El 8 de noviembre de 1991, las radios en Italia empezaron a emitir el nuevo disco de Franco Battiato. Ahí debutó Povera Patria, la canción que se convertiría en la más célebre del álbum y una de las más proféticas y duraderas. Nunca había escrito una canción tan política, y nadie había utilizado la palabra “patria” en la cultura popular en décadas tras su caída en desgracia a manos del fascismo.
“Povera patria/ Schiacciata dagli abusi del potere/ Di gente infame, che non sa cos'è il pudore/ Si credono potenti e gli va bene quello che fanno/ E tutto gli appartiene” (“Pobre patria/ Aplastada por los abusos del poder/ De gente infame que no sabe lo que es el pudor/ Se creen poderosos y les va bien lo que hacen/ Y todo les pertenece”).
“Tra i governanti/ Quanti perfetti e inutili buffoni/ Questo paese devastato dal dolore/ Ma non vi danno un po' di dispiacere/ Quei corpi in terra senza più calore?” (“Entre los gobernantes/ Cuántos bufones perfectos e inútiles/ Este país destrozado por el dolor/ Pero, ¿no os molestan un poco/ Esos cuerpos en la tierra ya sin calor?”).
Entonces gobernaba en Italia el pentapartito dirigido por Giulio Andreotti, en el final de lo que se ha llamado la primera república, y se intuían las primeras señales de la corrupción y la violencia de los años 90 mientras se descubrían los horrores de la década anterior. Unos meses antes, el fiscal Antonio Di Pietro, entonces desconocido, había empezado a investigar lo que después sería la operación “manos limpias” contra el entramado de corrupción de Tangentopoli. Jueces como Borsellino y Falcone se atrevían a investigar las conexiones entre los negocios y la política de la mafia unos meses antes de su asesinato en atentados en Palermo.
No había hecho más que empezar. Y la denuncia de Battiato sirve hasta nuestros días con el uso torticero de los ideales históricos de la identidad italiana desde Umberto Bossi a Matteo Salvini y el legado del bufonismo profesional de Silvio Berlusconi.
Battiato, misterioso poeta de tantas bellas canciones que decía inspirarse en “conexiones” que encontraba por el camino, daba una lección valiosa que resuena más que nunca también en España.
La patria no es propiedad de los políticos que utilizan o ignoran, según el día, los muertos de la pandemia. Ni de los que se envuelven en la bandera para autoproclamarse portavoces de la supuesta idea única y casi siempre anticuada de qué es exactamente España. Ni de los bufones llenos de maldad que con la excusa de esa idea acosan a una trabajadora de la Cruz Roja que consuela a un hombre desesperado. La patria de Battiato daba pena y todavía la da cuando está secuestrada por tantas palabras vacías, pero que pueden hacer tanto daño.
Pero el maestro ya entonces nos dejaba un poco de esperanza al final. Esto sí cambiará. Se puede esperar un mundo mejor, aunque se haga de rogar. “Che possa contemplare il cielo e i fiori/ Che non si parli più di dittature/ Se avremo ancora un po' da vivere/ La primavera intanto tarda ad arrivare” (“Que pueda contemplar el cielo y las flores/ Que ya no se hable de dictaduras/ Si todavía nos queda un poco que vivir/ La primavera entretanto tarda en llegar”).