La rosa de Kabul
“¿Qué hace aquí una mujer? ¿Por qué la habéis traído?” Los gritos del vigilante que asomaba la cabeza dentro de su coche retumbaban en la cabeza de Maria Grazia Cutuli, reportera italiana de entonces 32 años. Por la ventanilla, se veían sacos de munición y montañas de escombros, algún tanque a lo lejos. Era junio de 1995, a las afueras de Kabul, cuando los talibanes ya habían conquistado Kandahar y estaban a pocos meses de dominar casi todo el país. El conductor consiguió defenderse con otro par de gritos.
La periodista había quedado con un líder talibán. Ya había entrevistado a Ahmad Masud, el líder de la resistencia, pero eso era mejor no contárselo al centinela. El líder talibán local apenas quiso hablar con ella porque era una mujer y no entendía cómo sus jefes de Kabul le habían mandado una entrevistadora. Pero algo consiguió sacarle.
Entonces Maria Grazia trabajaba para la revista Epoca y había aprovechado sus vacaciones para viajar a Afganistán con un amigo fotógrafo, Raffaelle Ciriello. Afganistán interesaba poco a un semanal de actualidad italiano, sobre todo cuando la atención estaba puesta en los Balcanes. Pero ella fue igual, empujada por el instinto y por lo que había leído de otro periodista, el francés Olivier Rolin, que describía Kabul como “el centro del mundo, es decir, en ninguna parte”. Las palabras de Olivier Rolin y después su novela, Port Sudan, eran uno de los tesoros particulares que Maria Grazia compartiría después conmigo, como con otros queridos y afortunados amigos.
En aquel primer viaje, Maria Grazia escribió de guerra, kalashnikovs y acosadores varios. Pero también de la fuerza de los individuos frente al horror. Afganistán la empujaba a buscar el brillo de la vida en medio de la tragedia. Hablamos de hombres y mujeres que sufren, pero que se esfuerzan por seguir adelante porque la vida, al final, no se para, contaba ella. De ahí nació un reportaje sobre la esperanza, con voluntarios, médicos, intérpretes, mujeres, hombres y niños llenos de energía. Hay siempre personas, y con ellas, también la esperanza. Son las rosas, “las rosas de Kabul”, las bautizó ella.
Después de aquel primer viaje, volvió a Afganistán a lo largo de los años, también antes de que fuera el foco de atención mundial tras el 11-S. Y ya no tuvo que ir en sus vacaciones sino como enviada del Corriere della Sera, el primer periódico de Italia. Fue puliendo esa teoría de las rosas de Kabul. “Serán las mujeres las que salven Afganistán”, solía decir.
Entre las muchas tonterías que se leen cuando pasa algo grave está la de que los medios occidentales -así en general- no han cubierto lo que pasaba en Afganistán, o que lo hicieron un ratito hace 20 años y otro ratito ahora. Muchos lo han hecho y ha sido a menudo gracias al esfuerzo y a la pasión de periodistas como Maria Grazia, incluso cuando los lectores estaban a otra cosa, que es la mayor parte del tiempo.
Algunos con más recursos, como siempre, cubren mejor y durante más tiempo los lugares cuando hay noticia y cuando no. El New York Times ha evacuado ahora a decenas de personas que tenía trabajando allí, muchos afganos. Las agencias han seguido ahí, aunque sus teletipos no llegaran muy arriba en la portada, también la agencia EFE. A menudo, a costa de arriesgar la vida. Unas semanas antes del asalto talibán, un periodista de Reuters fue asesinado mientras hacía su trabajo.
Incluso con pocos recursos, no hemos dejado de contar la historia. Probablemente, querido lector, usted no leyó la historia de las niñas que hizo un diario afgano y publicamos el 5 de julio, pero con suerte sí habrá leído algunas de las entrevistas y testimonios de estas últimas dos semanas, con un esfuerzo especial para que hablen personas de Afganistán, sea expertas o testigos.
Hace semanas que pienso mucho en Maria Grazia. He vuelto a soñar con ella después de muchos años. El 19 de noviembre se cumplen 20 años desde que unos talibanes la mataron en la carretera entre Jalalabad y Kabul. Estaba con Julio Fuentes, enviado de El Mundo, Harry Burton, un cámara australiano, y el intérprete Azizula Haidari.
Maria Grazia se habría desesperado con las escenas del horror del país que ya conocía tan bien. Pero habría querido estar allí. Y no sé cómo, pero habría encontrado de nuevo esas rosas.
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