Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Marcos de Quinto es la excepción: los ricos en España prefieren estar callados
El joven y despiadado banquero Marc Tourneuil acude a una velada de champán y etiqueta en el museo Louvre de París. Es la noche en la que se presenta la campaña “El lujo es un derecho” organizada por las empresas del sector. Aunque desde su designación como presidente del banco Phenix, Tourneil ha evitado a los periodistas, esta vez concede una breve entrevista a un amigo de su mujer.
-Señor Tourneuil, ¿qué opina de esta campaña por el lujo? -le pregunta el reportero.
-Estoy por un máximo de democracia en todo, la democratización del lujo es una solución para…
Mientras sigue con la cháchara sobre el lujo y la democracia, Tourneil piensa: “Ignoraba que decir chorradas fuera divertido”. En adelante, aceptará todas las entrevistas.
La escena está sacada de la película 'El Capital' de Costa-Gavras. Y la moraleja es bien sencilla: los banqueros sólo dicen naderías en los medios porque, en realidad, no dicen lo que piensan.
Bueno, vale, es sólo una película. Y además una película de un director rojeras. Pero parece evidente -y no es necesario hacer estudios estadísticos muy profundos- que mientras gobernantes y gobernados en España son sometidos al escrutinio público, los personas más adineradas del país, los grandes empresarios y los ricos más influyentes se mueven con relativa tranquilidad entre bastidores sin dar demasiadas explicaciones.
El ejemplo más evidente es el de Amancio Ortega, el hombre más rico de España, conocido por su aversión a los medios de comunicación y tan celoso de su imagen que hasta 1997 no se divulgó ninguna foto con su imagen. Amancio Ortega no concede entrevistas. ¿Por qué? La leyenda menciona su talante personal, su humildad y su rechazo a las apariencias, pero hay otras razones.
“Hablamos de compañías muy importantes, cotizadas en bolsa, muy sensibles a la reputación pública de sus directivos”, explica Judit Catalá, experta en marketing y CEO de la agencia XL Yourself. Al ser preguntada por el silencio del magnate que levantó Inditex, Rocío Pérez Sevilla, directora de Posicionamiento Corporativo y Crisis en la agencia Atrevia, lo compara con la anemia comunicativa de los dirigentes de los bancos en España: “No está entre sus propósitos convertirse en protagonistas. Tienen una marca por la que trabajar y ese es su objetivo”.
Hablar puede significar dañar la marca, es decir, perder dinero. El silencio es sinónimo de más dividendos a final de año.
Los superricos conceden entrevistas a cuentagotas como Rafael del Pino (Ferrovial) o Helena Revoredo (Prosegur) y, a veces, ni siquiera eso. “No concede entrevistas” es una frase común que aparece en los perfiles periodísticos de muchos de los mayores ricos de España. Es el caso no sólo de Amancio Ortega, también el de Alicia Koplowitz (Omega-Inversiones), Sol Daurella (Coca-Cola European Partners) o Juan Abelló (De Torreal - Inversiones). De este último apenas se recuerda una entrevista de un diario de Reus hace muchos años y alguna otra intervención para hablar de su pasión por el mundo del arte. Villarejo, en uno de sus informes de espionaje para el BBVA, decía de Abelló: “Muy discreto en sus actuaciones, está convencido de que los hombres no son prisioneros del destino, sino de sus opiniones”. El silencio es preciado entre los poderosos. No sabemos lo que piensan aunque lo intuimos.
Razones hay muchas para que no hablen. Algunos preferirán no ser entrevistados para no tener que responder sobre el origen de su riqueza gestada en bonus y pelotazos financieros de empresas adelgazadas con EREs. Otros quieren enterrar sus trapicheos para financiar a partidos políticos o sus decisiones para deslocalizar la producción en países del Tercer Mundo. O quizás no estén metidos en ningún escándalo. Simplemente no quieren hablar con los medios porque pueden no hablar con los medios.
Sin embargo, hay excepciones. El más polémico es Juan Roig, presidente de Mercadona. Entre sus hits está “a los pobres les gusta comprar barato” y se ha llegado a mofar del lenguaje inclusivo con aquel “empresas y empresos”. Defiende el modelo de meter mil horas de curro de los bazares chinos. Roig no se corta: su receta es más desregulación y más desprotección para los trabajadores. Sin embargo, hay un detalle importante. Casi siempre que habla en público lo hace en actos subido a un estrado y con el público rendido a sus pies. Sin periodistas con posibilidad de preguntar.
En todo caso, la discreción es la norma, pero esto no quiere decir que este Universo Forbes no tenga portavoces que salgan al espacio público a partirse la cara. Para eso están los líderes de las grandes patronales o los círculos de economía, los columnistas con cargos en consejos de administración o los periodistas económicos que aceptan regalos. También algunos políticos.
Mientras tanto, colectivos ciudadanos de todo tipo necesitan intervenir en la opinión pública para intentar alcanzar sus objetivos: trabajadores que se ven abocados a hacer huelga, vecinos que se organizan en plataformas para evitar atropellos de los poderes públicos… Para la inmensa mayoría de la gente intervenir en el debate público es un requisito imprescindible para intentar cambiar las cosas. Los superricos en España no lo necesitan. Probablemente porque no quieren cambiar las cosas y porque si tienen que presionar o conchabarse con el poder político pueden hacerlo en los reservados de los restaurantes, sin luces ni taquígrafos (no me lo invento, se lo contó Pedro Sánchez a Évole).
El caso de Marcos de Quinto explica, en cierta manera, todo esto. Él procede del grupo de la discreción de los grandes directivos, del cómodo silencio que otorga el poder económico, y ha pasado al terreno de la hiperactividad pública de los políticos. Fue vicepresidente de Coca-Cola y ahora es el diputado más rico del Congreso en representación de Ciudadanos. Y no está acostumbrado al efecto que pueden tener las palabras de un miembro destacado de un partido político. No está habituado a que le lleven la contraria en público. Marcos de Quinto se ha tirado el verano enfrascado en refriegas e insultos cruzados con otros usuarios de Twitter y terminó por llamar “bien comidos pasajeros” a los migrantes rescatados por el Open Arms.
Obviamente se armó la marimorena y Marcos de Quinto recibió un buen rapapolvo público. Pero no dejó de ser una polémica más de las muchas que inundan los medios. Hubo un tsunami de indignación popular y después el tsunami se fue a por su próximo objetivo. Porque, más allá de estas escaramuzas que nos reconfortan tanto cuando nos sumamos a la ola de indignación compartida, hay algo que se mantiene incólume en la sociedad española: la normalidad con la que el poder político, los medios de comunicación y la ciudadanía en general damos por descontado que los grandes empresarios y los ricos pueden esconderse tras de sus fundaciones benéficas y sus discursos oficiales sin preguntas. La normalidad con la que asumimos que sus actos tienen consecuencias pero que no tienen que responder por ellos en público. A esto se le suele llamar paz social.
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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.