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El acto revolucionario de permitirse estar mal

25 de junio de 2021 22:26 h

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Hace unas semanas, una de las consideradas mejores tenistas del mundo, Naomi Osaka, se retiraba del torneo de Roland Garros tras haber jugado solo  un partido. La noticia por lo general no habría tenido mayor recorrido si su decisión estuviese condicionada por una lesión física grave incompatible con el deporte. Pero no era así. La deportista japonesa alegó largos episodios de depresión desde 2018 además de ataques de ansiedad que le hicieron imposible atender a los periodistas en la rueda de prensa (obligatorias para los participantes) tras su partido. En el comunicado que emitió para justificar su retirada afirmó que necesita tomarse “un tiempo fuera de la cancha” para cuidar su salud mental.

Por parte de sus compañeros de profesión recibió todo tipo de reacciones, tanto el afecto y solidaridad de Serena Williams así como alguna respuesta más tibia como la de Rafa Nadal afirmando que, si bien la entendía, también entiende que atender a la prensa forma parte vital del trabajo de un deportista de élite teniendo que estar preparado para ello. Las palabras del español sonarían muy razonables si Osaka cuestionase el valor del trabajo periodístico o si su ausencia de la rueda de prensa fuese fruto del capricho, no tanto cuando hablamos de depresión y ataques de ansiedad. Con clara vocación de bombero pirómano quiso entrar en el debate el tío del deportista español. Toni Nadal, entrenador personal, divulgador deportivo y adalid de la cultura del esfuerzo, publicó la semana pasada una columna en el diario El País sobre el tema donde le desea a Naomi Osaka que supere pronto sus “inseguridades”. Tras marcarse de forma literal un “no soy experto en psicología, pero...” se dedica a cuestionar las patologías de la tenista japonesa ya que, por lo visto, su forma de comunicarse trasmitía una postura “ciertamente retadora para venir de una persona que está sufriendo problemas emocionales tan perturbadores”. Ahora es el propio Rafa Nadal quien anuncia que no estará en Wimbledon ni participará en los juegos Olímpicos pero no pasa nada, es por motivos físicos no mentales así que no hay polémica.

Podría parecer que no tienen nada que ver por tratarse de contextos tan diferentes, pero esta controversia coincidía en los mismos días en los cuales la Vicepresidenta tercera del Gobierno de España y Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, anunciaba que despejaba su agenda por prescripción médica. Que una política del más alto nivel enferme o necesite tomarse un día libre parece tan normal como que una deportista de élite tenga ansiedad, pero, de nuevo, son las formas y la gestión del malestar lo que suena a nuevo. Fue la propia ministra quien anunció en sus redes sociales que por motivos médicos cancelaba su jornada de trabajo a lo que además añadía: “Hay días en los que nuestro cuerpo nos exige parar y que nos cuidemos para poder seguir.”

Como todo buen politólogo me veo obligado a comparar todo lo que ocurre con escenas de la serie “El ala oeste de la Casa Blanca” y es que en su última temporada (no cuenta como spoiler si la serie terminó hace 15 años) el candidato del Partido Republicano, Arnold Vinick, interpretado por Alan Alda, se fractura la mano durante la campaña electoral y lo intenta ocultar a toda costa por miedo a ser visualizado por los votantes como viejo, frágil y vulnerable.

Se ha hablado mucho de la necesidad de feminizar la política, si bien a algunos de los que nos sonaba bien esa expresión no sabíamos al principio en qué se traducía esa idea. De hecho, me atrevería a decir que muchos de los y las que defendían el concepto en la lucha partidista no lo entendían puesto que, en no pocas ocasiones se ha reducido ese ideal a un simple aumento estadístico de la presencia de las mujeres en política. Ahora sabemos que no se trata tanto de estar en política, sino de cómo estar. Numerosas veces hemos contemplado cómo mujeres políticas adoptaban roles de liderazgo típicamente masculinos para sobrevivir en espacios de hombres y que se las tomara en serio. Ejercer el “ordeno y mando”, no mostrar duda ni indecisión en ningún momento, priorizar la vida laboral sobre la vida privada o su bienestar personal... Desde dentro de este arquetipo no se entenderían decisiones como la de la alcaldesa de Barcelona anunciando que dejaba la red social Twitter. La forma masculina de ejercer poder no concibe que Ada Colau, en la primera línea de la política institucional, renuncie a no poca capacidad de incidencia pública en una de las redes sociales más politizadas por ninguno de los dos motivos que la han llevado a adoptar esa decisión. Por un lado, la faceta personal, en forma de no querer seguir estando en ambientes de polarización extrema e insulto fácil por el desgaste emocional que ello supone. Por otro lado, la faceta política, expresada en la negativa a participar en espacios que se basan  en la difusión de discursos de odio y, en palabras de la propia Colau, “ser coherente con el cambio que deseo para la política”.

No, Toni Nadal no debe de estar muy satisfecho tampoco con estas políticas que no trabajan hasta la cardiopatía o que evaden campos de batalla dialéctica “solo” porque generen en la sociedad un ambiente irrespirable. Él, así como yo mismo y tantos otros, hemos sido educados en el ideal masculino del hombre-máquina donde tu valor personal equivale a tu éxito laboral, donde esa cruel mentira de la cultura del esfuerzo te dice que si no tienes un empleo o tus condiciones básicas de vida cubiertas es porque no te has esforzado lo suficiente.

Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha dedicado al oficio de custodiar lo material y acumulativo desde su papel de ganapán de la familia mientras que la mujer se encarga de la gestión emocional. El resultado de esa separación absurda ha sido la de crear inútiles emocionales con miedo a que si exponen sus vulnerabilidades se les considere débiles y menos hombres que los demás. Con la consecuencia extra de que la población masculina engrose las cifras de suicidios y consumo de drogas.

Estamos en un tiempo de depresiones. Las consecuencias del coronavirus en forma de confinamiento, cambio radical del estilo de vida, desempleo, quiebre de las expectativas vitales de muchos que aún no habíamos conseguido entrar en el mundo laboral tras la última crisis y que nos hacen desconocer lo que es la estabilidad... todo ello ha aumentado los problemas emocionales y en algunos casos de salud mental de mucha gente. Por suerte se está empezando a hablar de estas problemáticas sin tabúes ni complejos y el feminismo aporta mucho a este debate porque al discurso de feminizar la política le sigue el discurso de los cuidados. Así que intentemos no recurrir por defecto al discurso reaccionario y ridiculizante cada vez que alguien, sea hombre o mujer, exprese que necesita parar. Aunque solo sea por una cuestión de supervivencia. Porque sin cuidados, autocuidados y responsabilidad afectiva no hay dios que aguante la que nos está cayendo.