Cuando la ciudadanía francesa vote este domingo en las urnas, habrá ejercido algo más que la libre elección de dotarse de un nuevo presidente de la República. Asistiremos, con toda probabilidad, a una mutación profunda del sistema de partidos propio de la V República. Y lo va a decidir, lejos de las previsiones de sondeos, analistas y tertulianos, en la confrontación más reñida que se recuerda en primera vuelta.
Lejos quedan los días en que el duelo derechista Le Pen-Fillon parecía el escenario fácil de alternancia previsible y controlada por los de siempre. Hasta que llegó Mélenchon y convocó el 18 de marzo (apenas han pasado unos días!) la marcha por la sexta república. Cuando los más de 130 000 manifestantes comenzaron a gritar “Mélenchon, président!” los hizo callar y les dijo: “no gritéis mas mi nombre, gritad: Résistance”). Lograba con ello todo un imaginario, además de un eslogan de campaña. Comenzaba la marcha que ha dinamitado el mapa político francés.
Cierto que, paralelamente, unas primarias en el partido socialista (PS) habían encumbrado a Hamon desde la izquierda del partido, derrotando a Valls contra toda previsión. A los barones del PS les faltó poco tiempo para dejar de lado al legítimo ganador de las primarias y apostar por la operación marketing de Macron: el espacio socialista saltaba dinamitado. Por otra parte, los escándalos por corrupción de Fillon, dejaron a la derecha sin un candidato seguro.
Ahora bien, antes de que Mélenchon lanzara su plataforma de la Francia Insumisa tuvo que tomar una decisión transcendental: levantar acta de los límites que el Front de Gauche (Frente de la Izquierda) tenía en esa situación para romper el marco político y transcender a un territorio de combate de mayoría social. No todos le entendieron ni en el Front de Gauche, ni en su propio partido al que, sin confrontar, dejó de lado. Es lo que distingue a los políticos de raza de los meros gestores de la política. Saben leer el momento y tienen una conexión natural con el pueblo. Así que la candidatura de Mélenchon contiene, desde su ADN constitutivo, una apuesta por dar un marco organizativo nuevo a lo que él llama la insumisión de amplios sectores del pueblo que hoy son los que sufren las políticas neoliberales. Esa apuesta, por tener bases reales, tendrá continuidad en el futuro, quién sabe si inmediatamente en las legislativas de junio.
La marcha de la Francia Insumisa de marzo supuso un antes y un después en las presidenciales francesas sin duda alguna. Colocó a Mélenchon en la parilla de salida, situó la cuestión sobre la VI República en el centro del debate electoral, y la movilización generó ilusión por un combate posible para derrotar a Le Pen frente al derrotismo instalado en amplias capas de la izquierda. Y a su vez, generó una dinámica de apoyo a la campaña de miles de voluntarios que la han sostenido hasta hoy.
¿Cómo es posible, se preguntan hoy los poderosos, que en tan solo un mes, se pueda pasar del 9% al 20% en los sondeos, movilizar a miles de hombres y mujeres de todo orden y condición, ganar debates de calle en la televisión, innovar en campaña, elaborar el programa presidencial más sólido, coherente y rupturista que se haya presentado en estas elecciones, etc.? He seguido muy de cerca durante una semana la campana de Jean-Luc Mélenchon y he podido ser testigo de ese movimiento en marcha. Voy a tratar de describir lo tal y como lo he vivido.
En primer lugar, no es posible entender la campaña de Mélenchon sin retener la fuerza de su liderazgo. Estamos ante un político de profunda cultura, un orador inconmensurable, de gran experiencia y de, en un marco de elecciones presidenciales, profunda conexión popular. Aún así, eso en Francia no basta, y Mélenchon supo captarlo. Decidió lanzar un reto histórico: plantear a la sociedad francesa abrir un proceso constituyente hacia una nueva república. Con una voluntad inequívoca de profundo cambio hacia la sociedad francesa que apunta al siglo XXI. Y para sostener esa propuesta, elaboró un programa profundamente transformador (nada de medias tintas) y en todos los órdenes (el institucional, el de la transición hacia un nuevo modelo económico sostenible, el de la recuperación del papel de lo público del Estado en áreas hoy criminalizadas por el pensamiento único, el de una Francia pacifista e internacionalista - saliendo de la OTAN ni más ni menos-, etc.). Sin liderazgo es probable que no hubiera habido programa alternativo, y el programa alternativo en cambio, tiene hoy en Mélenchon, un candidato creíble. En definitiva, lo que Mélenchon ha ofrecido a la ciudadanía francesa es un nuevo horizonte de sociedad que es algo más que un programa electoral.
Esas fueron las bases de partida, ahora ya solo faltaba la campaña y esta se situó en un ámbito de ruptura con la ya excelente campaña del propio Mélenchon en las presidenciales del año 2012. ¿En qué sentido? En primer lugar Mélenchon esta vez no apelaba a la izquierda, sino directamente al pueblo (la fuerza del pueblo, su eslogan) consciente de una apuesta histórica. Esta ha sido una campaña del optimismo frente a la sensación de derrota, de la confianza en sus propias fuerzas frente al pesimismo, de la propuesta en positivo, y muy decisivo, el imaginario de un tiempo nuevo que ha de venir: ¿Cómo no verlo así si la radio de Mélenchon fue bautizada como Les jours heureux (los días felices)?
Cómo no tener en cuenta también que, un candidato estigmatizado por las derechas como político profesional, bronco y aburrido, fuera el más innovador y creativo de las presidenciales, cuando en Lyon, realizó por vez primera un mítin en holograma o cuando esta semana, con esta misma técnica, realizó un mítin simultáneo en seis ciudades (una de ellas atravesando los mares en una isla francesa en el sur de África, La Reunión). O cuando en campaña ha sabido pasar del político dotado pero agresivo a una persona irónica hasta el extremo con sus adversarios políticos y cercana a cualquiera persona que se le aproximase a saludarlo. Cuando ha roto las relaciones estandarizadas con el mundo de la prensa y de los medias. O cuando por iniciativa de los círculos, ha puesto en marcha el 'melenphone', un instrumento preciso de multiplicar la campaña en las zonas más abstencionistas de Francia.
De otra parte, los actos de masas parecían más una ceremonia republicana que un mítin, una verdadera misa laica a medida que la campaña se convertía en una secuencia de desborde. No he visto a Mélenchon nunca apelar a una remontada. Y en cambio sí le he visto insistir en la posibilidad y potencialidad de una primavera francesa ligada a la certeza de que todas y cada una de las personas que le escuchaban tenían en sí mismas capacidad de protagonizar un cambio histórico. Les situaba ante su propia fuerza, apelaba a su inteligencia colectiva y responsabilidad. No es extraño pues que decenas de miles de personas, por cierto mestizas como la sociedad francesa de hoy, le escucharan en íntima comunión en silencio o exultantes, según el caso, durante horas. Nunca sus intervenciones duraron menos de hora y media. Algo inaudito entre nosotros.
Mélenchon ha disputado en la campaña electoral de forma valiente y agresiva los símbolos y elementos centrales de agregación de la comunidad francesa, que tiempo atrás había querido secuestrar la derecha: el republicanismo y la noción de nación, la soberanía, a la vez que se reclamaba y la defensa de las ideas de la ilustración y de la sociedad de la igualdad, del mestizaje y de la fraternidad, en un enfrentamiento frontal con Le Pen, allá donde Le Pen había hecho más daño a la izquierda: en las banlieues, o en las ciudades obreras.
Que nadie se engañe, Mélenchon no ha apelado a un pueblo vacuo. Ha protagonizado una campaña y un discurso profundamente ideológico y un relato de hondo contenido filosófico. Ideológico porque en todo momento ha levantado una bandera de los insumisos contra un mundo inmoral, el del poder unos pocos, frente a las inmensas mayorías, el del mundo de la globalización de las finanzas, el de una Europa sin alma, apelando a un pueblo francés que cree que debe sostenerse sobre la soberanía, el papel fuerte del Estado, la protección social y la Francia cosmopolita. Han sido días heroicos para recuperar la esperanza tan castigada en estos años en Francia, y eso tiene un nombre Jean-Luc Mélenchon y su programa L'avenir en commun (el futuro en común), algo de lo que comenzamos a saber también entre nosotros.
Si Mélenchon pasa a la segunda vuelta, las posibilidades de victoria y de obtener la presidencia son ciertas frente a todos los otros candidatos. Un terremoto político fenomenal en Europa y una posibilidad de refundar el proyecto europeo. Pero eso creo que hoy no solo los franceses son los que se juegan su futuro en esas elecciones. También millones de europeos y europeas nos lo jugamos con ellos.
También nosotros ansiamos los días felices.