Tras el bochornoso vídeo de las cremas de Cifuentes, Mariano Rajoy dijo que su dimisión “era obligada” y “lo que tenía que hacer”. Es decir, que en el baremo ético de Rajoy, si robas 40 euros en dos tarros de crema siendo presidenta de Madrid, la dimisión es obligada, sin embargo, si eres presidente del Gobierno de España y avalas las cuentas en Suiza de tu tesorero corrupto, organizas una caja B para financiar ilegalmente el partido, pagas en negro tus campañas electorales, te mensajeas con delincuentes, y avalas todo tipo de tramas corruptas a tu alrededor, la dimisión no solo no es obligada sino que, lo que toca, es seguir siendo presidente del Gobierno. Consejos vendo que para mí no tengo, como le gusta decir estos días a nuestro presidente.
Este es el nivel al que nos ha conducido Mariano Rajoy y su particular sentido de la moral y la ética en el ejercicio de lo público.
Con él como presidente del Gobierno y del Partido Popular, España ha alcanzado límites insospechados de corrupción, manipulación de las instituciones y degradación democrática que nunca antes habíamos conocido en nuestro país. Por eso, cuanto más tiempo pase Rajoy en La Moncloa, más daño hará a España y los españoles.
Leía yo el otro día que Rajoy es ya el político que más tiempo lleva en el poder desde la muerte de Franco. Desde que entró en la Moncloa en 1996 como ministro de Administraciones Públicas hasta hoy, pasando por su etapa de vicepresidente del Gobierno, aquella de los hilillos de plastilina del Prestige, ha pasado la friolera de 22 años.
En todo este tiempo que le llevamos sufriendo los españoles, especialmente como presidente del Gobierno, es evidente que su forma de hacer política siempre ha tenido a la mentira como elemento central de su estrategia. Tal vez por eso, y por lo que hace y deja de hacer, Mariano Rajoy es, con mucho, el presidente peor valorado por el CIS en toda la democracia.
De todas las mentiras que nos ha dicho, y hay donde elegir, la más sangrante puede que sea la de la herencia recibida. El PP se presentó ante la sociedad con Zapatero como causa de todos los males de la humanidad. Sin embargo, 7 años después de alcanzar La Moncloa, la falta de resultados de su gestión es evidente: el paro sigue desbocado, la precariedad laboral y la desigualdad campan a sus anchas, ha quebrado el sistema de pensiones, la deuda pública crece a un ritmo vertiginoso, la banca ha sido rescatada, y se pierden derechos laborales civiles y sociales a cada día que pasa.
Las mentiras ideológicas también han sido una constante de Rajoy en estos años. Mientras el crecimiento económico del país se acercaba al 3%, el PP nos ha aumentado de forma inmisericorde las dosis de austeridad, como se puede comprobar en los Presupuestos Generales de este año, mientras machaconamente nos cuentan que son los presupuestos más sociales y solidarios. Con Rajoy en La Moncloa, hemos visto cómo se rescataban bancos o se repatriaban combatientes de la División Azul, mientras suprimían cualquier presupuesto para abrir fosas de victimas franquismo, o se hundían y liquidaban las ayudas a dependientes y parados de larga duración.
Capítulo aparte es la corrupción del PP, amparada, consentida y respaldada por Mariano Rajoy. El partido que decía ser incompatible con la corrupción, ha acabado siendo el más corrupto de Europa. En pocos días, previsiblemente, lo veremos traducido en forma de sentencia judicial por la Gürtel. Será el reconocimiento oficial de que el Partido Popular lleva más de 20 años financiándose ilegalmente con una caja B con la que se han repartido sobresueldos a los principales dirigentes del PP, entre ellos al propio Rajoy. Pero claro, en esto, la dimisión no es obligada. Para que Rajoy dimita, hará falta que alguien le grabe saliendo de algún súper con una colonia de deliplus. Entonces sí estaremos ante un flagrante caso de dimisión obligada.
En definitiva, estamos ante un Gobierno decadente que es un verdadero motivo de vergüenza para la sociedad española. Un Gobierno al que ya solo le salva el inestimable oportunismo de Albert Rivera, que se ha convertido en la respiración asistida de un moribundo PP, y que de ninguna manera deberíamos seguir consintiendo porque, cuanto más tiempo lo dejemos, peor olerá. ¿Sabes, Albert?