Ser la BBC es posible

28 de marzo de 2024 22:11 h

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Una de las rutinas más reconfortantes en el Reino Unido es escuchar las entrevistas del matinal de la radio BBC4. Nick Robinson, Mishal Husain, Martha Kearney, Amol Rajan y Justin Webb –los presentadores se turnan y casi siempre hay equilibrio de género– hacen cada día de “abogado del diablo” con políticos, sindicalistas, empresarios, diplomáticos y otras personas con especial responsabilidad pública. Con personas corrientes o privadas no hacen este ejercicio, que puede resultar agresivo a oídos de oyentes poco acostumbrados a este estilo. 

Su misión es contrarrestar lo que dice alguien con los argumentos del contrario, pero no son equidistantes con los hechos y no dudan en interrumpir al primer ministro, el representante sindical del ferrocarril, un diputado ruso o el político de un partido alternativo si hace un comentario con datos erróneos, si no contesta a una pregunta o si lanza una diatriba de falsedades. Son todos ejemplos recientes que he escuchado y disfrutado. A veces, los políticos abroncan en antena al entrevistador, pero acaban reculando. La presión pública o privada que pueden ejercer tiene un límite porque los periodistas profesionales están protegidos por un sistema fuerte que respeta y justifica lo que es un medio público. Es cierto que es un estilo más agresivo de entrevistas que también se da en medios privados y que es poco habitual en España (salvo excepciones) en cualquier medio. Más allá del estilo, la misión de la BBC está clara y eso justifica que exista un medio que se mantiene con dinero público. El peloteo al político es inexistente.

Y el Reino Unido está muy lejos de ser un paraíso donde los políticos respetan a los periodistas y los reporteros son impecables. El país tiene, además, más problemas que España en muchos aspectos de sus comunidades empobrecidas, infraestructuras decadentes, clasismo apolillado, élites plagadas de chanchullos y el gran tiro en el pie que ha sido el Brexit. Pero hay reglas escritas, detalladas, claras y en constante revisión que apuntalan la cultura de la rendición de cuentas cuando llegan mal dadas y alguna de las partes no hace su trabajo.

Por supuesto, es inconcebible que el director ejecutivo tenga carné de un partido y se lía cuando los políticos intentan influir en un órgano de supervisión, aunque sea decorativo, y colocan a figuras con conflicto de intereses en puestos simbólicos. La radiotelevisión atiende a las quejas del público, no de los políticos. Y de ahí que tenga que considerar y responder a las críticas que le llegan con un proceso formal para ello (en algunos temas, avalancha). Además, un regulador independiente dedicado a la televisión y la radio, Ofcom, vela por el cumplimiento del servicio.

Las reglas y los estándares suponen obligaciones para todos. Sus periodistas y presentadores encargados de programas informativos son duros con los políticos de todos los partidos en sus entrevistas, pero no pueden interpelar ni atacar en redes a políticos y otras personas sobre las que informan. Sus sueldos y otras condiciones laborales son públicos a partir de un umbral. Y no valen improvisaciones. Denominar a una organización “terrorista” o “militante” no depende de cada uno, y el lenguaje se va adaptando a los tiempos. 

No es un sistema perfecto, como han demostrado la falta de escrutinio de la monarquía, por ejemplo, o los criterios no tan claros sobre redes para presentadores de programas de entretenimiento. Por cierto, la BBC también informa de manera crítica y completa de las polémicas sobre sí misma, no con unos segundos maquillados con jerga como el telediario español hace unos días, llamando “extinción de contrato” a “destituir” a la presidenta y el jefe de contenidos de RTVE en la crisis que ha documentado con detalle y cuidado nuestro compañero Marcos Méndez.

La BBC tiene un sesgo pro-establishment que se refleja en asuntos concretos, por ejemplo el tratamiento de migrantes y extranjeros casi siempre descritos de manera paternalista o como “los otros”. Y su influencia empieza a ser limitada en medio de la fragmentación de la atención y una audiencia cada vez más envejecida. Visto el nivel de manipulación y lo poco informado que estaba el público en 2016, la BBC no cumplió como debía con su misión en la campaña del Brexit. 

Pero, con todo, es una fuerza imparcial, moderadora en tiempos de irresponsable agresividad partidista y referente para tener claros los hechos más básicos. Es de manera consistente el medio que despierta más confianza en el Reino Unido, en personas de todas las inclinaciones ideológicas, y el que más alcance de audiencia tiene, según el informe anual del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford. Incluso saca buena nota en Estados Unidos pese a que tiene una audiencia limitada en ese país. 

En este mismo informe, en España, RTVE tiene menos alcance, pero también está entre los medios que más confianza inspiran incluso estando más abajo en el ranking.

Lo de la BBC es posible. Se puede imitar. Y claro que se puede cambiar. La radiotelevisión pública en España sufrió más mangoneos políticos sin tapujos ni sonrojos durante los gobiernos de Felipe González y José María Aznar. La situación ahora es mucho mejor. Y ha sido así por el paso atrás de algunos políticos, en particular José Luis Rodríguez Zapatero, y el buen hacer de un grupo de periodistas que se han tomado en serio su misión de imparcialidad y se pasan la antorcha. 

Pero falta el cambio estructural. Hace falta escribir reglas al menos para los medios públicos. Y desde luego que pasen por un sistema que no esté controlado por los partidos políticos, que hicieron un amago de dejar a la radiotelevisión pública estar, pero no quieren perder esa llave que creen (a menudo equivocadamente) que les puede echar una mano en campaña. Y esto importa mucho. El estudio de las audiencias muestra que en todos los países europeos, también en España, una mayoría de personas dice, con razón, que los medios públicos son importantes para ellas mismas y para la sociedad.

Antonio Delgado, buen amigo y gran reportero de Radio Nacional de España, compartió esta semana en X una reveladora página del libro del historiador Timothy Snyder Sobre la tiranía: veinte lecciones que aprender del siglo XX. “Defiende las instituciones”, escribe Snyder. “No hables de ‘nuestras instituciones’ a menos que las hagas tuyas por el procedimiento de actuar en su nombre…. Elige una institución que te importe –un tribunal, un periódico, una legislación, un sindicato– y ponte de su parte”. Pues eso, ponte de su parte.