El pasado 14 de mayo, el Consejo de la Unión Europea abordó de nuevo la cuestión de la educación financiera. Los resultados del Eurobarómetro 2023 habían revelado que los conocimientos financieros en la UE son bajos, y en España, muy bajos. Como solución, el Consejo cree que la “Alfabetización financiera” (Financial Literacy) debe integrarse en los programas escolares.
El tema viene de lejos. La OCDE promovió en 2008 la International Network on Financial Education (INFE). Poco después, en España, el BBVA puso en marcha el programa Valores de futuro, en cuyo Comité técnico estuve, pero que abandoné por las razones que daré luego. El Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores publicaron unos materiales didácticos para una posible asignatura de “Educación Financiera”, y algunas comunidades la incluyeron en su oferta educativa. Desde entonces estuve en contra de la Educación financiera, por razones educativas. Se lo explicaré.
El documento Financial Education in the School publicado por la OCDE explica que las generaciones más jóvenes no solo van a enfrentarse a una mayor complejidad de los productos financieros, sino que posiblemente afrontarán más riesgos financieros que sus padres. En particular, las futuras generaciones se van a enfrentar a retos importantes a la hora de planificar su ahorro para la jubilación y la cobertura de sus necesidades de salud. Hay que prepararles para ello. El documento incluye una cita de un “emprendedor educativo”, para mí desconocido, llamado Robert Kiyosaki: “Una de las razones de que los ricos sean ricos y de que los pobres sean pobres y que las clases medias luchen con sus deudas es que el tema del dinero se enseña en casa y no en la escuela”. ¿Qué opinan de estas afirmaciones?
Lo importante para la OCDE era que los niños aprendiesen a tomar decisiones financieras informadas cuando fueran adultos. Tal vez me pase de suspicaz, pero estábamos sufriendo una tremenda crisis económica, y me dio la impresión de que la OCDE pretendía descargar la responsabilidad en los consumidores y no en el sistema financiero que la había provocado. Parecía que los culpables habían sido los clientes que se habían endeudado de forma suicida o comprado productos tóxicos. Por ello había que espabilarlos. Pero pensar que el ciudadano puede evaluar los instrumentos financieros que le ofrecen es de una desfachatez palmaria. Es el complejo político-financiero quien debería recibir una mejor educación porque aconsejaron comportamientos irresponsables. Al estallar la crisis financiera, Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de EEUU, un hombre que disfrutaba de prestigio mundial por su sabiduría financiera, dijo que “no comprendía lo que había pasado”. Y tres años después, “por qué todo el edificio intelectual había colapsado”.
Por si lo han olvidado, voy a recordarles alguna de las etapas de aquella crisis. A partir de 1994, JP Morgan comenzó a lanzar productos tóxicos al mercado. Hicieron paquetes de hipotecas y los vendieron con el nombre de Mortgage Backed Securities (MBS), títulos respaldados por hipotecas. Empezaba al mismo tiempo una carrera para endosar el riesgo a otros derivados (échense a temblar cuando oigan esta palabra), como los Credit Default Swaps (CDS: permuta de incumplimiento crediticio), y los denominados Collateralized Debt Obligation (CDO).
En 2005 aparecieron otros dos grupos de derivados de riesgos de crédito que se tornaron muy importantes, los Asset-backed Securities (ABS) y los Collateralized Loan Obligation (CLO), para proteger a los bancos y a los inversores del riesgo de incumplimiento. Para actuar en ese mercado cada vez más desregulado, los principales bancos de inversión crearon los Special Purpose Vehicle (SPV), los Structures Investment Vehicle (SIV) y los Asset-backed Commercial Paper Conduits (ABCP). Eran instituciones financieras ubicadas fuera de las estructuras bancarias y de las regulaciones contables bancarias.
A todo esto, no dieron importancia a un pequeño detalle: comprobar si las hipotecas que estaban en el origen de toda esta arquitectura fantasmal eran de fiar, si valían algo. El desenlace ya lo conocen: todo aquello se desplomó y acabamos pagándolo todos. Bueno, no todos. Ni siquiera el presidente Obama pudo evitar que del dinero público que había salvado a la aseguradora AIG 165 millones se dedicaran a pagar los bonus a los gestores que habían provocado el desastre.
Se había pensado que diluyendo los riesgos con todo ese sistema de transmisiones reaseguradas no había posibilidad de una quiebra, pero la hubo. Para colmo del desbarajuste, las agencias de ‘rating’ habían valorado muy bien esos productos tóxicos. ¿En qué estaban pensando? ¿Quién les ha pedido responsabilidades? Hay más. Andy Haldane, director de Estabilidad del Bank of England, llevó a cabo un estudio de las transacciones derivadas modernas y descubrió que algunas contienen hasta millones de líneas de códigos informáticos, un dato que supera lo humanamente comprensible. Nadie puede entender un instrumento financiero tan complejo. Lo único que podemos hacer es confiar en que los cálculos estén bien hechos. Y, como demostró la crisis financiera, no lo estaban.
Con este panorama, resulta risible que se busque la estabilidad del sistema financiero en las decisiones del consumidor y que se pida ayuda a la escuela. El presidente del Consejo europeo, en rueda de prensa, ha dicho: “Reforzar los conocimientos financieros de los ciudadanos es de suma importancia para construir una Unión de Mercados de Capitales más ambiciosa, integradora y resistente”. Es una declaración de una ingenuidad sospechosa. Lo que los ciudadanos necesitan es una “educación económica”, que les permita comprender el funcionamiento del sistema en que viven. Una pequeña parte de ese sistema es su estructura financiera, pero solo una parte. Necesitamos tener una visión más completa, para exigir a los políticos y a los economista que expliquen mejor lo que hacen. Jean Tirole, premio Nobel de Economía, ha criticado los sesgos ideológicos de los economistas, luego es lógico que los ciudadanos estemos prevenidos y exijamos más claridad en sus propuestas. Por poner un ejemplo, los ciudadanos no deben solo saber utilizar los servicios bancarios e invertir bien su dinero, sino también comprender los problemas que plantea la “financiarización de la economía”.
Llevo muchos años trabajando para que se introduzcan en la enseñanza secundaria las nociones básicas de Economía. Lo intenté en vano, hace mas de treinta años, con un programa que mereció el Premio Giner de los Ríos de Innovación Educativa; lo volví a intentar con el “Curso de Economía Abierta”, en la Universidad de Padres que dirigí durante un decenio; ahora vuelvo a intentarlo en el “Curso de Economía Política” que estoy diseñando para la Academia del Talento Político, y que pueden ver en joseantoniomarina.net. Tal vez a la tercera sea la vencida.
Al final de su obra Liberalismo y laborismo, J.M. Keynes escribió: “El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad económica”. Espléndido programa, pero para realizarlo necesitamos fomentar el talento político de los gobernantes y de los ciudadanos. Y eso exige comprender bien la economía. ¿Lo intentamos?