Paso por el salón y me encuentro con la imagen de una casa palestina que cae, ante mis ojos. Veo cómo se rompe en dos y cae destruida en su mitad, con una rotundidad que asombra. Parece la imagen de una película. Pero no. Es el Telediario y es una realidad trágica, no un montaje. Es el icono de la infame política que rompe las reglas más básicas de la convivencia, incluso las reglas de la guerra. Un bombardeo contra el lugar donde alguien tiene su vivienda y convive con su familia. Mas tarde otro bombardeo destruye los ojos que pueden ser testigos de la ignominia. La sede de los periodistas que diariamente se juegan la vida para dar testimonio de lo que ocurre. ¿Intentan destruir al testigo, matar al mensajero?
Es tarde. El mundo, la mediápolis, la polis global de los medios ha sido ya testigo de la inhumanidad, de la injusticia. La imagen lo dice casi todo. Mostrar esas imágenes es demostrar lo que nunca debió ser permitido. Imágenes que califican por sí solas a los autores de los hechos presenciados y testificados. Nunca cómo en este caso “mostrar” es “demostrar”.
La eficacia de las imágenes de violencia y daños es contundente. Susan Sontag, tras ver fotografías del holocausto, divide su vida en un antes y un después. Las fotografías fueron su epifanía negativa, el origen de una reflexión sobre su pueblo que nunca se detuvo. Es el momento de situar un antes y un después en el conflicto palestino israelí.
Frecuentemente los conflictos se presentan sublimados, saneados, sin imágenes trágicas o de dolor. Para que los espectadores no “sufran”. Pero el sufrimiento de los espectadores nunca debería ser el motivo por el que dejen de emitirse. Las imágenes de sufrimiento plantean como ninguna otra la interconexión entre los seres humanos. Las emociones compartidas. Nos con-mocionamos, sentimos el dolor de quienes están representados en las imágenes y el dolor de quien tenemos al lado. Y asistimos a un nuevo holocausto, esta vez el holocausto palestino. Y sabemos que todo el mundo lo conoce y que alguien debería evitarlo.
No podemos negar que lo sabemos. Solo podemos distanciarnos, situando la responsabilidad por igual en las dos partes en una equidistancia injusta o negar la responsabilidad diciendo que no podemos hacer nada. Ya no es suficiente tras esta demostración de realidad. Es el momento de difundir las imágenes y de enjuiciar los hechos. En la medida que cada espectador ha sido impactado por la injusticia y siente el dolor de los demás, debe ser responsable de algo que ayude a evitar en el futuro algo similar. Sea cual sea la parte del mundo en la que se produzca.
No podemos mirarlas con solidaridad “irónica”, horrorizándonos simplemente, sin buscar más allá el origen y las condiciones que mantienen, que hacen posible estas atrocidades. No podemos posicionarnos con distancia diciendo que está muy lejos el problema o que no entendemos. Las imágenes hablan por sí solas, son el testimonio de una ignominia y nos hacen sufrir. Solo si nos duele el dolor del otro podemos identificarnos con él y buscar de forma activa las condiciones para que no se repitan. Porque son parte de una serie, pero no una serie de las plataformas digitales que ofrecen productos de consumo, sino de la historia. La historia de la relación desigual entre dos pueblos. De un relato de injusticias impunes causadas con la mayor frialdad y desconsideración hacia las víctimas.
Es hora de hacer responsable a los agresores también de nuestro dolor como espectadores. En la era de la mediápolis somos testigos necesarios e inevitables de la violencia y sus causantes no deberían tener derecho a hacernos sufrir con el sufrimiento de nuestros semejantes. No deberían tener derecho a que experimentemos la impotencia de no poder proteger, la rabia de no poder parar y la tristeza de ver víctimas inocentes.
Bienvenidas las imágenes, aunque sean insoportables, aunque no podamos comer mientras las vemos. Yo no podría comer con quien las causa. Ojalá el dolor que sufrimos millones de espectadores con esas terribles imágenes sirva para promover la atención hacia las reglas internacionales que las permiten y dejan impunes a sus autores. Ojalá sean el inicio de una epifanía negativa. Ójala.