Hoy es un día triste para Europa. Con el resultado del referéndum los ciudadanos británicos renuncian a seguir formando parte del corazón de Europa y optan por un salto al vacío, lleno de incertidumbres y riesgos. Es evidente que estamos ante un momento histórico, pero muy doloroso. Los británicos han formado parte de la Unión desde hace más de 40 años y es la primera vez que un país decide salirse usando el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Desde su fundación y hasta hoy, el proyecto europeo se ha ido construyendo en base al esfuerzo y la generosidad de todos sus miembros, que desde su diversidad han compartido siempre el objetivo de una Europa en paz, fuerte y cada vez más unida. De una Europa del bienestar, de progreso, democrática, basada en el estado de derecho y los derechos humanos. Porque ha sido la Unión Europea la que ha posibilitado las mejores décadas de un continente inmerso durante siglos en interminables y devastadores conflictos bélicos.
Desafortunadamente, ganaron los que se aprovechan del malestar que ha dejado la crisis económica más dura que hemos vivido desde la gran depresión. El resultado del referéndum es un grito de la clase trabajadora británica contra un capitalismo global que las empobrece y las aliena. La crisis financiera que se inició en 2008 y sus efectos posteriores revelaron la peor cara de una globalización económica y financiera que genera tanta desigualdad e inseguridad económica para millones de trabajadores. Este contexto se ha convertido en terreno abonado para los populistas y nacionalistas, dentro y fuera de Europa, que expanden un relato simplista del miedo frente a un enemigo común que se erige en fuente de todos los males, ya sea la UE, el Estado Español, la clase política, los inmigrantes o el comercio internacional.
Sin duda, ganaron los que proponen soluciones demasiado fáciles y con argumentos falsos para problemas demasiado complejos, los que abogan con romper con todo lo construido hasta ahora, sin tener en cuenta las conquistas históricas que ha supuesto la construcción europea. Solo desde la falsa promesa de una arcadia feliz de que fuera de la UE el Reino Unido será más independiente y libre se puede entender que los británicos, gente tradicionalmente cauta y prudente, hayan podido dar este salto a la oscuridad e incertidumbre más absolutas. A ello también han contribuido unos dirigentes políticos irresponsables y carentes de cualquier tipo de liderazgo y pasión europeísta. Porque es difícil que un Euroescéptico tradicional, como es Camerón, o el mismo Corbyn que desde siempre ha visto a la UE como un gran proyecto neoliberal, pudieran generar gran entusiasmo a favor de la causa europeísta.
La salida del Reino Unido es evidentemente un gran revés para todos los europeístas y para el ideal europeo. La pérdida de los británicos se dejará notar, no solo por enorme su peso económico y militar. Sino especialmente por su influencia importante a favor de una Europa menos burocrática y más cercana a los ciudadanos, abierta al comercio y ferviente defensora de los derechos humanos, la expansión de la democracia y la ayuda al desarrollo.
Pero Europa no debe dejarse arrastrar por las lamentaciones ni por la frustración. El Brexit debe quedar como un hecho absolutamente excepcional, que no puede repetirse. El proyecto europeo hoy tiene más sentido, si cabe, que en ningún momento de su historia. La globalización y los desafíos globales que ella genera –como el cambio climático, la crisis de los refugiados, el terrorismo, las crisis financieras o la lucha contra la evasión fiscal- son asuntos a los que los Estados no pueden enfrentarse en solitario. Además, aunque un país decida irse, otros muchos como Albania, Serbia, Bosnia o Turquía siguen llamando a las puertas de la UE, conscientes de que sus intereses están mucho mejor defendidos bajo el abrigo comunitario.
Por tanto, es fundamental reforzar el compromiso del resto de estados miembros con la integración europea e impedir que los populismos de uno u otro signo empujen a ningún otro país fuera. Muy al contrario, la salida británica bien puede representar una oportunidad de impulsar y profundizar en el proyecto europeo, aprendiendo de los errores recientes.
Si algo nos puede enseñar el resultado del referéndum es que necesitamos recuperar la idea de Europa con mayúsculas, pero también acercarla a los ciudadanos, mejorando sus mecanismos democráticos y de rendición de cuentas. Necesitamos una Europa que defienda más los derechos ciudadanos que las patrias, que se preocupe más de la generación de empleo y se obsesione menos por la austeridad. Que mire al mundo proyectando su modelo social en la globalización económica. Es el momento de rescatar y poner en valor los mejores ideales europeos, como la paz, la solidaridad o los derechos sociales.
La salida del Reino Unido puede ser una oportunidad para todo lo anterior y también para avanzar decididamente en una mayor integración en políticas que eran una y otra vez bloqueadas por los británicos. En este sentido, los líderes de la zona euro deberían aprovechar para dar un paso adelante decidido y completar la Unión Económica y Monetaria, culminando la Unión Bancaria, poniendo en marcha la Unión Fiscal y la armonización de nuestros estándares sociales, y avanzando en una unión política cada vez más estrecha.
En definitiva, el resultado del referéndum británico coloca a la Unión Europea en una gran encrucijada histórica. Pero el futuro no está escrito y dependerá de la capacidad y liderazgo de los dirigentes europeos el que esta fecha sea recordada como el gran revulsivo que impulsó el fortalecimiento y consolidación de una Europa Federal.