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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Arturo Mora

Raimon en su segundo concierto en Madrid. Arturo en la esquina inferior izquierda. | JUAN SANTISO

Jesús Ortiz

La foto que abre esta tribuna es del concierto del 18 de mayo de 1968 en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense. Puede verse en muchos sitios sin firma; es hermana de la que apareciera en la portada del diario falangista SP y la hizo Juan Santiso. Este concierto fue, nos recuerda Antonio Gómez, el segundo que Raimon dio en Madrid; el primero había sido el año anterior en el Club de Amigos de la Unesco, y en él tomó fotos Manuel de Cos.

Hubo un tercer concierto, en febrero de 1976, que abarrotó el Palacio de los Deportes. En él Raimon preguntó por Arturo Mora Sanz, a quien no conseguía localizar, con el que tenía amistad por haber sido el principal organizador del concierto anterior, que acabó disuelto por la policía. Arturo era delegado de la Escuela de Ingenieros Industriales en el Sindicato Democrático de Estudiantes.

En 2008 se celebró otro concierto conmemorativo del de 40 años antes, al que asistieron ministros y está muy bien documentado en prensa. El rector, Carlos Berzosa, dedicó un recuerdo a Arturo Mora.

A Arturo se lo ve en varias fotos de aquel recital, la más conocida es la que aquí presentamos, y en ella aparece en la esquina inferior izquierda. No hay más fotos públicas de él que las de este concierto, que sepamos sus amigos. Poco después, el 20 de enero de 1969, la policía mata a Enrique Ruano, estudiante de Derecho y militante del FLP (Frente de Liberación Popular, o felipe), lo que acentúa la crispación general y dispara muchas manifestaciones de repulsa. Para intentar frenar la escalada de protestas, el 24 de enero el Gobierno decreta el estado de excepción. La policía detiene a mucha gente, entre ella a Arturo, al que encierran provisionalmente en Carabanchel. Allí coincidió con Dioni, el delegado de su Escuela, que había organizado una huelga porque nadie conseguía aprobar la Mecánica de segundo, imprescindible para pasar a tercero: al régimen le preocupaban poco las excusas para encerrar gente despierta. Después a Arturo lo deportan a Santander (uno de los derechos suspendidos por el estado de excepción es el de fijar residencia libremente dentro del territorio nacional).

Vuelto del destierro, Arturo, ahora fuera del PCE, reparte en el metro panfletos firmados por «jóvenes obreros y estudiantes», y vuelven a detenerlo. El 1 de abril de 1971, según el número del mismo mes de horizonte, la revista de las Juventudes Comunistas de España, el Tribunal de Orden Público celebra la vista oral contra él. El fiscal pide siete años por propaganda ilegal y agresión a la autoridad. Previamente, el 29 marzo, se había celebrado una asamblea para tratar el tema en la Escuela de Ingenieros, desalojada por la policía. El día del juicio, siempre según horizonte, había mil estudiantes en las Salesas; hubo un comando posterior en Iglesias y más detenciones.

A Arturo le condenaron a cuatro años y lo metieron en la cárcel. Allí ganó su reducción de pena preparando los apuntes de Química Orgánica de segundo. Recién salido de prisión venía mucho por nuestra casa en Ilustración 6, una corrala próxima a la Estación del Norte. En el bajo de la corrala cinco cántabros ocupábamos una vivienda de casi 50 metros cuadrados en la que al menos dos paredes hacían escuadra, donde Arturo se quedaba toda la noche porque le dejábamos una habitación en la que follaba abundantemente con su novia.

Arturo llegó a nuestra casa porque había hecho amistad en la cárcel con Moncho Burgués, uno de nosotros, más tarde restaurador famoso, cuya última empresa fue El Rvbicón. Pero este no era su único vínculo con Cantabria: de Santander era su madre (donde conservaba familia, de ahí el destierro), de la que recuerdo el orgullo con que hablaba de Arturo y de los siete kilos que había pesado al nacer: fue alguien excepcional desde el principio.

Por concretar la excepcionalidad: probablemente fuera la persona mejor dotada para el liderazgo que muchos hayamos conocido. Creo que la mayor razón para ello era que se preocupaba de verdad del bienestar de quienes lo rodeaban. Pero esa es una cualidad que a la gente se le reconoce tras el trato dilatado, por observación de su conducta. Lo sorprendente de Arturo era que despertaba fascinación desde el primer momento.

Su costumbre de venir a dormir a casa permitió que alguien se enterara de que a sus habitantes nos habían detenido. Algunos vecinos, que habían sido obligados a hacer de testigos en el registro, en camiseta, porque estaban durmiendo la siesta, le contaron lo sucedido.

Arturo movilizó al abogado Mariano Benítez de Lugo que debió preguntar hasta localizarnos en las Salesas y nos sacó de allí a casi todos cuando llevábamos una semana sin ver la calle.

De todo esto ha pasado casi medio siglo. El otro día entré en el Palacete del Embarcadero para ver la exposición «Secuencias de la Transición. España, 1975-1979», del Archivo Lafuente, que permanecerá allí hasta el 29 de setiembre. No había ido antes por la repugnancia que siento ante la denominación de «transición democrática pacífica» que han conseguido imponer, en una magnífica operación de marketing político, a la enésima y sangrienta restauración borbónica. Pero al fin fui, y la recorrí disciplinadamente empezando por el principio. Cuando me acercaba a la salida, me paralizó la visión de esta foto:

Pertenece a una serie de cinco que comparten la rotulación «Militantes del FRAP encarcelados en Carabanchel, fotografiados de manera clandestina por Juan López, Madrid, s. a. [mediados de la década de 1970]. Archivo Lafuente». De perfil, mirando a la izquierda, está Arturo Mora. Enseguida se la enseñé a los amigos, ahora ingenieros industriales, que compartí con Arturo: ellos tampoco sabían de la existencia de esta foto.

A Arturo lo soltaron en la primavera de 1973, por lo que la foto es anterior con toda seguridad. Es decir, es anterior al periodo al que se refiere la exposición, aunque seguramente la cárcel habría cambiado poco y se la puede considerar representativa. En aquellos años poca gente tenía máquina, y en nuestro ambiente se sacaban muy pocas fotos; se procuraba que no aparecieran caras en ellas y no se facilitaban detalles que pudieran identificar a nadie, por lo que los errores de catalogación son muy comprensibles.

Por otro lado, por entonces no había muchos militantes del FRAP encarcelados; lo más probable es que quienes aparecen en la foto fueran estudiantes miembros del PCE o sin afiliar, como Dioni, el delegado de Industriales, y nueve o diez futuros ingenieros que quedaron en libertad sin cargos al acabar el estado de excepción.

Arturo murió en 1978, en un accidente de tráfico. Por entonces había ido evolucionando ideológicamente hacia el centro: no nos hubiera extrañado nada verlo de ministro de alguno de los gobiernos de la llamada Transición, como compañeros suyos ingenieros (Elena Salgado y Javier Gómez Navarro). Pero él hubiera podido recordar una juventud intensa, valiente y generosa. Así lo recordamos sus amigos.

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