La extrema derecha que habita entre nosotros

9 de diciembre de 2020 23:28 h

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El profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona, Joan Marcet, publicó una investigación en 2012 en la que se hacía una radiografía histórica de la derecha en España. Apuntaba que en la Transición se podía identificar la ultraderecha con militantes de grupúsculos activos (continuadores del viejo falangismo, del carlismo o simplemente franquistas), y también con algunos de los sectores más integristas de la Iglesia católica. Era la extrema derecha más activista y conspirativa que fracasó con el golpe de estado de 1981. 

En las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977, ninguna de las formaciones políticas de extrema derecha que se presentaron lograron representación parlamentaria. Alianza Nacional, en la que estaban la Fuerza Nueva de Blas Piñar y otras siglas falangistas, solo consiguió el 0,37% de los votos. Dos años después, la Unión Nacional-Fuerza Nueva, obtuvo un diputado. Pero en octubre de 1982 lo perdió. La extrema derecha se hundió porque en este flanco se impuso una derecha neofranquista, integrada por muchos excargos de la dictadura, dispuesta a aceptar una evolución del régimen hacia una democracia que pudiese ser controlada. 

Que el franquismo nostálgico fracasase en las urnas no significaba que no existiese. Lo absorbió Alianza Popular, que incapaz de ser alternativa al felipismo se refundó con el nacimiento de unas nuevas siglas, las del Partido Popular. El aznarismo se presentó como un movimiento joven en el que podían convivir “cómodamente” las ideas liberales, conservadoras y democristianas. Venció en las elecciones del 96 con el lema 'Gana el centro'. ¿Y la extrema derecha dónde estaba? Pues, “cómodamente”, en ese PP. Ahí siguieron (muchos de ellos cobrando sueldos públicos), cuando llegó Mariano Rajoy. Ahí estaban aunque cada vez más incómodos.

Los sectores ultras empezaron a inquietarse y, reflejándose en movimientos parecidos que resurgían en países vecinos, vieron que había llegado el momento de emanciparse. La premio Pulitzer Anne Applebaum resumió en un artículo los tres elementos que explican el éxito de Vox: Una reacción al desafío independentista catalán, el aumento de la polarización y un nuevo ecosistema que superaba el bipartidismo clásico en el Congreso. La financiación extranjera y una versión 2.0 de la propaganda fascista hicieron el resto.

España ya es como Francia o Italia porque tiene su partido de ultraderecha en las instituciones. Los nostálgicos del franquismo no se esconden y presumen de erigirse en azote del feminismo, la migración y sobre todo y por encima de todo defienden una concepción rancia y excluyente de España. “Hacer España grande otra vez”, como tituló Vox uno de sus vídeos de propaganda y cuya autoría se apunta Rafael Bardají, exasesor de Aznar, de los que más le presionó para que se sumase al trío de los Azores, y alguien a quien todo le parece demasiado moderado.

Los mensajes de los militares retirados, esos altos mandos nostálgicos que tuvieron que pasar por el tubo de la democracia, y la carta dirigida a un Rey enmudecido, son solo una parte de esa extrema derecha envalentonada que se manifiesta con cruces gamadas en un mitin de Abascal en Barcelona sin que durante el acto ninguno de los asistentes les frenasen. Llevaban días anunciando su presencia y su apoyo al acto de Vox, forman parte del Frente Nacional Identitario y han participado en manifestaciones de Jusapol, un pseudosindicato policial. 

Los militares jubilados y nostálgicos deberían preocupar solo lo justo porque lo realmente importante es el auge de la extrema derecha que ya no se conforma en escupir barbaridades en sus chats. Está presente en el Congreso y muchos parlamentos autonómicos. El próximo donde se estrenarán será el de Catalunya. Alimentan y repiten la acusación de que el Gobierno es ilegítimo y una parte del PP, la que encabeza Isabel Díaz Ayuso, y articulistas que presumen de demócratas les dan las alas que Merkel les corta en Alemania y Macron en Francia.