Ante el ISIS las declaraciones no bastan, como no basta la respuesta bélica, y faltan propuestas correctivas concretas, de las que atañen tanto a las comunidades y los Estados como a los individuos, y que han de ser políticas y económicas pero también sociales y culturales. Solo así se podrá derrotar al yihadismo y sus repetidas mutaciones. Porque al terrorismo se le vence sobre el terreno y en las mentes. Estas son diez propuestas para echar a andar.
1. Dejar de vender armas y de apoyar a los regímenes tiránicos del mundo árabe, como se viene haciendo por intereses económicos o geopolíticos. Ni las armas vendidas a Arabia Saudí, que son el 25% del total europeo, ni el respaldo de los líderes europeos a la dictadura de Sisi en Egipto, sirven de muro de contención antiterrorista. Por el contrario, hay que habilitar nuevas formas de diplomacia blanda que refuercen la idea de que el apoyo de Occidente a la democracia y la libertad no es retórico sino sistémico.
2. Acabar con el doble rasero frente al terrorismo, que establece categorías entre las víctimas: las nuestras y las de ellos. Si los muertos de Bagdad, Karachi o Maiduguri no importan igual que los de Berlín, Londres o Barcelona, peligra nuestra humanidad compartida y todo proyecto global de lucha contra el terrorismo. El inevitable enraizamiento de los sentimientos en lo local no puede ser el único motor de la empatía y la solidaridad, y menos aún el de la política internacional, pues esto, inevitablemente, hace el juego a la estrategia terrorista, que en los últimos tres años ha ido reduciendo el porcentaje de víctimas musulmanas de sus atentados (aproximadamente del 87% al 80%).
3. No claudicar ante Al Asad, el hombre que dio alas al ISIS abriendo las cárceles para que los yihadistas infectaran Siria y el planeta y él ganara su guerra, la de una minoría plutócrata contra el pueblo sirio que en 2011 se alzó contra el tirano por la democracia. Al Asad no es el mal menor, es la viva imagen de la negación de la democracia para los pueblos árabes. De igual modo, tampoco cabe hacer la vista gorda con los yihadistas “tolerables” de turno, por más servicios que presten a los intereses de las petromonarquías y, por extensión, a las políticas de Occidente. Las mutaciones de al-Qaeda en Siria no son mejores que el ISIS, ni el futuro de Libia puede fiarse a Haftar y sus milicias parayihadistas o el de Yemen a los acuerdos de Hadi y Arabia Saudí con los alqaedistas.
4. Denunciar el discurso del “ya los echamos una vez y los echaremos otra”. El recurso a los paralelismos con Al-Ándalus hermana a yihadistas e islamófobos, y aviva la confrontación en que fascismo y yihadismo tan a gusto se mueven. Pretende revestir de verdad histórica el mito de la islamización de Europa, sustentado en falsos argumentos, como “la bomba demográfica musulmana” o la “hiyabización de las mujeres”. Es, por otra parte, conceder a los yihadistas un triunfo que no han conseguido, pero que contribuye a aumentar exponencialmente el atractivo de ideologías irredentas entre capas de población arrumbadas por la marcha de la historia.
5. Abandonar la lógica de “nuestros valores”. Por dos motivos: porque la justicia, la libertad y la igualdad o son universales o no lo son; y porque, de hecho, estos son los valores de la mayoría de la humanidad, incluidos los 1.600 millones de musulmanes, como mostró una macroencuesta realizada por Gallup (Who speaks for Islam?, 2007). El enfático relato sobre “nuestro modo de vida” está demasiado arraigado, tan al alcance de Trump como del Ministerio de Defensa o del ciudadano bien intencionado, y sirve para enmascarar el uso de la exclusión como fundamento sociopolítico.
6. En la medida de lo posible, no adjetivar el terrorismo, que es responsabilidad de individuos, no de religiones, naciones, etnias... Así lo recomienda, por ejemplo, el Col.legi de Periodistes de Catalunya, y coincide en ello con los musulmanes españoles, que rehúsan expresiones como “terrorismo yihadista” porque estigmatizan la yihad, que tiene una vertiente de esfuerzo cotidiano del creyente por obrar según su fe. En ningún caso es aceptable hablar de “terrorismo islamista”, como es frecuente.
7. Deslegitimar la pretensiones islámicas de los yihadistas. El ISIS triunfa cuando se lo asimila al islam, cuando se asume el esencialismo con que se ve a sí mismo, y fracasaría si no se hiciera tal cosa. La discusión en torno al “califato”, “los soldados del Daesh” o “la territorialidad del Estado Islámico” legitima torpemente las ínfulas islámicas de los terroristas. En buena medida a ello contribuyen en Occidente pretendidas disquisiciones islamológicas sobre la genealogía medieval de sus doctrinas o sobre su representatividad, cuando, según la encuesta ASDA’A Burson-Marsteller (2017), más del 80% de los jóvenes árabes rechazan con contundencia el yihadismo, casi un 20% más que dos años antes.
8. Desvincular refugiados, migración y terrorismo, una peligrosa amalgama que alimenta la xenofobia y alienta el victimismo antioccidental de la propaganda del ISIS. Huir de la guerra, de la persecución o del hambre no es un delito. Occidente debería haber aprendido del siglo XX que es tan solo un participante, entre otros, en la constitución de un orden internacional más justo.
9. Combatir la islamofobia en todas sus manifestaciones: la racista y la ilustrada, la política y la social, la mediática y la privada. El aumento de la islamofobia es directamente proporcional a la expansión del yihadismo, pero a su vez alimenta el argumentario bárbaro del ISIS. Los jóvenes musulmanes europeos son las primeras víctimas de esta tenaza. El proceso de radicalización de los terroristas de Ripoll no puede entenderse sin esta confluencia.
10. Repensar la relación de Europa con el islam, anclada aún en la razón colonial y que, en el mejor de los casos, llama a “civilizar a los moros” y “salvar a las musulmanas”. Hay que revisar el estatuto social de la religión y del género en la Unión Europea. Urge un debate que articule la nueva realidad social intercultural, visto el fracaso de la mera gestión multicultural. Tras la crisis financiera y la crisis de los refugiados, a Europa le ha llegado la hora de contribuir al nacimiento, desde una posición simétrica, de lo que Habermas denomina “una constitución política” de la sociedad mundial intercultural.
Y una cosa: es difícil, pero no imposible. En cualquier caso, gobiernos y ciudadanos estamos obligados a ello.