Demasiada agua

Funcionario de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha —
16 de diciembre de 2020 22:49 h

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Escribe Leonardo Padura en su última novela, Como polvo en el viento, que “en el socialismo nunca sabes el pasado que te espera”. Pero esa incertidumbre se desvanece cuando el encargado de acercarnos el pasado se limita a escribir una hagiografía, género siempre previsible.

Nos referimos al libro de Antonio Caño, Rubalcaba: un político de verdad. No debe buscar el lector una investigación histórica en esta obra porque no la encontrará; pero tampoco hallará una investigación periodística, aunque el autor sea periodista, porque las fuentes utilizadas resultan escasas y, desgraciadamente, no sometidas a contradicción. Entonces, si no es periodismo de investigación, en sentido estricto, ni investigación histórica, ¿ante qué nos encontramos? Ante una biografía exagerada en las alabanzas. Se podría hacer otra interpretación, pero entonces estaríamos haciendo un juicio de intenciones.

Para que una obra resulte verosímil cuando trata sobre un personaje de las características, dimensión y complejidad de Alfredo Pérez Rubalcaba (APR), debería contener al menos una dosis, aunque sea pequeña, de crítica, de reconocimiento de algún error por parte del biografiado, porque la sola enumeración de aciertos y logros puede producir una sensación parecida a la inhalación de incienso. Y eso es lo que pasa aunque sea muy grande la predisposición del lector a favor del personaje (a quien, por cierto, uno imagina sonrojándose con la lectura de esta obra).

El autor debería haber buscado y utilizado más fuentes para, al menos, contrastar algunas de las afirmaciones que realiza y no caer en una visión sesgada, cuando no directamente en el error. Se comete un error, por ejemplo, cuando se nos dice que “el propio Griñán le pidió personalmente a Rubalcaba seguir en su puesto después de que su candidatura (la de Carme Chacón) hubiera sido derrotada…” en el Congreso que el PSOE celebró en Sevilla en febrero de 2012. El puesto al que se refiere es al de presidente del PSOE, cargo que no ostentaba José Antonio Griñán sino Manuel Chaves, por lo que difícilmente podía continuar en un cargo que no tenía. Se equivoca también cuando asume la versión de sus fuentes sin contrastar al tratar de calificar la posición de la Federación Socialista de Andalucía como inédita: “… se rompió una tradición no escrita de que el PSOE de Andalucía (…) estuviera siempre del lado de la dirección nacional. No fue así en esta oportunidad…” ¿No fue así en esta oportunidad? ¿Quién era el secretario general en ese momento? ¿Y el secretario de organización? ¿Carme Chacón era vocal de esa ejecutiva saliente igual que APR? ¿Cuáles eran las preferencias del todavía secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, según el autor?

Resulta, por otra parte, muy llamativa la ausencia en el libro de cualquier referencia o mención a las elecciones andaluzas de marzo de 2012 (sí se habla, en cambio, de las vascas y gallegas de ese mismo año). Y es extraño porque en torno a ellas se produjeron gran cantidad de movimientos para presionar a Griñán con el fin de que las hiciese coincidir con las generales, a lo que se negó reiterada y acertadamente (más de 400.000 votos perdió el PP respecto a las generales de unos meses antes), con lo que se consiguió mantener el Gobierno en Andalucía a pesar de las encuestas, de algunas crónicas y algunas maniobras.

Para abordar y analizar la gran talla política, los grandes servicios que APR prestó al país, innegables e importantísimos, no era necesario descender al territorio siempre peligroso y resbaladizo de las opiniones personalísimas porque se corre el riesgo de la descalificación injusta e innecesaria sobre quien se opina, y, al mismo tiempo, no suele dejar bien parado al que supuestamente emite la opinión. ¿Era preciso perpetrar lo que sigue? Nos cuenta las razones por las que APR opta a la secretaría general del partido: “… Lo que nos lleva a la tercera y principal razón para continuar: si él renunciaba, sólo había una persona para sucederle: Carme Chacón. Rubalcaba no estaba dispuesto a aceptar que Chacón lo sustituyese. No solo porque era ella, que también -su antigua pupila convertida en rival, la mujer de Miguel Barroso (sic)-, sino, sobre todo, porque Chacón no era en sentido estricto una militante del PSOE, sino del partido hermano en Cataluña, el PSC, y eso hubiera supuesto que, por primera vez en la historia, la rama se hacía dueña del árbol y el PSC tomaba el control del PSOE.” Vamos a intentar decirlo de otra forma a ver si queda más claro: Chacón no podía ser secretaria general porque “era ella”, había sido su “pupila”, era “esposa” de Barroso, era catalana y del PSC. Son todos argumentos de un calado político que no sé si superarían los estándares que la política de hoy exige. Por otra parte, daría para un debate muy entretenido discutir sobre el grado de control que el PSC ejercía o ejerce sobre el PSOE entonces y, mucho mejor, ahora.

El reparto de elogios no se ciñe sólo al protagonista del libro, sino que se extiende a los que estuvieron a su lado con mayor o menor grado de cercanía. El coronel Pérez de los Cobos ha sido cesado “por negarse a incumplir la ley”. ¿Estamos seguros de que ha sido por eso? Es una afirmación muy atrevida; igual que lo es afirmar, tras la explicación de la remodelación del Gobierno de 2011, que “ese empezaba a ser ya el Gobierno de Rubalcaba.” ¿Se nos está diciendo que había, al menos, dos gobiernos en uno: de Zapatero uno y de APR otro? Con los ríos de tinta que han corrido y siguen corriendo a cuenta de Frankenstein, ¿no es consciente Antonio Caño de que alguien podía preguntarse tras su aseveración si no fue éste el primer gobierno de esas características de la historia?

Uno de los peligros de este tipo de libros es que constituye una invitación a que se abra la caja de Pandora que ni APR ni el PSOE necesitan ni se merecen. La contribución que APR ha hecho para que nuestro país sea mejor, más decente y más seguro es reconocida por una amplia mayoría de españoles, y ese reconocimiento es merecido. Y podría y debería hacerse sin menoscabo de la imagen de los que coincidieron, debatieron, se opusieron o se cruzaron con él. En su trayectoria acertó muchas veces y otras no. Es lógico, es humano. Lo que no es lógico ni humano es lo que ha hecho Antonio Caño, porque cuando los elogios se desbordan conviene recordar lo que Mr. Proudhomme, personaje de Monnier, dijo la primera vez que vio el mar: “Tal cantidad de agua roza el ridículo”.