En memoria de las víctimas de Atocha.
El fallecimiento de Zygmunt Bauman obliga a actualizar lo que escribió en 1989 sobre el Holocausto. El motivo ha sido que el pasado mes de noviembre, un Juzgado de Instrucción de la provincia de Soria abrió un proceso penal por “asesinato” ante el conocimiento de que en una fosa común podían hallarse los restos de personas presuntamente asesinadas en 1936 por las fuerzas sublevadas.
En su obra Modernidad y Holocausto analiza exhaustivamente los múltiples significados del Holocausto del pueblo judío y, sin obviar, la enorme tragedia que representó para ese pueblo “la bestialidad de los nazis”, dirige también su atención al Gulag y a Hiroshima. Porque, en estos tres supuestos, a los que deberíamos añadir los terribles crímenes cometidos por el franquismo, se expresa la capacidad humana para hacer el mal y los recursos que se instrumentan, en función de los procesos históricos, para, en algunos casos, banalizarlo.
Así lo expresaba: “El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna e industrial, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura y, por esta razón, es un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura”. Mucho más allá, por tanto, de simplificaciones como reducir su alcance a un “Estado odioso llamado Tercer Reich” o a una “enfermedad alemana”. Y añadía que, más grave aún, ha sido que “el mensaje que contiene el Holocausto sobre la forma en que vivimos hoy… se ha silenciado, no se escucha y sigue sin transmitirse”. Exactamente, es lo que ocurre hoy en nuestro país sobre las violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos cometidas por la dictadura franquista pese a la vigencia de la Ley de la Memoria Histórica que, muy moderadamente, trató de reparar a las víctimas de aquellas violaciones.
Porque, analiza Bauman, el Holocausto fue el resultado de un conjunto de factores como “el monopolio de la violencia ”y la ausencia de “instituciones no políticas de la autoregulación social” que, aún hoy, persisten y son capaces de producir “efectos potencialmente horribles”.
Pero, además, concurren otros factores que han sido decisivos para garantizar la impunidad de los crímenes más terribles. Así lo expone Bauman, en unos términos que serían perfectamente aplicables a los cometidos aquí, por los criminales franquistas. Dice así: “Alemania perdió la guerra y, por tanto, los asesinatos cometidos bajo las órdenes alemanas se han definido como crímenes y violaciones de reglas morales que trascienden la autoridad del poder del Estado. La Unión Soviética se encontraba en el bando de los vencedores; por tanto, los asesinatos autorizados por sus dirigentes, aunque igual de odiosos que los alemanes, todavía están esperando recibir un trato semejante y eso a pesar del profundo esfuerzo de la era de la glasnost. Aunque solo se han descubierto algunos de los terribles misterios del genocidio de Stalin, ahora sabemos que los asesinatos en masa en la URSS fueron igual de sistemáticos y metódicos que los practicados más tarde por los alemanes y que las técnicas que utilizaron los Einsatzgruppen las probó primero a escala masiva la formidable burocracia de la NKVD”.
Y cita como referencia el hallazgo en Bielorrusia de “fosas comunes descubiertas cerca de las grandes ciudades... que se habían llenado entre 1937 y 1940 de cientos de cadáveres” .“Se puede suponer, afirma, que los ”liquidaron sin juicio“.
A esa constatación se añade, a nuestro juicio, otra de mayor relevancia que justifica la anterior. Parte de la siguiente pregunta, que ya fue planteada por Hannah Arendt, con referencia a los juicios de Nuremberg. “¿Habría tenido sentimiento de culpa cualquiera de los juzgados si hubiera ganado?”. Pregunta que ha sido respondida, según Bauman, de un modo tan claro como erróneo : “Esas explicaciones logran la doble proeza de condenar al inculpado y de exculpar al mundo de sus vencedores” en un empeño de reducir el Holocausto a un problema “alemán” o “judío” cuando es evidente que fue causado por múltiples razones que hoy perviven. Respuesta que explica la completa impunidad que amparó a los vencedores de nuestra Guerra Civil y de la posterior dictadura, pese a sus aterradores crímenes, durante los ochenta años que gobernaron.
Es lo que ocurrió tras la sublevación fascista de 1936 y, el transcurso de ochenta años, con más de cien mil personas enterradas en las cunetas después de ser asesinadas, lo que no genera ninguna reacción decisiva y enérgica del Gobierno y las Autoridades judiciales para enfrentarse a esa realidad, consecuencia directa de un genocidio. Por ello, y otras muchas razones, no es de extrañar que Bauman insista en que el problema del Holocausto “no puede circunscribirse a la investigación histórica o a la contemplación filosófica”. “Si algo en nuestro orden social hizo posible que ocurriera el Holocausto en 1941, no podemos tener la certeza de que ese algo haya desaparecido desde entonces”.