Cambio climático y populismos. Política para qué y al servicio de quiénes
El auge del populismo desde Europa a América Latina y Asia ha hecho que el Acuerdo de París, construido sobre un consenso de mínimos comunes, parezca frágil. Además, la propuesta de Estados Unidos de retirarse del acuerdo ha venido animando a otros a ser más críticos y descafeinar el nivel de ambición.
El ensalzamiento de sentimientos anti-élite, anti-globalización y anti-compromiso multilateral están en la base de las propuestas populistas de los ultraconservadores. Son por ello, el mejor caldo de cultivo para utilizar la negación del cambio climático. La extrema derecha usa la propuesta nacionalista que limita la colaboración con otros, y el clima implica colaboración.
En el fondo, el Acuerdo de París es un acuerdo de buena fe que se basa en la cooperación multilateral para ser eficaz. Cada país establece sus propios objetivos de emisiones para que a partir de 2020, cuando el pacto entre en vigor, los objetivos de reducciones se restablezcan cada cinco años. Esto ya plantea ciertos problemas para la salvaguarda de los objetivos comunes de cualquier acuerdo multilateral.
La reacción política contra el acuerdo de París coincide con un aumento en las emisiones globales de dióxido de carbono, debido principalmente al creciente consumo de carbón. Si bien los firmantes del Acuerdo de París prometen limitar el calentamiento global a “muy por debajo” de 2ºC, los acuerdos de Katowice de hace dos semanas dentro de la COP están lejos de ser suficientes para lograrlo. Los científicos dicen que el mundo se encamina a más de 3ºC de calentamiento para finales de siglo, si persisten las políticas actuales.
Además del peligro de estos populismos de extrema derecha y del debilitamiento que provocan sobre la ambición global ante un problema global, añadiría que algunos líderes no parecen tener ninguna intención de orientar sus políticas para cumplir con sus compromisos de París.
Por no hablar siempre de Trump o de las posiciones del recién llegado Bolsonaro, durante el 2018 hemos comprobado cómo en un número cada vez mayor de países se está produciendo un rechazo a la idea de coordinar acciones sobre el cambio climático global. En agosto, el exprimer ministro australiano, Malcolm Turnbull, fue derrocado después de intentar introducir un plan de reducción de emisiones. En Alemania, podría avecinarse un enfrentamiento por el carbón que se complica más por el poder creciente de la AfD, un partido de extrema derecha que cree que el cambio climático es un engaño.
En Canadá, se espera que el impuesto al carbono introducido por Justin Trudeau sea un tema importante en las elecciones del próximo año. Entretanto, en Filipinas, el presidente Duterte calificó el Acuerdo de París de “absurdo”.
2018 también ha batido récords de desastres naturales e incendios forestales, poniendo de manifiesto el impacto de un planeta más cálido: el mundo se ha calentado a 1ºC desde tiempos preindustriales. Un informe de la ONU en octubre encontró que incluso 2ºC de calentamiento tendría consecuencias devastadoras para la Tierra.
Los próximos 12 años son los más importantes que cualquier otro periodo de la historia porque los Estados establecerán sus fórmulas de progreso, y éstas o algunas pueden ser irreversibles para el clima y la supervivencia del planeta.
El argumento de que el cambio climático inducido por el hombre debe ser una preocupación fundamental de cualquier estado, y que en un sentido importante es un problema de seguridad nacional, regional y global debe de entrar en las agendas de forma diferente a cómo el mundo se blinda. Esto significa que la comunidad internacional y los líderes mundiales deberían apostar por una rápida descarbonización económica y que ésa lidere la acción gubernamental. Ese no es el caso en este momento y hay buenas razones para pensar que el incremento del gasto militar no contempla estos argumentos.
Durante 2018 hemos visto respuestas partidistas y muy estatocéntricas a un problema que es político y debería estar por encima de éstos movimientos. 2019 será el momento para que las grandes transformaciones sociales, industriales y de modelo de progreso abracen la transición ecológica y pongan fin a los combustibles fósiles.