80 aniversario de la fuga del monte Ezkaba, la mayor en Europa
Hace 80 años, el 22 de mayo de 1938, los presos encarcelados en el fuerte de San Cristóbal protagonizaron la fuga carcelaria más masiva de Europa hasta el día de hoy. Hartos de ver a sus compañeros morir por las torturas, la tuberculosis, la malnutrición, el hacinamiento y demás penurias, al caer la tarde tomaron las armas, redujeron a la guardia, salieron del penal y se lanzaron monte abajo. Su destino era Urepel, justo al otro lado de la muga, en Francia, donde esperaban reencontrarse con la democracia por la que habían peleado y que su propio país les negaba.
Lograron salir 795, pero solo tres lograron recorrer los 53 kilómetros que los separaban del país vecino, ruta hoy convertida en la GR-225, precisamente en homenaje a la fecha de la gran evasión. Los números del penal asustan y recuerdan a los episodios más negros de la historia europea: hasta 7.000 presos republicanos sufrieron la dureza de sus condiciones, 206 fueron directamente asesinados durante la fuga y antes morían tantos que los 12 cementerios de los pueblos de la cendea de alrededor se quedaban sin espacio a un ritmo alarmante.
Por eso habilitaron un lugar cercano conocido como cementerio de las botellas, porque en un último gesto de humanidad, alguno de los encargados de enterrarlos colocaba a los cadáveres una botella entre las piernas con sus señas, para que pudieran ser identificados en el futuro.
Y el futuro es hoy. Medio kilómetro ante de la cima del monte Ezkaba, donde se ubica el fuerte de San Cristóbal o de Alfonso XII, un cartel recuerda la malograda hazaña. El monolito fue restituido la semana pasada, después de que en 2009 sufriera el enésimo ataque anónimo. Luce engalanado con banderas y centros de flores tricolor.
Un sol radiante ilumina la entrada del fuerte, donde se han congregado cientos de personas con banderas republicanas. Un círculo de 14 botellas y 14 claveles rojos recuerda a los fusilados por ser considerados instigadores directos de la fuga. Desde hace 30 años, la asociación Txinparta se encarga de recordar los hechos.
El edificio se comenzó a construir en 1878 para defender Pamplona, pero tardaron tanto en acabarlo que cuando por fin lo hicieron, en 1919, la irrupción de la aviación de guerra dejó este tipo de infraestructuras obsoletas. Con el golpe militar de 1936, los sublevados lo utilizaron como prisión, donde presos políticos llegados de toda España sufrieron condiciones inhumanas. Proyectado para unas 350 personas, llegó a albergar hasta 2.500.
La consejera de Relaciones Ciudadanas e Institucionales, Ana Ollo, ha recordado el afán del Gobierno de Navarra por ayudar a las asociaciones que durante “demasiado tiempo” han tenido que buscar a los asesinados por las cunetas y tratar de identificarlos por sus propios medios. “Una sociedad democrática no puede ser una sociedad sin memoria”, ha recalcado Ollo, que se ha dirigido a los familiares de las víctimas, llegados de Euskadi, Catalunya, Francia, Segovia, Galicia, Cantabria, Valladolid, Madrid… y ha reconocido que las instituciones “hemos llegado demasiado tarde”.
Sin embargo, el esfuerzo en las políticas de memoria histórica comienza a dar sus frutos: hace un año eran 32 los presos localizados. Hoy son ya 45 con los dos últimos encontrados esta misma semana en Leranoz, parece que dos gallegos de 19 y 21 años, aunque hay que esperar a las pruebas de ADN definitivas. El Programa de Exhumaciones del Gobierno de Navarra ha desenterrado cuerpos en fosas en localidades como Olabe, Berriozar, Usetxi, Burutain, Urtasun, Lintzoain y Agorreta.
Pero el proyecto Ezkaba es mucho más: exposiciones, actividades con escuelas e institutos, publicaciones… todas enfocadas a “romper con ese pasado de silencio y olvido que durante décadas ha habido en las instituciones”, ha dicho Ollo, que ha cerrado su intervención asegurando que seguirán trabajando por que “no se produzcan más vulneraciones de derechos humanos”.
A continuación, el bertsolari Ekoitz Goikoetxea ha dedicado una composición a los asesinados y sus familiares. Precisamente uno de ellos, el vallisoletano Antonio Escudero, sobrino-nieto de uno de los 14 asesinados por ser considerados instigadores directos de la fuga, ha relatado que si bien no tienen mucha información de cómo era su tío lo considera “un joven valiente, honesto con sus orígenes humildes y con sus ideas de igualdad, justicia y libertad”.
También ha ofrecido su testimonio, en medio de un silencio solo roto por algún sollozo, Montse Sanz, nieta de Andrés Rodrigo de Benito, asesinado durante la fuga: “Fue desaparecido forzosamente, y su familia quedó sumida en un silencio obligado orientado a provocar el olvido”, ha denunciado, para a continuación asegurar que su recuerdo “es permanente”.
El último testimonio ha sido el de Ana Fernández, hija del preso Jovino Fernández, uno de los tres que logró llegar a Francia. Minero de El Bierzo, Jovino se afilió en 1931 a la CNT, y durante la guerra luchó en las milicias de Asturias, en el frente de Oviedo y en la defensa del cinturón de hierro de Bilbao. Capturado y condenado a muerte por rebelión, fue el preso 2332 de San Cristóbal hasta que logró huir. Pero su paso por Francia fue breve, ya que volvió a luchar en Barcelona. 80 años después, su hija lo ha podido reivindicar en la puerta del presidio: “No olvidemos a los que no cayeron por Dios y por España, sino solo por España. Por la República”.