La ultraderecha ha sido una de las fuerzas políticas triunfadoras en la repetición electoral del 10 de noviembre. Muchos, lo reconozco, no lo vimos venir. Pensábamos –recién convocadas las elecciones ante el colapso de las negociaciones PSOE-Unidas Podemos– que los votantes de Vox de abril iban a emprender algún tipo de voto útil, concentrándose en el Partido Popular.
Sin embargo, la peculiaridad del debate público en la campaña electoral se puso de parte de los ultras. Creó un contexto temático muy favorable a los de Santiago Abascal, que no sólo esquivaron las ya mencionadas transferencias de voto hacia el PP, sino que, parece, han sido capaces de convencer a parte del electorado de Ciudadanos, en desbandada total.
Estos movimientos, y algún otro que buscaremos una vez el CIS publique su encuesta post electoral, coinciden en algo: VOX ha salido fortalecido de la repetición electoral. Tiene hoy una capacidad de influir en el debate público inimaginable hace sólo unos meses. Y la posibilidad misma de arrebatar la iniciativa al PP en el espectro ideológico de la derecha.
Sin embargo, a mí me da la sensación que de sus propias fortalezas asoman sus debilidades. Que las condiciones que han hecho posible su éxito pueden cambiar en cualquier momento. Y que, al ser Vox un partido mucho más reactivo que propositivo, dispone de un electorado especialmente “prestado”, poco fiel y promiscuo. Es decir, muy sensible a esas condiciones que posibilitaron su apoyo.
¿Cuáles son estas circunstancias y cómo pueden cambiar? Bajo mi punto de vista la clave está en los temas de debate. Es decir, en la eclosión de la “cuestión catalana” en plena pre campaña, sobre todo; pero, también, en acontecimientos como la exhumación de Francisco Franco o el rechazo a la repetición electoral.
La precampaña discurría de forma más o menos anodina, pivotando el debate público sobre pactos, estrategias y relaciones de unos partidos con otros (“meta temas” o temas autorreferenciales a la propia política) hasta que el 14 de octubre el Tribunal Supremo hizo público el fallo del Procés.
A partir de este momento, los disturbios en Cataluña monopolizarán la agenda mediática y, por añadidura, el debate de campaña. Poco a poco se van creando las condiciones para que Vox retenga a sus votantes de abril. E inicie, tal y como iban detectando las encuestas, una lenta pero firme expansión hacia el electorado descontento por los desórdenes públicos y la quema de mobiliario urbano.
A esta cuestión se le une la exhumación del dictador, sucedida el 24 de octubre, que vendría a polarizar un poco más el debate público. Posibilitando que los ultraderechistas se enfrenten ya no sólo a los nacionalistas/separatistas, sino también a la izquierda “revisionista”. Sus dos elementos fuerza se habían activado de un plumazo: el nacionalismo exacerbado y la oposición del mundo “progre”.
Estos elementos están detrás de, al menos, parte de la explicación de sus 52 diputados y algo más de tres millones seiscientos mil votantes. Sin embargo, como venimos argumentando, coyuntura y éxito electoral parecen ir de la mano.
La clave se encuentra, creo yo, en la futura gestión de la “cuestión catalana” del más que probable gobierno de coalición PSOE-UP. Frente a las vías de la confrontación (Declaración Unilateral de Independencia vs artículo 155 de la Constitución) podríamos estar asistiendo al inicio de un tiempo nuevo. Marcado por el diálogo y una cierta desactivación de la política del “cuanto peor, mejor”.
Por otro lado, lo violentos y la acción de los CDR, como sucede en cualquier movimiento social, no parecen capaces de mantener el conflicto callejero activo indefinidamente. Máxime si un actor tan importante dentro del independentismo como es Esquerra Republicana ha accedido a sentarse a una mesa de diálogo.
Esta hipotética rebaja de la tensión no sólo resultaría beneficiosa para la sociedad española en su conjunto, sino que dejaría a Vox muy tocado. Las condiciones del voto-protesta de noviembre podrían comenzar a resquebrajarse.
Pero, para ello, es necesario que el gobierno de coalición de izquierdas eche a andar y que sea lo suficientemente hábil como para reconducir la “cuestión catalana”. Si se consigue, Vox podría tener los días contados y volver a la irrelevancia. Todos saldríamos ganando.