y pueden experimentar sobre todo tres dificultades: baja autoestima, dificultades en las relaciones sociales y dificultades de aprendizaje”, enumera. Para abordar esas dificultades se utilizan diferentes técnicas. “Trabajamos con la sensación de abandono, y es importante saber que no todo depende de los niños: hay padres que son muy empáticos y otros no, les cuesta más entenderles. Por eso les explicamos todo bien a los padres para que lo sepan y se trabajen sus propias expectativas. También hacemos mucho hincapié en el juego, que es tan importante para el desarrollo infantil. Muchas veces los niños y niñas adoptados no han podido jugar, y eso tiene un impacto a nivel cerebral. A través de juegos y dinámicas podemos favorecer la integración de la parte emocional y racional del cerebro y establecer o restablecer el apego seguro con las figuras de referencia”, explica. Uno de sus libros, de hecho, trata de eso; se titula Adopción: trauma y juego (Desclee de Brouwer, 2018).
Este enfoque integral lo comparte Ana Linares, portavoz de la Coordinadora de Asociaciones de Adopción y Acogimiento (CORA): “Conviene hacer un trabajo profundo con la familia para poder hacer un buen acompañamiento con los peques. Es fundamental que las familias estén muy preparadas y formadas en trauma y adopción. Que sean realistas con lo que va a suponer para el peque venir a la familia. Deben tener muy trabajada la historia personal del chico o de la chica y deben estar abiertos a hacer terapia”, asegura. Linares aclara que el problema no tiene por qué venir de la adopción. “La adopción no tiene por qué ser una medida traumática, pero sí es una respuesta o solución a una historia compleja de adversidad temprana por la que transitan los niños. Y esas experiencias son las que resultan traumáticas, no la adopción en sí”, explica.
Tras años de convivencia, los dos hijos de Vicente Molina siguen pidiendo permiso para todo, “hasta para sentarse en el suelo o para hacer pis”. “Es porque buscan siempre agradar, no vaya a ser que el adulto se enfade y les vuelva a abandonar”, asegura Vicente. La psicóloga Montse Lapastora reconoce que esta es una realidad generalizada. “Hay niños y niñas adoptados que llevan 10 años con su familia y todavía dudan cada día si les van a recoger del cole”, cuenta. “Eso les pasa a mis hijos: les tengo que recordar cada día quién les va a ir a buscar a la salida de clase, y repetirles continuamente que esta es su casa para siempre, que de aquí no se van a marchar”, concluye.