La pandemia ha puesto a prueba el compromiso de las empresas. Sin previo aviso y sin manual de instrucciones, nos enfrentó a situaciones desconocidas a las que, es preciso reconocer, supimos responder demostrando una gran capacidad de liderazgo y de generar un impacto social positivo.
La pandemia también ha acelerado algunas de las megatendencias que mueven el mundo. En algunos casos, en sentido positivo como el compromiso con la transición energética o la transformación digital; en otros en sentido negativo, como el incremento de las desigualdades, la pobreza o la brecha digital. Por eso, ahora tiene más sentido que nunca que expliquemos la evolución desde la antigua RSC, que parecía más enfocada a hacer perdonar a la empresa con acciones altruistas, hasta el concepto actual de sostenibilidad global bajo una perspectiva ESG, ese mix de siglas en inglés que compendian los criterios ambientales, sociales y de gobernanza que, por suerte, ya forman parte del corazón de las políticas de muchas empresas.
Los Consejos de Administración cada vez prestan mayor atención a estas cuestiones y los datos lo confirman: según el último estudio CEO Outlook 2021 de KPMG, más del 80% de las empresas españolas e internacionales ya abrazan las estrategias ESG.
Analizando cada uno de los componentes de esas siglas, acontecimientos como los Acuerdos de Paris, el Pacto Verde Europeo o el Green New Deal en Estados Unidos han propiciado avances de la “E”, es decir de la protección del medioambiente y de las medidas de mitigación o adaptación del cambio climático, aunque es necesario seguir profundizando en las mismas.
También en los últimos tiempos hemos vivido un gran progreso en materia de gobernanza, buen gobierno, normas de transparencia, o en la publicación pormenorizada y sistematizada de información financiera y no financiera; en definitiva en la “G” de los criterios de la sostenibilidad.
Sin embargo, no hemos desarrollado con la misma velocidad el tercer componente de la ecuación, la “S”, el compromiso social de las empresas con el entorno en el que operamos. Ahora cobra más importancia que nunca que ese sea el foco de la reflexión y de la acción global tanto en el ámbito financiero como corporativo como en el de la sociedad en su conjunto. Y ese ha sido el leitmotiv de las jornadas que hemos celebrado esta semana en Madrid en las que hemos reunido a más de 30 voces destacadas del panorama nacional e internacional.
Las empresas tenemos una responsabilidad no solo con el cuidado del medioambiente, no solo con la ética y el buen gobierno. Tenemos sobre todo una responsabilidad con el bienestar de las personas.
No cabe duda de que, cada vez, más y más empresas son conscientes de que la sostenibilidad – guiada por estos criterios ESG- es la única vía para configurar un mundo mejor que el que heredamos. Es evidente, asimismo, el creciente interés inversor en los aspectos ESG. Es la llamada inversión sostenible, una tendencia sin retorno. A principios de 2020, la inversión sostenible mundial alcanzó los 35,3 billones de dólares en los cinco mercados principales, lo que supone un aumento del 55% en los últimos cuatro años (2016-2020). Estados Unidos y Europa siguen a la cabeza y representan más del 80% de los activos mundiales de inversión sostenible (2018 - 2020).
La sociedad está reclamando organizaciones que aporten soluciones sostenibles a los problemas actuales de su entorno. Porque nos enfrentamos a una realidad ineludible: que las oportunidades de desarrollo no son accesibles a todas y todos por igual. Y las empresas no podemos ser ajenas a este hecho.
Valor para todo el ecosistema
Por el contrario, debemos trabajar para integrar el compromiso con lo social como un pilar estratégico y transversal y como una palanca esencial en nuestros procesos de toma de decisiones. Porque además no hay beneficio de la empresa, si no hay bien común, lo que nos obliga a superar la máxima de generar valor para el accionista y reemplazarla por la de generar valor para todo el ecosistema en el que trabajamos.
Es una convicción que asumimos desde Red Eléctrica que, como compañía que despliega infraestructuras en el territorio, tiene el compromiso de hacerlo dejando las cosas mejor de como las encontramos. Por eso, nuestro modelo comienza escuchando primero qué necesitan las comunidades para desarrollar después los proyectos.
Y ahora damos un paso adelante en este camino renovando nuestra acción social con un objetivo: poner nuestras redes neutrales de energía y conectividad al servicio de la vida, extendiendo a través del territorio el acceso a nuevas oportunidades de futuro.
Este nuevo impulso se materializará en proyectos que pondrán el foco en la lucha contra las desigualdades territoriales, digitales, de género e intergeneracionales. Con un fin prioritario: garantizar que los derechos de ciudadanía se ejercen con la misma dignidad en el entorno rural y que su población disfruta de todos los avances del progreso.
En concreto, vamos a trabajar en cuatro grandes áreas críticas sobre las que queremos impactar. En primer lugar, la lucha contra los desequilibrios de las zonas rurales que impulsaremos a través de la transición ecológica, promoviendo el emprendimiento y la innovación local y acelerando el acceso universal a la Sociedad Digital. Por otro lado, favoreceremos la conectividad en los territorios en los que operamos y la alfabetización digital de la población, eliminando las barreras digitales que impiden una verdadera inclusión.
Seguiremos haciendo frente a la desigualdad de género y contribuiremos a combatir los problemas de la infancia y la juventud como la pobreza infantil y el fracaso y abandono escolar. Y lo haremos estimulando la formación y el empleo juvenil.
Esta es la hoja de ruta que nos hemos trazado en el Grupo Red Eléctrica para reforzar nuestro impacto social a través de proyectos concretos que muy pronto verán la luz. Una senda que vamos a transitar de la mano de las administraciones públicas y de entidades de referencia del Tercer Sector, como agentes facilitadores y dinamizadores del cambio.