“No viene usted solo. Le acompaña un pasado. Estaba usted entre lo que aplaudían la política que nos arruinó. Para gustos están los colores; y a usted le gustaba. Nunca la ha condenado; ni siquiera la ha criticado. No la veía mal”.
Mariano Rajoy Brey. 4 de marzo de 2016. Congreso de los Diputados.
La gente más joven (sobre todo las mujeres más jóvenes) deben de asombrarse si les cuentan cómo era el perfil que de Gallardón se difundía en los medios de comunicación. Alberto Ruiz-Gallardón era el verso libre del PP. Daba igual que llevara en cargos públicos desde 1983, que hubiera estado en la ejecutiva de Alianza Popular desde 1986, que Manuel Fraga Iribarne lo adoptara como su Secretario General de Alianza Popular: Era un outsider en el Partido Popular, casi un infiltrado en el partido. Gallardón era un progresista entre tanta carcundia, un liberal de verdad, el renovador que convertiría al PP de Aznar en una derecha moderna y europea. El principal promotor de esa imagen, por cierto, fueron los medios del grupo PRISA, cuya capacidad para condicionar el imaginario de la izquierda era entonces casi infinita. Gallardón era prácticamente el chico de PRISA en el PP, esto es: un hombre de la izquierda en el PP. Era incluso atacado por los voceros del PP como una especie de traidor al partido, un progre del comando Rubalcaba que quería tomar el PP para liquidarlo. Eran años en los que arruinaba la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, al que convirtió en la ciudad más endeudada de España con el triple de deuda que la siguiente: sólo la construcción de ese personaje ficticio causa la injusticia de que no sea recordado como el alcalde de Madrid que peor legado ha dejado en la ciudad.
Pronto fue evidente el fraude de tal construcción teatral. En 2012 Gregorio Peces-Barba contaba una anécdota que debió de ocurrir treinta años antes pero que por alguna razón incomprensible mantuvo en secreto durante los años del mito del Gallardón progre. Lo contó, además, en un artículo en el diario El País: “¿Conservador yo?, tenías que conocer a mi hijo Alberto. Ese sí que es de derechas” contó Peces-Barba que le había dicho el padre del entonces ultra-conservador ministro de Justicia Gallardón. No era una sorpresa: Gallardón había desvelado su ser: como ministro de Justicia había impulsado la cadena perpetua, imposibilitando el acceso a la justicia mediante reducción de la justicia gratuita e introducción de graves tasas judiciales. Pero sobre todo su perfil más reaccionario apareció con su intento de regresión en la ley del aborto y sus sonrojantes consignas para prohibir, por ejemplo, la libre decisión sobre proseguir o no con un embarazo cuando el feto tuviera graves malformaciones.
Tras tantos años siendo el progre del PP, Gallardón tuvo que abandonar la política porque se había pasado de reaccionario incluso para un gobierno como el de Mariano Rajoy: quizás uno de sus logros más meritorios en tan dilatada carrera política.
Hoy la Comunidad de Madrid está presidida por Cristina Cifuentes y vemos cómo se fabrica un perfil casi idéntico y con el mismo objetivo: construir desde Puerta del Sol el asalto a Génova 13 en nombre de la renovación del PP. Hasta la guionista que escribe los diálogos es la misma: Marisa González, la mujer que dirigió la comunicación de Gallardón durante sus “años progres” y que no se llevó al Ministerio de Justicia. Entonces fue recogida por Cifuentes para que le labrara la imagen de verso libre, la progre, liberal y regeneradora del PP, tratada con encomiable mimo por los mismos medios. Marisa González es hoy la jefa de Gabinete de Cifuentes (por 100.000 merecidos euros anuales, según el portal de transparencia de la Comunidad) y construye con ella el personaje que construyó con Gallardón.
El personaje se construye con tal red de complicidades que parece olvidarse que Cifuentes se afilió a las Nuevas Generaciones de Alianza Popular y lleva en cargos públicos 25 años, como diputada autonómica. Que colocó literalmente el asiento de Esperanza Aguirre el día del tamayazo y defendió en la tribuna la transparencia de Granados en la construcción del Campus de la Justicia y la defensa de los sobrecostes del “aeropuerto de Castellón” de Madrid.
En 2008 Cifuentes ya era parte de la ejecutiva del PP de Madrid, con Granados, Ignacio González, Lasquetty, Güemes, Lucía Figar… y todos los nombres que vertebran la tupida historia de la corrupción de Madrid bajo el mando de Esperanza Aguirre. Cifuentes presidía ya entonces y durante todos estos años el Comité de Garantías del Partido Popular de Madrid que, según los estatutos del PP, “velará de manera especial por el cumplimiento de las normas y compromisos a que han de ajustar sus comportamientos los cargos públicos del Partido.”
Es decir, la actual regeneradora del PP era la responsable máxima de vigilar que no hubiera comportamientos como los que han llevado a la dimisión de Esperanza Aguirre por la corrupción estructural de su partido. Bien dimitida está Esperanza Aguirre, pero que Cifuentes, la responsable de “velar” por evitar toda esta podredumbre desde 2008, pase a sustituirla al frente del partido, que venga a anunciar el enésimo código ético, la enésima auditoría de la contabilidad A (¡sólo faltaría que ésta también contuviera ilegalidades!) y una nueva carta de buenas prácticas causa un sonrojo sólo equiparable a que quien dimite de su cargo en el partido por la corrupción mantenga su cargo en el ayuntamiento como concejala portavoz del PP.
Cristina Cifuentes es tan del PP de toda la vida que hasta su personaje de verso libre regenerador está construido con los mismos mimbres, guionistas y ocultaciones con los que en el PP se han construido los personajes de verso libre regenerador de toda la vida. La única diferencia es que ya ni los sectores más ultras ni sus medios la señalan como traidora al PP porque ellos sí se acuerdan de cómo estos personajes, a la hora de la verdad, saben defender sus esencias mejor que nadie.