Carlos Slepoy, estés donde estés

Chon Vargas Mendieta

Hija de Ascensión Mendieta y nieta de Timoteo Mendieta, fusilado por las fuerzas franquistas en 1939 —

Mi madre, Ascensión Mendieta, es una de las miles de víctimas de la dictadura de Franco que ha conseguido sobrevivir a pesar de sus 91 años de edad. Su padre fue uno de los 150.000 condenados a la pena de muerte por “auxilio a la rebelión”, según consta en la sentencia del proceso sumarísimo al que fue sometido por los vencedores, desleales a la República Española. Timoteo Mendieta fue fusilado el día 15 de noviembre de 1939, contaba 41 años de edad; dejó viuda y siete hijos. Desde ese mismo instante, mi abuela María y sus hijas Paz y Ascensión no cejaron ni sólo momento para recuperar los restos de su esposo y padre y así ha sido.

El día 3 de abril de 2012, Ascensión Mendieta Ibarra, sus hijas e hijo otorgaron poderes para su defensa a los letrados argentinos Carlos Slepoy, Ana Messuti y Máximo Castex, en la causa que se dió en llamar “la querella argentina”. Han transcurrido más de siete años desde la presentación de la querella y estos tres leones del derecho no han cesado en su empeño para conseguir que las víctimas de los crímenes cometidos por la dictadura franquista obtengamos la JUSTICIA que nos ha sido negada, vedada en nuestro país, España.

La profesionalidad con la que han venido actuando los abogados de la querella argentina durante estos siete años, no se ha limitado a realizar las acciones propias de su actividad profesional para con  la defensa de los derechos de las víctimas, no; son admirables los actos de solidaridad, apoyo, lealtad, entusiasmo, afecto y cariño que venimos recibiendo de ellos y, para muestra, que le pregunten a Ascensión Mendieta. Veréis lo que contesta.

Tenemos una jueza a la que mi madre pidió que le ayudara a buscar los restos de su padre para darles un entierro digno junto a ella. María Servini, que así se llama la jueza, prometió ayudar a las víctimas y hoy no me cabe ninguna duda de que estamos más cerca que nunca para alcanzar la justicia que fuimos a buscar a Buenos Aires, Argentina.

Cuando me invitaron en eldiario.es a escribir sobre Carlos Slepoy tras su fallecimiento, mi primera reacción fue cuestionarme si era la hija de una víctima anciana la persona más adecuada para escribir y verter opiniones sobre la persona y/o profesionalidad de uno de nuestros abogados. Sinceramente, mi madre no formaba parte del círculo más íntimo de nuestro abogado, aunque sí se tenían mucho cariño. Las reflexiones de mi interlocutor me decidieron y, por ello, le doy las gracias.

El último contacto que mantuve con Carlos Slepoy data del día 14 de febrero de este año y fue la respuesta que me dirigió, algunas semanas después, al mensaje que le había enviado interesándonos por su salud, tras su estancia en el centro hospitalario. Su escueta contestación decía: “Muchas gracias, Chon”.

Las víctimas del franquismo no podemos permitirnos renuncias, olvidos y mucho menos más ausencias, y Carlos Slepoy no nos abandonará si las víctimas no queremos.  

La cara y el corte de pelo que se gastaba delataban a Carlos; era una especie de niño revoltoso, rebelde, travieso y a la vez alegre y jovial, ¡tremendo el  personaje!

El martes por la mañana llamé a mi madre y le dije que Carlos había muerto, ella desconocía su enfermedad. “Pobre”, fueron sus únicas palabras. Por la tarde pasé a recogerla a su casa para acercarnos al velatorio donde, una vez allí, Ascensión entregó un sobre a una de las hijas de Carlos a quien pidió que, en la medida de lo posible, lo hiciera acompañar junto al cuerpo de su padre.

El mensaje de mi madre decía: “Carlos, estés donde estés, si ves a mi padre, dile que seguimos peleando”.  

A Carlos Slepoy que nos dejó. A nuestras ancianas y ancianos, para que no nos dejen.