La líder

10 de diciembre de 2020 22:53 h

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Este miércoles Angela Merkel lo volvió a hacer. Dio un discurso contundente, apasionado incluso, con un mensaje impopular, bien explicado y necesario. La canciller alemana dijo ante el Parlamento que comprendía la presión de los puestos de comida que quieren abrir y de las familias que quieren celebrar la Navidad como si nada pero subrayó que el precio que hay que pagar, cientos de muertos al día, no es aceptable. 

Alguno se sorprende de que la conservadora Merkel tome un camino muy distinto de los conservadores en España una y otra vez en cuanto a prioridades, mensaje o valentía. Pero lo cierto es que no hay nadie con una solidez y respeto por los hechos como Merkel, y no sólo entre los conservadores. Tampoco es que Merkel haya cambiado. Siempre ha sido así.

Durante la crisis financiera a menudo llegó a España la caricatura de Merkel imponiendo recortes con extremos de insultos contra el sur que en realidad venían de los tabloides alemanes y no de su gobierno. Sí, es cierto que Merkel temía que el colapso de las cuentas de los países vecinos acabara hundiendo a Alemania y al resto de la zona euro, y que no se fiaba de los números de países como Grecia (y con razón, porque pasaron años falseando sus estadísticas) y de las instituciones europeas que supuestamente los controlaban (los tiempos del comisario Joaquín Almunia). Y también que su reticencia a salir de la crisis invirtiendo más dinero público costó sufrimiento y no produjo necesariamente una salida más sólida o rápida de la crisis. 

Pero Merkel siempre ha mostrado la misma devoción por los hechos, fueran impopulares o no en su país o en el resto de Europa, y un sentido del interés común europeo por encima de cualquiera de sus colegas. Hace más de una década, ya era Merkel la que empujaba a favor de medidas más estrictas para combatir la crisis climática y ya era ella la que acababa poniendo más dinero para compensar a los países del Este o a cualquiera que impidiera un acuerdo. 

Entonces aprendió a tratar con Nicolas Sarkozy, el líder más opuesto en carácter y a menudo en ideas incluso aunque fueran del mismo partido europeo, por el bien común. 

“Ella era célebre por desconfiar de los despliegues emocionales y la retórica exagerada… Sarkozy, por otra parte, era todo despliegue emocional y retórica exagerada”, escribe Barack Obama en sus memorias. El presidente de Estados Unidos cuenta que ya entonces, nada más llegar a la Casa Blanca en 2009, “no era muy difícil decir cuál de los dos líderes europeos sería un aliado más de fiar”. 

Es una cuestión de liderazgo que no tiene que ver con la ideología. El valor de ser capaz de liderar más allá de las etiquetas partidistas y los brochazos ideológicos que tanto gustan en España es más evidente durante las crisis. Se puede fallar y esta pandemia sigue causando mucho dolor también en los países con más recursos y políticas públicas más coherentes. Pero estar en manos de políticos que respetan la ciencia y los hechos les convengan o no da algo de tranquilidad.

Escuchar las palabras de Merkel diciendo lo que los pusilánimes políticos españoles no se atreven a decir nos puede servir a todos.